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En la década que siguió a la victoria prusiana y a la supresión de la Comuna, la «fiebre de la geografía» barrió Francia. Por todas partes había señales del nuevo ardor por dicha ciencia: no sólo en la fundación de la geografía académica por historiadores renegados como Levasseur, Vidal de La Blache y otros, sino también en la mejora de la enseñanza de la geografía en todos los niveles del sistema educativo y en el número de congresos nacionales e internacionales celebrados en Francia durante esa década. Inmediatamente después de la guerra, varios grupos de presión lanzaron una campaña nacional para exigir la apertura de una Escuela Superior de Geografía en París.

Un geógrafo belga escribe en 1881: «Ningún país ha hecho más por desarrollar y popularizar una ciencia en concreto que Francia, desde la guerra de 1870». La fecha y el suceso, 1870, son cruciales. Porque popularmente se pensaba que la derrota de Francia a manos de los prusianos se había debido a que las tropas francesas no conocían suficientemente bien la geografía. En 1874, cuando se funda Revue de géographie, el primer número justifica su existencia con estos comentarios iniciales: «Todos recordamos aquellos mapas erróneos proporcionados a nuestros oficiales en 1870, que apenas proporcionaban descripciones sobre las regiones que fueron el teatro de esa guerra funesta».

Vidal de La Blache. La geografía del paisaje

La geografía universitaria comenzó en la década de 1870: fue entonces cuando la materia se institucionalizó por primera vez como una disciplina académica en Francia. Durante esta década comenzó a tomar forma la enormemente influyente Escuela Francesa de Geografía, en torno a las figuras de Émile Levasseur, el gran iniciador que mostró la necesidad de que se enseñase la geografía como disciplina; Ludovic Drapeyron, fundador de la Revue de géographie y, el más importante, Vidal de La Blache, que más tarde sería canonizado, muy significativamente, por Lucien Febvre y otros grandes historiadores de la Escuela de los Annales, como el «padre de la geografía francesa». El modelo de Vidal ejercería un control hegemónico sobre los estudios geográficos hasta la década de 1950.

No sorprende que Febvre abrazase la obra de Vidal de La Blache. Los historiadores de Annales establecieron, en las décadas de 1920 y 1930, una historiografía que situaba en primer plano elementos muy a menudo considerados geográficos o espaciales: el clima, la demografía, la vida rural inmutable asociada con el tiempo concebido como longue durée.

La historia nos cuenta que la geografía francesa nació en la década de 1870, como hija bastarda de la historia. Levasseur, Drapeyron y Vidal se formaron inicialmente como historiadores, y todos ellos emprendieron tareas más geográficas tras la derrota francesa de 1870: la historia espacial. Vidal, quien escribió más tarde acerca de su propia metamorfosis, atribuye el cambio a un itinerario bien recorrido y conmemorado por los poetas parnasianos de la época: le sedujo la geografía, escribe, por los frecuentes viajes que hizo de joven a Egipto, Grecia y Asia Menor para explorar las ruinas antiguas.

Vidal proporcionó definición y método a la geografía clásica francesa. La definición fue concisa y perdurable: «La geografía es la ciencia del paisaje». La geografía vidaliana toma su modelo del sueño taxonómico de las ciencias naturales y está resueltamente dirigida a la descripción; el geógrafo se encuentra frente a un paisaje: el aspecto perceptible y visible del espacio. Cuando Vidal escribió el que se convertiría en el texto magistral de la geografía francesa, lo tituló Tableau de la géographie de la France, un título que no sólo revelaba los contenidos del libro –inventario de los paisajes típicos de Francia– sino también la situación de su autor: el geógrafo como pintor de paisajes.

El método que proporcionó Vidal y que difundiría la renombrada Escuela Francesa puede resumirse como sigue: la descripción geográfica de cualquier país consiste en presentar y describir las regiones que lo componen. El espacio se divide en regiones que existen como «individualidades», «personalidades» específicas; la función del geógrafo es la de detallar la fisonomía de una región y mostrar que sus rasgos derivan de una interacción armoniosa y permanente entre las condiciones naturales y los viejos patrimonios históricos. Pasarían muchas generaciones antes de que alguien comprendiese que las regiones de Vidal no eran algo naturalmente «dado»: que Bretaña, por ejemplo, no era una designación de origen divino.

Élisée Reclus. La geografía social

La institucionalización de la «geografía del paisaje» y la preeminencia de Vidal de La Blache se produjo a costa de reprimir significativamente el trabajo de un geógrafo anarquista que escribía por aquel entonces: Élisée Reclus.

Como en el caso de Rimbaud, la imaginación política de Reclus, así como su geografía personal, estuvo marcada por la participación activa en la Comuna de París; debido a esa participación, se vio obligado a exiliarse en Suiza (su fama como geógrafo impidió que lo deportasen a Nueva Caledonia), donde produjo la mayor parte de sus grandes obras.

Participó en la disputa que condujo a la escisión entre Marx y Bakunin en 1872 y defendió el anarcocomunismo en numerosos artículos que aparecieron en revistas como Le Révolté y La Liberté. Entre sus informadores geográficos se incluyeron otros anarcocomunistas como Malatesta y Kropotkin, que le proporcionaron información sobre los terrenos de Italia y Rusia. En sus escritos políticos defendió una sociedad inspirada en la Comuna, organizada desde la base, y abordó los problemas de la burocracia, la autogestión, y la libertad de las organizaciones obreras respecto al partido. Su preocupación constante fue el problema del Estado y la relación de este con el individuo. En 1879, cuando el gobierno francés le concedió la amnistía oficial, Reclus se negó a volver a Francia hasta que se la concediese también a todos los communards.

