No cierres los ojos Akal


El 14D de 1988 fue irrepetible. A su manera, se transformó en la Huelga Nacional Pacífica tantas veces soñada por los comunistas. Más del 80 por 100 de la población activa se sumó a la misma. Aproximadamente más de 8.000.000 de trabajadores la secundaron. Pese a que hubo en torno a 150 detenidos, la jornada transcurrió sin incidentes de relevancia.

Su siempre mencionado éxito residió en que el país paró: las calles quedaron desiertas, sin transportes públicos ni prácticamente coches; empresas, fábricas y pequeños comercios, cerrados; cines y teatros, cerrados; campos de fútbol, vacíos. Triunfó la normalidad. En realidad, no pasó nada extraordinario aquel miércoles, a excepción de que por la tarde decenas de miles de trabajadores se manifestaron en las principales ciudades de la nación en un ambiente pacífico. Otro tanto sucedió dos días después en Madrid.

La conjunción de un amplio espectro de factores y circunstancias la hicieron irrepetible. Se generaron unas condiciones objetivas y subjetivas únicas de las que cinco destacan. Primero, ante las propias dimensiones jurídicas a la par que políticas que acarreaba el Plan de Empleo Juvenil (PEJ), sin obviar la buena acogida de las otras demandas sindicales y sociales expuestas por los convocantes, debe tenerse presente que el objetivo no era tumbar al Ejecutivo, sino modificar su política económica. En segundo lugar, la habitual arrogancia de los socialistas alcanzó con la presentación del PEJ cuotas máximas; el sí o sí que exigieron a los sindicatos eliminó cualquier duda que todavía podían albergar determinados sectores de la UGT para dar el paso decisivo. Tercero, el principal elemento movilizador fue la propia campaña que puso en marcha el Partido-Gobierno para desmovilizar el paro: junto con las intimidaciones directas o indirectas, los intentos de desestabilización interna del sindicato socialista, la imposición de servicios mínimos abusivos… se sumó todo un conjunto de declaraciones tachando a la huelga de política, ilegítima o violenta. Por su parte, el principal aliado de los socialistas en la defensa del PEJ, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), hizo lo que pudo, pero sin mayores posibilidades de contrarrestar aquella oleada movilizadora. En cuarto lugar, si un factor ha de destacarse en el éxito del 14D, fue el apagón de Televisión Española (TVE) a las 00:00 de aquel miércoles: aunque la huelga general estaba ganada días antes, se constituyó en un elemental factor mediático-social paralizador. Por último, y en quinto lugar, gran parte de aquel éxito residió en la coordinación, hasta el último milímetro, por parte de los Comités de Huelga de las CCOO y la UGT, junto con otras fuerzas sindicales, de todas y cada una de las acciones a desarrollar.

Las dimensiones que alcanzó el 14D constituyen un hecho central de nuestra contemporaneidad; fue un punto de inflexión con importantes consecuencias dentro y fuera del mundo del trabajo. Por otro lado, con el paso del tiempo se ha mitificado aquella fecha. Una aproximación desde la historia, al menos, no puede dejar de resaltar dos consecuencias claves: primero, el 14D de 1988 se convirtió en el gran triunfo del movimiento sindical a lo largo de la época socialista; en segundo lugar, la huelga general supuso la mayor de las derrotas de los ejecutivos socialistas, que a punto estuvo de provocar la dimisión de Felipe González. No obstante, aquella última oportunidad se constituyó, pese al 14D, en la antesala de futuras derrotas históricas del movimiento obrero.

¿La huelga general del 14D fue un éxito? ¿Se puede hablar de la historia de un éxito? La respuesta es no. La huelga se ganó en las calles, en los centros de trabajo, en los comités de empresa. Se alcanzó por la vía de los hechos una política de alianzas interclasista inédita, sumada a una movilización ciudadana sin precedentes. Además, si bien el PEJ fue guardado en un cajón, su filosofía inspiró las siguientes reformas laborales. Tampoco se logró ningún giro social como tal. No se modificó la política económica socialista. A lo sumo, se alcanzaron pequeñas conquistas –que no cesiones– en materias de tipo jurídico-laboral y de prestaciones, aunque no fue de forma inmediata sino a lo largo de 1989 y 1990. A nivel electoral, por más que el PSOE perdiera cerca de 900.000 votos en las elecciones generales de octubre de 1989, revalidó su tercera mayoría electoral absoluta.

¿Hasta qué punto desgastó, entonces, el 14D al PSOE? Pronto reaccionaron. A nivel interno, iniciando el camino para la ruptura del proyecto socialdemócrata de poder, que se concretó en su 32º Congreso con el fin de la obligación de la doble militancia en partido y en sindicato, entre otras consecuencias. A nivel externo, y con apoyo expreso de más del 90 por 100 del Congreso de los Diputados y de la clase dominante del país frente a la «amenaza sindical», se desactivó paulatinamente el efecto del 14D. En una y otra batalla tuvieron sonados éxitos. Pero sobre todo aquella historia de éxito no fue tal en el mismo momento en que predominó la negociación frente a la movilización una vez cerradas las negociaciones tras el 14D. El propio Nicolás Redondo en una reunión de la CEC de la UGT, a principios de abril de 1989, reconoció el «error» de «haber desechado una segunda jornada de paro». Las dinámicas movilizadoras que se generaron en torno al 14D de 1988 fueron apagándose a corto y medio plazo.

El texto de esta entrada es un fragmento de la introducción del libro “La gran huelga general” de Sergio Gálvez Biesca

La gran huelga general. El sindicalismo contra la «modernización socialista»

portada-gran-huelga-generalEl 14 de diciembre de 1988 España se paralizó: calles desiertas, sin transportes públicos ni prácticamente coches; empresas, fábricas y pequeños comercios, cerrados; cines y teatros, clausurados; la carta de ajuste en la televisión. Alrededor de ocho millones de personas, en torno al 90 por 100 de la población ocupada, secundó una huelga general que quedaría en la memoria colectiva como la última, única y gran victoria de los sindicatos y los trabajadores contra las políticas liberales de los sucesivos gobiernos de la democracia. Pero ¿realmente fue así?, ¿fue una auténtica victoria sindical?, ¿consiguió la huelga cambiar la política económica del PSOE o provocar un giro social en el Gobierno?.

En La gran huelga general. El sindicalismo contra la «modernización socialista», documentado, riguroso y agudo estudio, Sergio Gálvez Biesca realiza un ingente trabajo documental y divulgativo relatando cómo el Gobierno socialista y los sindicatos se enfrentaron en una desigual batalla que, pese a lo exitoso de la huelga, no impidió el afianzamiento cuando no la profundización de las políticas neoliberales bajo el paraguas de la «modernización» económica y social.

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