No cierres los ojos Akal

portada-bioarte-arte-vida-biotecnologíaMatías G. Rodríguez:

No cabe duda de que, tras las tesis doctorales de Benítez Valero (2013), Gamella (2015) o Santacruz Tarjuelo (2016), la bibliografía reciente en castellano acerca del bioarte no es solo rica sino dinámica. Junto a estos trabajos, salidos de los ámbitos de la Filosofía y las Bellas Artes, Daniel López del Rincón proporciona la perspectiva del historiador del arte en una obra que puede interesar, y de manera particular, a los investigadores en Estética.

El primer reto, desde luego, estriba en la propia definición, esto es, en la delimitación de lo que el «bioarte» pueda ser, se ha entendido que era o contenga los instrumentos para llegar a ser. Si ya Goethe decía «[q]ue la Naturaleza que nos hace crear no es ya tal naturaleza, sino una entidad totalmente distinta de aquello en que entendían los griegos» (Goethe, 1974: 465, §1360), ¿de qué clase de Naturaleza se ocupa el bioarte?

A la manera de correlatos casi necesarios, se suman dos dificultades ulteriores a la ya de por sí complicada tarea: solucionar de manera satisfactoria el conflicto entre lo taxonómico y lo explicativo (así como entre lo «normal» y lo «patológico», como diría Canguilhem) a propósito de eso que queremos aprehender e historiar, pero que nunca podremos agotar. Para volver a Goethe: «[p]artir, en las investigaciones sobre la Naturaleza, del orden, del sistema, coarta y hace adelantar» (Goethe, 1974: 465, §1371). Por otro lado, conocemos ya las dificultades inherentes a la investigación en arte contemporáneo, tan prolijas y accesibles las fuentes como demasiado cercanos sus referentes.

Es contra el marco de tamaña dificultad contra el que debemos juzgar el valor de esta obra. Asumiendo que historizar implica, a menudo, hacer proliferar puntos de redundancia (sabemos ya que representar es siempre reducir), resulta obligado decir que el autor resuelve este problema precisamente manteniendo el equilibrio entre el orden y la vida, esto es, entre el mapa y el territorio (a un mismo tiempo «coartando y haciendo adelantar»), algo que delata tanto su ambición como el valor de su obra.

Ciertamente, el campo de estudio resulta abrumador: el bioarte se sitúa en una problemática intersección entre arte, biología y tecnología, y sus manifestaciones han proliferado en lugares muy diferentes, tan diferentes como lo han sido sus usos y sentidos. No existe, en fin, un «circuito» del bioarte: está aquí y allá, en galerías, en laboratorios y en la red.

Lo que López del Rincón busca es problematizar todas estas cuestiones situando además el bioarte en el marco del arte contemporáneo, sin rehuir las cuestiones interdisciplinares sin las cuales no lo podríamos comprender. Precisamente en esta encrucijada se sitúa el problema central del campo bioartístico, la materialidad. Es en función de lo matérico que retoma el autor la distinción de Hauser (2008: 84) a propósito de una doble tendencia en el bioarte: la «biotemática» y la «biomedial», esto es, la diferencia entre los usos metafóricos, temáticos, externos, y el trabajo, en este caso, con los recursos propios de la biotecnología.

A estas cuestiones historiográficas, que el autor expone y defiende con la soltura de quien es consciente de las implicaciones de lo que dice, y a las que dedica esencialmente el primer capítulo («El bioarte como objeto de estudio», 11-39), le sigue «Una historia cronológica del bioarte» (41-142) ciertamente esclarecedora. López del Rincón sitúa los orígenes de las problemáticas que desembocarán en lo que hoy conocemos como «bioarte» en los años veinte del siglo XX, con los delphiniums de Edward Steichen (1879-1973), y más adelante con Dalí, en particular desde Paisaje con mariposa. El Gran Masturbador en paisaje surrealista con ADN (1957-1958) y Galacidalacidesoxyribonucleicacid (1963), en cualquier caso en un contexto carente todavía de teorizaciones que ligasen en un sentido interdisciplinar estas experiencias relativamente aisladas. Se trataba todavía de un «hacer como» y no de un «hacer junto a».

En los años ochenta llegaría la primera generación de bioartistas como tal, que suman a la iconografía genética los problemas derivados de un redescubrimiento de las relaciones entre arte y tecnología. Se reúnen aquí artistas «biotemáticos» como Kevin Clarke (1953) y sus «retratos genéticos» o Nell Tenhaaf (1951), así como, y sobre todo, «biomediales» como George Gessert (1944, también clave como teórico) o Joe Davis (1950) con su Microvenus (1986). Vendría después una segunda generación, en la que se va disolviendo la hegemonía del arte genético para dar paso a una mayor heterogeneidad en torno a las cuestiones biotecnológias. En un contexto de mayor desarrollo teórico, destacan el brasileiro Eduardo Kac (1962), la portuguesa Marta de Menezes (1975) y el alemán Edgar Lissel (1965), autor por cierto de una obra interesantísima, de poderosos correlatos filosóficos e históricos, todos ellos del lado de lo «biomedial». Del bando «biotemático», destacan la artista y teórica Suzanne Anker (1946), Steve Miller (1951), o el madrileño (de nacimiento) Iñigo Manglano-Ovalle (1961).

