No cierres los ojos Akal
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Ehrenburg y Ernest Hemingway, Barcelona, 1937. Se habían conocido anteriormente en Madrid en ese mismo año. Hemingway acababa de despertar a Ehrenburg en su habitación del hotel cuando Capa tomó esta fotografía. (Robert Capa/Magnum Photos.)

Periodista, novelista y poeta, Iliá Ehrenburg (1891-1967) fue uno de los personajes más destacados de la cultura europea del siglo XX: revolucionario en la Rusia imperial de 1905, corresponsal de guerra en la Primera Guerra Mundial, bohemio en el París de entreguerras y periodista destacado por Izvestia en la Guerra Civil Española, Ehrenburg cubrió para el Ejército Rojo la Segunda Guerra Mundial, documentando escrupulosamente, junto a Vasili Grossman, el genocidio de los judíos europeos en El libro negro. Sin lugar a dudas, Ehrenburg es una de las figuras más geniales, a la par que controvertidas, que ha dado Rusia a la historia.

Joshua Rubenstein:

Los dos años que Ehrenburg pasó en España se pueden incluir entre los más difíciles e intensos de su larga y complicada vida como escritor y periodista.

A altas horas de una noche de mediados de julio de 1936, estaba sentado ante su escritorio en París acabando un libro de relatos cortos cuando encendió la radio y se enteró de que unos generales habían dado un golpe militar. «Para algunas personas la vida se dividió en dos el 22 de junio de 1941, para otras el 3 de septiembre de 1939 y para otras el 18 de julio de 1936», escribió Ehrenburg en sus memorias Gentes, años, vida. A finales de agosto, antes incluso de que sus editores moscovitas y el Politburó aprobaran su viaje a España, Ehrenburg ya iba de camino a Cataluña.

A Ehrenburg lo atraía desde hacía tiempo España y la cultura española. Había conocido a Pablo Picasso en París en la primavera de 1914 y posteriormente defendió sus obras en Moscú ante ignorantes censores. En 1915-1916 tradujo al ruso poemas de poetas clásicos españoles como Gonzalo de Berceo, Juan Ruiz (Arcipreste de Hita) y Jorge Manrique. Por aquellos años también leyó Don Quijote y durante décadas mencionó en sus obras al «caballero del triste semblante». (Después de morir Stalin, se refería cariñosamente a Nikita Jruschov como «Sancho Panza».) Hizo una primera visita corta a España en 1926 y luego regresó en 1931 para una estancia más larga tras el colapso de la dictadura militar, recorriendo los pueblos y ciudades de España durante semanas a veces a lomos de un burro. Fue en esa época, a comienzos de la década de los treinta, cuando Hitler empezaba a afianzar su poder en Alemania –Ehrenburg viajó a Berlín dos veces en 1931– y España estaba a punto de enfrentarse a su propia revuelta política con un reciente y débil sistema parlamentario, cuando Ehrenburg decidió abandonar su papel de escritor soviético independiente viviendo en París para convertirse en corresponsal soviético oficial.

Ehrenburg regresó a España en la primavera de 1936, después de que una coalición de centro-izquierda obtuviera una estrecha mayoría de escaños en las Cortes. Pasó dos semanas en el país y se reunió con socialistas, nacionalistas catalanes y muchos comunistas como el poeta Rafael Alberti y la valiente representante del Partido Dolores Ibárruri, la Pasionaria. Presenció huelgas en Madrid y Barcelona y vio cómo los fascistas atacaban a los obreros en las calles. Ehrenburg «se iba enamorando cada vez más profundamente de España» y le costó volver a Francia en abril para cubrir las elecciones generales. Veía que la guerra se acercaba y estaba decidido a encontrar su lugar al lado de la República Española.

Como escritor soviético y emisario dirigido a los intelectuales occidentales en defensa del Kremlin, siempre había asumido con profunda convicción que su país, la Unión Soviética, sería un enemigo enconado del fascismo europeo. Pero su estancia en España durante la Guerra Civil coincidió con los años del Gran Terror, cuando millones de inocentes ciudadanos soviéticos, incluidas grandes figuras culturales, militares y políticas, desaparecieron o fueron condenados en grotescos juicios amañados. Ehrenburg conocía a muchas de las víctimas, como la figura del Partido Comunista Nikolái Bujarin, quien había sido amigo suyo desde su época en el instituto, cuando Bujarin incitó a Ehrenburg al movimiento bolchevique ilegal de Moscú. Entre sus más íntimos colegas literarios estaban también Osip Mandelshtam e Isaac Bábel.

El contingente soviético en España no era inmune a las tensiones que se desarrollaban en su propio país: periodistas, diplomáticos y oficiales eran llamados de vuelta a Moscú sólo para desaparecer. En España, el propio Ehrenburg recordaría que muchos de los representantes soviéticos no eran ni «diplomáticos ni soldados», sino miembros de la policía secreta de Stalin.

Existen muchos puntos de vista en torno al doble papel que desempeñaba Stalin. En España, el dictador proporcionaba armas para ayudar a defender a la República, pero también ordenaba durísimos ataques contra los aliados antiestalinistas de izquierdas, mientras que en Moscú utilizaba la lucha antifascista para ayudar a camuflar el Gran Terror. A lo largo de la Guerra Civil, escribiría después Ehrenburg, sus pensamientos estaban «envueltos por la pérdida de personas cercanas a mí». A medida que avanzaba la guerra y las defensas republicanas se veían cada vez más mermadas por las fuerzas de Franco –ayudado por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler–, Ehrenburg se tornó más retraído, adoptando su característica reserva. Aun así, continuó su trabajo como periodista, inundando de artículos la prensa soviética y enviando fotografías a los periódicos de Moscú y París.