A diferencia de contemporáneos como Vidal, Drapeyron y Levasseur, la formación intelectual inicial de Reclus no fue la historia sino la teología. Mientras que la decisión inicial de Vidal de convertirse en geógrafo estuvo animada por los viajes a las ruinas antiguas de Egipto y Grecia, en el caso de Reclus fueron los viajes a América e Irlanda, donde lo conmovieron las devastaciones causadas por la gran hambruna, los que consolidaron sus convicciones socialistas y su decisión de escribir sobre geografía.

Reclus, el primero que empleó la expresión «geografía social», opuso a la definición vidaliana que entendía la geografía como la ciencia del paisaje una distinta: «La geografía no es sino la historia en el espacio». Como tal, en sus análisis tiene en cuenta el espacio como conjunto diferenciado y cambiante, no estático. «La geografía no es una cosa inmutable. Se hace y se rehace todos los días; a cada instante, se modifica por la acción del hombre.

En su mayor parte, Reclus evita la cosificación empirista del espacio que se da siempre que se postula cualquier forma de existencia autónoma de hechos, procesos o estructuras espaciales que constituirían el objeto de un análisis espacial. El espacio en la obra de Reclus se considera un producto social –o, más bien, tanto productor como producido, tanto determinativo como determinado–, algo que no puede explicarse sin recurrir al estudio de cómo funciona la sociedad.

Mediante su constante preocupación por analizar las relaciones de poder entre imperios, Estados y personas, Reclus refuta la definición de geografía como «la ciencia de los lugares y no de las personas» dada por Vidal. Sus análisis demuestran, por ejemplo, con asombrosa complejidad, los cambios provocados por la colonización en las poblaciones indígenas y en la organización del espacio de estos, anticipando así muchas de las teorías más modernas sobre el desarrollo desigual.

Sociedades geográficas. El preludio de la expasión colonial

Los historiadores de la política colonial francesa presentan, en general, el ascenso del interés por la expansión colonial como un cambio bastante repentino en la década de 1880. Pero, si bien no podemos hablar de un pleno movimiento colonial en la década de 1870, sí podemos ciertamente reconocer la existencia de un verdadero movimiento geográfico. La geografía, como explica el geógrafo anticolonialista Jean Dresch, no nace durante el triunfo de la burguesía; su desarrollo es parte integrante de ese triunfo.

A mediados de la década de 1870, aparecieron las primeras revistas francesas –L’Explorateur y Revue de géographie– dedicadas por completo a la geografía; las sociedades geográficas francesas, que en 1881 aplaudirían unánimemente la conquista de Túnez, experimentaron lo que sólo puede describirse como una expansión meteórica. Antes de 1871, sólo había una de esas sociedades, con sede en París, que nunca superó los 300 miembros; diez años más tarde, había 12 nuevas sociedades importantes y otras muchas de menor entidad, con un total de 9.500 socios.

A medida que avanza la década, las sociedades funcionan cada vez más como agencias de propaganda para viajes y exploraciones: vagabundeo con permiso; la primera Sociedad Francesa para la Geografía Comercial se funda en 1874; Drapeyron, en un escrito de 1875, proclama que «el mundo pertenecerá a quien mejor lo conozca». Pidiendo suscripciones públicas para financiar a exploradores, la retórica de los boletines de las sociedades geográficas empieza a mostrar una completa asimilación de la figura del geógrafo con la figura del explorador y, más tarde, con la del commerçant:

El fin que las sociedades geográficas se proponen a sí mismas consiste en favorecer las exploraciones de países desconocidos y todavía poco visitados para traer de ellos productos del suelo y llevar allí los objetos de nuestra industria y, al mismo tiempo, efectuar la penetración de ideas morales que elevarán el nivel intelectual de razas relativamente inferiores hasta nuestros días. Pero, para alcanzar ese fin, un joven debe tener pasión por los viajes y las exploraciones, y un conocimiento exacto de las ciencias geográficas. Este último punto es indispensable.

El explorador/geógrafo, explica otro boletín, es aquel que sacrifica su vida para darle «un mundo a la ciencia, una colonia a su país». En 1881, la Revue de géographie expresaba la orgullosa creencia de que su trabajo facilitaba la intervención francesa en Túnez. Las sociedades geográficas ofrecían premios por logros de fantasmagoría planetaria que, en su mayor parte, revelaban la misma «fantasía de la línea recta» que había marcado las transformaciones de París por Haussmann una década antes: la nueva y abierta París del capital financiero, una ciudad de tráfico fluido, arterias intraurbanas y audaces vías públicas. Debería concederse, por ejemplo, un premio especial a cualquier viajero capaz de viajar de Argelia a Senegal pasando por Tombuctú. En juego estaba el persistente sueño de construir un ferrocarril transahariano que uniese las dos colonias francesas más importantes de ese momento: Argelia y Senegal. Uno de los más extravagantes proyectos estudiados, debatidos y planeados en la década de 1870 fue la creación de un mar en medio del Sahara.

Otro proyecto curioso fue el de fundar una escuela práctica de estudios geográficos superiores que emprendiese una campaña de exploración geográfica «alrededor del mundo». Para efectuar este plan, los promotores esperaban encontrar a 50 viajeros ricos, cada uno de los cuales debía aportar 20.000 francos. Sus esperanzas se basaban en el éxito astronómico de una obra teatral basada en La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne; otra nota estrafalaria se añadió cuando el propio Verne aceptó encabezar el comité organizador.

Fragmentos extraídos del libro «El surgimiento del espacio social. Rimbaud y la Comuna de París» de Kristin Ross

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