Según la periodización propuesta por el autor, estaríamos todavía en la cuarta de esas etapas, la que se habría iniciado en torno a 2002 y en la que el bioarte se habría articulado al fin como algo parecido a un movimiento artístico. La vitalidad de la tendencia biomedial, sus implicaciones y posibilidades, han conllevado a un declive de las problemáticas biotemáticas, al tiempo que han proliferado tanto la literatura crítica como la frecuencia expositiva y su visibilidad, en términos generales ligado a un mayor espíritu crítico, como ejemplifica el caso de Paul Vanouse (1967).

El tercer capítulo, «Arte y vida: Fundamentos del bioarte en el arte contemporáneo» (143-90), aborda las relaciones, en ocasiones problemáticas, entre el bioarte y el campo del arte contemporáneo «canónico» desde el punto de vista de las relaciones entre arte y vida que se producen en ambos ámbitos. Resultan de especial interés las reflexiones acerca del collage vanguardista, el assemblage de los años cincuenta y sesenta y el happening, así como la exploración de materiales naturales en Beuys, Manzoni o Penone como nódulos de la cuestión matérica en el arte que habrían desdibujado tanto los lindes del arte-objeto como los del arte en relación con la vida en su sentido más inmediato, abierto y problemático.

Es de nuevo la materialidad la que motiva las disquisiciones de López del Rincón en torno al bioarte (en su tendencia biomedial) en su relación con el arte digital en el cuarto capítulo, «(Bio)Arte y nuevas tecnologías: Tensiones materiales» (pp. 191-241), en el que aborda también cuestiones relativas al arte tecnológico en la intersección de arte, biología y tecnología (arte genético, arte biónico, arte de la vida artificial, etc.), así como el encaje del propio bioarte en el campo del arte y las nuevas tecnologías (robótica, biónica, biotecnología, etc.).

Por último, «Diálogos interdisciplinares: Explorando las cajas negras de la biotecnología» (pp. 243-71) vuelve a poner en juego, de nuevo de manera temperada, inteligente, las complejísimas intersecciones que el bioarte pone en juego a respecto de la propia técnica biológica. No es casual que la obra termine aquí, pues en estas páginas teoriza la relación entre bioarte y biotecnología como punto de enunciación de una crítica posible de ésta que explore sus propios significados y usos desde un lugar imposible de asumir por la propia biotecnología.

No deja de resultar curioso hasta qué punto el arte de la más pura vanguardia tecnológica, de manera consciente o inconsciente, no ha dejado nunca de ser crítico, de encarnar (material o inmaterialmente) esa infinita curiosidad de la que hablaba Montesquieu, esa pulsión de realidad que el arte alimenta y problematiza, revelándose así, (casi) siempre, como una fuerza crítica. Y es que «[E]l verdadero mediador es el arte. Hablar sobre arte equivale a querer servir de medianero al mediador, y, sin embargo, de ahí se derivan para nosotros muchas cosas valiosas» (Goethe, 1974: 375, §412), como sin duda lo demuestra la obra de López del Rincón.

  • Bibliografía:
  • Benítez Valero, L. 2013. Bioarte. Una estética de la desorganización. Tesis doctoral (dirs. Gerard Vilar y Marta Tafalla). Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona.
  • Gamella, D. 2015. Procesos biotecnológicos, retos sociales y educación artística en la primera década del siglo XXI. Tesis doctoral (dir. José de las Casas). Madrid: Universidad Complutense de Madrid.
  • Hauser, J. 2008. “Observations on an Art of a Growing Interest. Toward a Phenomenological Approach to Art Involving Biotechnology”. Pp. 83-104, en Beatriz da Costa y Kavita Philip (eds.): Tactical Biopolitics. Art, Activism, and Technoscience. Cambridge: MIT Press.
  • Santacruz Tarjuelo, G. 2016. La planta viva en la obra de arte contemporánea. Bioarte botánico en la ciudad. Tesis doctoral (dirs. Xana Álvarez Kahle y Teresa Guerrero Serrano). Madrid: Universidad Complutense de Madrid.

Reseña de Matías G. Rodríguez publicada en Laocoonte. Revista de Estética y Teoría de las Artes bajo la licencia Creative Commons Attribution 3.0 .  

 

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