Décadas después, abatido por «una terrible ternura y melancolía», Ehrenburg seguía «aferrado a la emoción» cuando escribía sobre la Guerra Civil Española en sus memorias. No se hacía ilusiones sobre la política de Stalin y no intentaba romantizar la lucha antifascista española o en el resto de Europa. «Era difícil respirar en la Europa atormentada y humillada de los años treinta», recordaba en Gentes, años, vida. «El fascismo avanzaba y avanzaba sin obstáculos. Cada país, incluso cada hombre, tenía la esperanza de salvarse a solas, de salvarse a toda costa, ponerse a seguro en silencio, salvarse con un soborno… Pero luego, de repente, un pueblo se levantaba y presentaba batalla. No se salvaba, ni salvaba a Europa, pero, si entre los hombres de mi generación quedan aún restos del significado de las palabras “dignidad humana”, es gracias a España. España se convirtió en el aire que permitió a la gente volver a respirar».

A los dos años de la caída de la República Española, Ehrenburg tuvo que afrontar una guerra aún más terrible. Para entonces ya estaba de vuelta en Moscú. Cuando regresó en el verano de 1940, tras haber sido testigo de la ocupación alemana de París, Ehrenburg era ya persona non grata. Sus años en Occidente habían hecho que los círculos literarios se alejaran de él, preguntándose si tardaría mucho en desaparecer como tantos otros. Como antifascista convencido, parecía no haber mucho espacio para él cuando la Unión Soviética estaba celebrando su pacto con Hitler. Ehrenburg podía publicar poco en la prensa soviética y durante sus conferencias muchos oyentes, repitiendo como loros el lema oficial soviético, le incitaban a que condenara a Gran Bretaña en un momento en que la Luftwaffe estaba bombardeando Londres y Coventry. No obstante, Ehrenburg sabía que su país no podría evitar la guerra con Alemania. Poco después de la invasión alemana del territorio soviético, el 22 de junio de 1941, Ehrenburg fue llamado de inmediato por el periódico Krásnaya Zvezdá (Estrella roja) e invitado a escribir una columna normal. Podía reasumir la lucha contra el fascismo, una lucha que para él ya había empezado en España.

Para los lectores actuales hay otro aspecto de la carrera de Ehrenburg que guarda similitud con la experiencia de España bajo una dictadura. Debido a que Ehrenburg fue útil para Stalin y sobrevivió al dictador, siempre han corrido rumores que exageraron episodios de su supuesta obediencia: que informaba en contra de sus amigos y con ello contribuía a su muerte, o que participaba en rituales públicos de denuncia contra los defensores en los juicios ficticios de los años treinta.

Casi inmediatamente después de la muerte de Stalin, Ehrenburg comenzó a demostrar su supervivencia moral y espiritual. Entre la muerte de Stalin en marzo de 1953 y la publicación de la novela de Aleksandr Solzhenitsyn Un día en la vida de Iván Denísovich en noviembre de 1962, Ehrenburg fue la voz independiente más reconocida de la Unión Soviética, dedicando su energía y reputación a fomentar la reforma cultural y la libertad de expresión. Durante la era Jruschov, estuvo en el centro del debate y la controversia. Esta atención que recibía de lectores y censores por igual le daba vigor para continuar, y lo ayudó a superar tanto el paso de la edad como los efectos del cáncer, reforzando una resistencia física y moral que lo destacaba de cualquier otra figura de esta generación.

Pero, después de su muerte, su obra como escritor y figura pública cayó rápidamente en el olvido. Sus libros más importantes, como Gentes, años, vida, o su primera y más lograda novela, Las aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos, no se reeditaron durante muchos años; incluso se prohibió finalmente mencionar sus memorias en la estrictamente controlada prensa soviética. Y su único papel como personaje público, como alguien que continuamente retaba a Jruschov y Brézhnev, fue pronto tapado por una era en que escritores más jóvenes y duros y activistas que luchaban por los derechos humanos buscaban no sólo la libertad cultural sino también la auténtica reformal legal y política.

El papel de Ehrenburg en la preparación de los cimientos del movimiento soviético por los derechos humanos apenas ha sido apreciado o reconocido. Con su insistencia en la necesidad de reeditar las obras de escritores prohibidos como Isaac Bábel, Osip Mandelshtam y Marina Tsvetáeva, estaba ofreciendo un modelo para la nueva generación de activistas, quienes pudieron entender la importancia de tener acceso a la historia cultural del país, y el cómo y el porqué de esa demanda asustó a los burócratas del Partido Comunista. Al servir de puente entre el arte y la literatura occidental y un público soviético impaciente que ansiaba saber más de la cultura contemporánea europea y norteamericana, Ehrenburg inspiró a una generación de lectores y visitantes de museos para que se atrevieran a desafiar el aislamiento impuesto por el Kremlin. Finalmente, Ehrenburg se reunió con varias figuras importantes de los primeros activistas «disidentes». Aleksandr Ginzburg y el general Petr Grigorenko fueron a consultarlo. Y el reverenciado artista Varlam Shalámov, cuyos relatos sobre sus muchos años en el gulag inspiraron a Aleksandr Solzhenitsyn, vino a conocer y admirar a Ehrenburg en la década de los sesenta.

Es cierto que Ehrenburg estaba terriblemente desilusionado y amargado al final de su vida, pero no fue por culpa de sus propios errores o arrepentimientos. Estaba amargado por la forma en que Leonid Brézhnev cambió las reformas de Jruschov, lo que lo llevó al convencimiento de que no viviría para ver el florecimiento o la libertad cultural de su país.

Prólogo del libro “Lealtades enmarañadas ” de  Joshua Rubenstein

Lealtades enmarañadas. Vida y época de Iliá Ehrenburg – Joshua Rubenstein  – Siglo XXI Editores

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