2012, un año bisiesto

Pilar Aliaga

Qué mejor día para hablar del calendario que hoy, un excepcional día 29 de febrero. Aceptemos que, aunque sólo sea porque es bisiesto, 2012 es un año especial. Es curioso que el año bisiesto, que tiene la buena intención de recuperar el tiempo que los años precedentes han ido «perdiendo», tenga el sambenito de año fatal. Aquellos que sean supersticiosos estarán deseando que pase rápido, y no sólo por las noticias sobre el futuro de nuestra economía. Ya lo dice el refranero español: «Año bisiesto, año siniestro» y «Año bisiesto, año sin cuba ni cesto».

La idea de que el año bisiesto es poco propicio viene de antiguo y está relacionada con la creencia de que los cambios de ciclo son negativos. A lo largo de la historia tenemos otros ejemplos, aparte de los años bisiestos, de momentos considerados críticos y apocalípticos para la humanidad. Pongamos por caso la polémica surgida en torno al año 1000 suscitada por el milenarismo cristiano, o los rumores sobre el fin de los tiempos que actualmente circulan acerca del calendario maya y el fin de los tiempos (les recomiendo que si quieren saber más sobre calendarios y el cálculo de tiempos históricos, consulten Arqueología, de C. Renfrew).

No obstante, hay que hacer notar que el hecho de que el año bisiesto se caracterice porque al mes de febrero -y no a marzo o a abril- se le añada un día más, tiene su aquél. Empecemos por explicar que el calendario con años bisiestos se instituyó en época romana, en el 46 a.C., para compensar el desfase con el año trópico: es el conocido como calendario juliano. Entonces se acordó que cada cuatro años se añadiese otro 24 de febrero. El 24 de febrero de un año normal se conocía entonces como ante diem sextum kalendas martias, mientras que el segundo 24 de febrero que se añadía cuando era bisiesto era el ante diem bis-sextum kalendas martias, nombre del que deriva nuestro término «bisiesto». Febrero ya era de por sí era un mes poco recomendable. Es más, si alguien tiene pensado un viaje en el tiempo, que no vaya a la antigua Roma en febrero, puesto que era el mes en que se celebraba la Parentalia, es decir, cuando se recordaba a los difuntos. Por esta razón, durante ese mes no se realizaban actividades lúdicas de ningún tipo, los templos permanecían cerrados y no se celebraban matrimonios. Se entenderá entonces nuestra recomendación de que el viajero busque una fecha alternativa y, si no tiene otro momento, que escoja otro destino, como la Atenas de Pericles. Y se entenderá también que el hecho de que el año bisiesto cumpla su particularidad en el mes de febrero no le ayude mucho a quitarse esa fama de gafe. Si ya lo dice el refrán: «Febrero el corto, el peor de todos».

Esta entrada ha sido publicada en Historia y etiquetada como . Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *