No cierres los ojos Akal

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(Prólogo a la quinta edición de La clase obrera no va al paraíso)

Han pasado apenas nueve meses desde que a finales de septiembre de 2016 saliera a la luz La clase obrera no va al paraíso. En estos meses no solo se ha dado un interés constante por nuestro libro –que nos lleva al privilegio de tener que prologar esta quinta edición– sino que los conflictos de clase han escalado de tal manera en el Estado español que parece que se hayan confabulado para darnos la razón: la clase obrera no estaba muerta, la habían desaparecido.

Mientras escribimos estas líneas asistimos al pulso que los estibadores le están echando al Gobierno del Partido Popular en contra de la desregulación del sector, gracias al cual hemos podido volver a leer en la prensa lo que es la solidaridad internacionalista, cuando los estibadores de Bélgica se niegan a descargar los barcos que llegan a sus puertos desviados desde los puertos españoles hasta tanto sus compañeros del sur sigan en huelga. En el sector servicios, aquel cuya preponderancia en nuestras economías demostraría el fin de la clase obrera para los que operan en el binomio clase obrera-industrialismo, las trabajadoras de piso de los hoteles, agrupadas en sindicatos de nuevo tipo como las Kellys, son otra semilla de esperanza que abona en una lucha de clases que podemos ver replicada por doquier.

Quizá la lucha de clases no estaba tan desfasada como algunos creían. Después de transitar el desierto y ser en gran medida convidada de piedra en movilizaciones como la del 15M, la clase obrera ha vuelto a recobrar el protagonismo que nunca debió perder. Se mire a donde se mire, los conflictos laborales no paran de aflorar: trabajadores subcontratados por RENFE, teleoperadoras de marketing, trabajadores de Correos, trabajadores que hacen galletas en la industria alimentaria, bomberos, taxistas, huelgas del personal laboral de embajadas y consulados, de periodistas, creación de sindicatos de músicos para defender sus derechos y un largo etcétera de luchas que se multiplican a lo largo y ancho de la geografía. No se trata de conflictos corporativistas, como algunos han apuntado, sino del estallido simultáneo, todavía descoordinado, de una variedad de luchas que refutan a todos aquellos que invisibilizaron durante décadas el conflicto capitaltrabajo y aseveraron que la clase obrera era un cadáver político.

Pero este protagonismo ha de lidiar con el papel de siempre de los grandes conglomerados mediáticos que, de manera coordinada e insistente, cada día nos recuerdan que estibadores, mineros, camareras de piso o cualquier otro colectivo en lucha forma parte de un grupo de privilegiados que quiere seguir viviendo como rajás mientras se precarizan las condiciones laborales de la mayoría de la clase trabajadora no movilizada. Se trata de introducir la dañina idea de que la clase obrera no puede tener derechos ni condiciones de vida dignas porque eso es propio de la «clase media», cuando no es quitarle derechos a otros. Tan absurdo como afirmar que el hecho de que otros estén peor va a ayudar a que nosotros estemos mejor, cuando sabemos de sobra que el recorte de derechos en un sector tiene impacto, como efecto contagio, en la estrategia de precarización global del trabajo.

Los medios tratan de inocularnos que la clase obrera no es lo que ella piensa de sí misma sino la caricatura interesada que ellos nos presentan. Los mismos medios que son capaces de desaparecerla y luego rescatarla solo para denigrarla por –supuestamente– votar a Donald Trump en EEUU o a Marine Le Pen en Francia. Nos enfrentan entre nosotros para que no tomemos conciencia de la explotación común que nos une. El miedo que supuran los reyes de la desinformación ejerciendo de correa de transmisión de los intereses de los grandes capitales es la mejor prueba de que la clase obrera tiene todavía mucho que decir como sujeto histórico.

Como esperábamos, en estos meses el libro ha levantado cierta polvareda en el seno de una parte de la izquierda política y académica, más algunos resquemores entre personas concretas que se han dado por aludidas por identificarse con algunos perfiles que retratamos en nuestro texto o por ser mencionadas directamente en él. Algunas de las críticas han quedado en expresiones privadas pero otras han irrumpido en el espacio público de las redes sociales o en los medios de comunicación. No vamos a perder el tiempo en responder a nadie pero sí queremos aclarar algunas ideas sobre algún punto que no pudimos abordar con mayor detalle en nuestro libro, por ejemplo, el tema del sindicalismo ya que nos parece crucial para comprender en dónde se encuentra la clase obrera del Estado y por qué.

Una de las cosas que pudimos leer en redes es que nuestro posicionamiento presentaba prejuicios hacia los sindicatos mayoritarios, confundiendo las críticas que hacemos muy de pasada a UGT y CCOO con una postura que desprecia la sindicalización. En ningún momento negamos la importancia del sindicalismo, es más, reclamamos la necesidad de un sindicalismo de clase, combativo y que no pierda de vista el objetivo para el que fue creado: defender los intereses de la clase trabajadora pero con la vista puesta en la emancipación social, no solo en el conflicto económico. Lo que pasa es que los propios sindicatos han sido en gran medida los responsables de su descrédito entre los trabajadores, no solamente por lo que publique de ellos la derecha mediática por sus supuestas mariscadas o cursos de formación falsos, sino por el papel que muchos de sus representantes han desempeñado en luchas concretas a lo largo y ancho del Estado. Quizás este hecho, junto a otros factores como el paro o la precariedad, permita entender por qué los grandes sindicatos han perdido medio millón de afiliados entre 2009 y 2015, o por qué en el Estado español tenemos una de las tasas de afiliación sindical más bajas de Europa. Un pasado heroico o la existencia de unas bases honradas y combativas en el seno de UGT y CCOO no pueden ocultar lo preocupante y sintomático que resulta tener un ex secretario general de CCOO vinculado a la Fundación FAES y que presenta las memorias de Aznar, o una concepción sindical enfocada al diálogo social que, ante un conflicto en un centro de trabajo, se preocupa más de consensuar con la empresa que en mirar por los trabajadores. Algo que hemos podido comprobar empíricamente en las muchas presentaciones que hemos hecho del libro al lado de trabajadores y trabajadoras de distintos sectores, muchos de los cuales coincidían en que los grandes sindicatos jugaban un papel de contención de los trabajadores y de conciliación con sus empresas en las luchas; algunos de quienes realizaban estas afirmaciones eran o habían sido, incluso, afiliados a CCOO. Nos preguntamos qué sucedería si tuviéramos unas direcciones sindicales a la altura de las necesidades de sus afiliados o de una clase trabajadora en general que está cada día más segmentada. Lo que ya sabemos es que la naturaleza aborrece el vacío, y el hueco dejado en algunos conflictos por la ausencia o dejación de cierto sindicalismo se llena con otro tipo de acción colectiva sindical.

Por otra parte, es sintomático que algunas reacciones hayan provenido de personas que se encuadran en esa izquierda académica que retratamos. Dentro de esta hay quienes han avalado la publicación de críticas sin contrastar el contenido del libro. Otros han reaccionado molestos porque creen detentar el patrimonio exclusivo a la hora de hablar por la clase obrera, queriendo circunscribir el debate sobre nuestra clase a unos corsés académicos donde nadie que no cite directamente a Marx en cada párrafo, o no se haya leído todos los tomos de la historia de la clase obrera mundial, puede opinar al respecto. Evidentemente, esto excluye de los debates a todos aquellos trabajadores que no se mueven en el mundo académico y perpetúa que algunos en la academia sigan detentando el monopolio de qué se escribe o cómo se escribe sobre nuestra clase. Es interesante preguntarse por qué, a quienes han estado durante años hablando de la clase obrera, les incomoda que vengan unos outsiders –a sus ojos– a hablar de ella. ¿Es que acaso la clase obrera solo sirve para hablar por ella en papers académicos, estudios sociológicos y libros escritos desde un cientifismo aséptico y desapasionado? ¿Quién decide lo que se puede decir o no decir o cómo decirlo?

Para estos Torquemadas de la academia y la política, los subalternos no pueden hablar por sí mismos si no cumplen determinadas reglas que ellos mismos establecen porque, por supuesto, la academia es su feudo. Nos los imaginamos afeándole la conducta a Frantz Fanon por su tono visceral en Los condenados de la tierra. Es el mismo procedimiento que culpabiliza a los que usan la rabia para liberarse. Es como la presentadora de televisión Ana Rosa Quintana diciendo en horario prime time que Diego Cañamero no puede ser un representante político porque dice «pograma» en lugar de programa. A quienes les molesta que los secularmente marginados irrumpamos en la escena para exponer nuestra visión del mundo por la vía directa y a nuestra manera, sentimos decirles que la clase obrera está de moda y se van a tener que acostumbrar a que cada vez hablemos más de nosotros mismos, sin necesidad de que nadie lo haga por nosotros.

Quienes han entendido el libro como un ejercicio meramente académico realmente no han comprendido nada de su esencia ni de su propósito. Como varios de nuestros acompañantes, en las diversas presentaciones que hemos hecho del libro, observaron acertadamente, el libro es un grito desesperado, un golpe encima del tablero, un arma para la emancipación de nuestra clase. Sin duda, queríamos –y queremos– debatir con esa izquierda académica a la que consideramos culpable también de la desaparición de nuestra clase, pero no entendemos el debate intelectual como una competición de citas y lecturas eruditas para autosatisfacción y autoconsumo ególatra. Por eso, sentimos haber decepcionado a quienes esperaban encontrar en este libro un estudio al nivel de El Capital de Marx sobre la clase obrera. Agradecemos sus expectativas y lamentamos si no les hemos aportado nada nuevo porque ya saben mucho o están de vuelta de todo. Les animamos a que se dirijan a Akal para solicitar las hojas de reclamaciones y la devolución del dinero.

Por último, quisiéramos concluir reflexionando que si hay algo realmente valioso que ha propiciado la publicación del libro es el diálogo que se ha establecido con mucha gente que comparte nuestra preocupación por volver a poner en el centro la cuestión de la clase social. Creemos que de nada sirve escribir mil tratados sobre la clase obrera si la propia clase obrera no te lee, igual que no sirve de nada, en un libro que reclama su labor de agitación política y está dirigido a la clase obrera, que esta te lea pero no te entienda. Por eso, cuando sabemos que gracias a la publicación del libro muchos jóvenes de barrio –y no tan jóvenes– se han acercado a unos debates que parecían exclusivos de cierta elite académica o política, sonreímos por lo bajini. También nos ha llenado de satisfacción recibir mensajes de trabajadores y trabajadoras reflexionando sobre algunas partes del libro, expresando sus coincidencias o discrepancias, diciendo que el libro les ha hecho sentir que no están solos, que les ha reforzado su orgullo, o que en su fábrica o entre sus compañeros de trabajo ha causado interés. De igual manera, cuando nos enteramos que Alfon nos ha leído en la cárcel o cuando Julio Anguita nos recomienda para un debate con chavales de instituto, o cuando nos invitan a debatirlo en la Universidad o con trabajadores, colectivos políticos, etc., sentimos que el libro está cumpliendo la función para la que fue escrito. Por eso queremos agradecer a las gentes anónimas o conocidas, todas igual de importantes, que han mostrado su interés en el libro y han tenido la generosidad de compartir parte de su valioso tiempo con nosotros, bien en alguna presentación, bien leyéndonos.

Ojalá La clase obrera no va al paraíso siga multiplicando sus lectores y azuzando un necesario debate en las filas de la izquierda, que cargue de argumentos a los nuestros para seguir luchando por una sociedad sin oprimidos ni opresores. Porque creemos que la reivindicación del orgullo obrero, la conciencia de clase y la rabia que emana de quienes no soportan la injusticia son todavía parte de los elementos imprescindibles para transformar esta sociedad.

Ricardo Romero (Nega), Arantxa Tirado

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