¿Por qué Marte?

David Galadí-Enríquez

27 de noviembre de 1971. A plena luz del día, aunque en medio de una monumental tormenta de viento y arena, cayó del cielo por primera vez un artefacto procedente de otro planeta. El trazo luminoso causado por el calor generado por la nave al rozar contra la atmósfera dibujó un arco en el cielo. Segundos después siguió el estampido sónico liberado cuando el aparato empezaba a moverse con una velocidad inferior a la del sonido. El escudo térmico se desprendió correctamente, pero algo falló en el sistema de control del vehículo: los paracaídas no lograron desplegarse de manera correcta y aquella máquina formidable que había sido capaz de recorrer cientos de millones de kilómetros por el espacio interplanetario terminó el viaje destrozada contra el suelo. Los restos del accidente siguen esparcidos por la llanura: dispositivos electrónicos, baterías, lentes y cámaras, una bandera roja dibujada sobre el carenado exterior…

Foto: NASA

La historia anterior es verdadera, y no un fragmento extraído de un relato de ciencia ficción. A pesar de que se conocen los datos clave del suceso, incluidas las coordenadas geográficas del lugar (latitud 44º 12′ sur, longitud  46º 48′ al este del meridiano cero), nadie ha visitado todavía ese paraje donde una tarde de noviembre, hace más de cuarenta años, se estrelló la primera nave espacial llegada del firmamento. Todo sucedió al borde de la llanura de Hellas, en las estribaciones de la cordillera Hellespontus, en Marte. El aparato cósmico procedía de la Tierra y su nombre era Mars 2. Unos días después, el 2 de diciembre, lograba posarse con suavidad en el suelo marciano un robot gemelo llamado Mars 3.

Incluso los científicos mejor informados están convencidos de que el lugar del accidente recibirá la visita de los terrícolas algún día. El geólogo planetario William K. Hartmann, por ejemplo, afirma: «Me gusta pensar que futuros exploradores de Marte irán algún día en busca de este objeto histórico y lo pondrán en un museo, y quizá podamos convertir ese lugar en un monumento, el primer lugar donde la humanidad consiguió tomar contacto físico con el distante mundo hermano de Marte». Mijaíl Márov, miembro del equipo que construyó las naves, se muestra de acuerdo: «En cuanto al módulo de aterrizaje Mars 3, no me cabe la menor duda de que astronautas futuros que exploren Marte con todoterrenos de gran autonomía tendrán una buena oportunidad para encontrar sus restos y hasta los de su compañero menos triunfal, Mars 2. El año 1971 estuvo marcado por un acontecimiento de enorme importancia, representado por la puesta en órbita alrededor de Marte de los primeros satélites artificiales y por un experimento científico y técnico único: el primer aterrizaje suave en ese planeta».

Guía turística de Marte

La intensidad de los esfuerzos por explorar el espacio han disminuido mucho desde los años setenta. La inmensísima mayoría de los artefactos espaciales que se lanzan hoy día está dedicada a observar la propia Tierra, o a prestar servicios diversos a sus habitantes: observaciones meteorológicas, televisión, telefonía, estudio de los mares y del territorio, espionaje, salvamento… Desde que los astronautas de la misión Apollo 17 regresaron a la Tierra el 19 de diciembre de 1972, ninguna misión espacial tripulada se ha aventurado a alejarse de nuestro planeta más de unos pocos cientos de kilómetros. Aun así, prosigue el envío de sondas automáticas a otros mundos del Sistema Solar, si bien a un ritmo muy pausado que contrasta con la actividad frenética desarrollada por las agencias espaciales soviética y estadounidense en los años de la Guerra Fría.

Entre los cuerpos celestes más visitados por nuestros emisarios robóticos destaca muy en especial el planeta Marte. Aunque el ritmo de lanzamientos se haya moderado, la comunidad científica cuenta con mejorar poco a poco la exploración robótica de Marte y, sin que se puedan dar aún fechas, se contempla en el horizonte la posibilidad de enviar personas a ese planeta. La tecnología actual permite ya viajar a Marte y, si no se hace, es solo por una cuestión de dinero: sería un proyecto factible, pero muy caro.

¿Por qué este interés en Marte? ¿Cómo se explica que cunda esa certeza sobre la llegada de seres humanos a Marte, en un futuro indeterminado pero tal vez no muy lejano? ¿Qué se nos ha perdido allí?

La Guerra Fría fomentó un ambiente de competición entre las dos superpotencias que justificaba, por sí solo, que los gobiernos efectuaran grandes inversiones en la exploración del espacio. Desaparecidas las motivaciones de carácter geoestratégico, la comunidad científica ha tenido que buscar argumentos propagandísticos convincentes para entusiasmar al público, o sea, en el fondo a los votantes, para favorecer las decisiones políticas que financien los programas espaciales. En general, pero sobre todo cuando se trata de Marte, las palabras favoritas elegidas por la propaganda son agua y vida. Tanto se abusa de estos lemas que a veces da un poco de vergüenza ajena. Ya no se puede seguir la cuenta de cuántas veces se ha «descubierto» agua en Marte o en los polos de la Luna, por ejemplo, y llega a molestar la insistencia en la búsqueda de vida como motivación para misiones espaciales de contenido biológico muy marginal.

Hephaestus Fossae, en Marte, observado por la sonda automática de la ESA /Mars Express

Hace muchos decenios que se sabe que en Marte hay agua, y entre la comunidad científica cunde el convencimiento de que allí no hay vida, al menos hoy en día. Entonces, si la insistencia en el agua y la vida es poco más que propaganda, ¿qué es lo que nos lleva al planeta rojo?

No hace falta un gran esfuerzo de inventiva para hallar la respuesta, porque en el fondo lo que nos mueve a explorar Marte es el mismo impulso que ha llevado a construir la ciencia, el rasgo (probablemente de origen genético) que ha hecho grande a nuestra especie: la curiosidad. Queremos ir a Marte por los mismos motivos que movieron a los científicos (no a los políticos) a explorar la Luna. Seguimos el mismo impulso que animó a escalar el Everest o a alcanzar el polo sur: no se fue allí en busca de agua o de vida (aunque, por supuesto, en todos esos lugares puedan hacerse experimentos de contenido biológico), sino en busca de novedades, desafíos y fronteras que rebasar. Toda la geología planetaria es, como cualquier otra ciencia, una aventura de exploración motivada en el fondo por el afán de conocimiento.

Si esto es así, ¿por qué no se pone el mismo empeño o interés en otros planetas? Las razones son múltiples, pero la principal consiste en que Marte es el único mundo del Sistema Solar al que realmente podrían viajar personas con la tecnología actual. Venus está más cerca, pero es un infierno en el que resulta imposible sobrevivir. Mercurio es también un lugar extremo, pero, además, la mecánica celeste hace que sea muy difícil de alcanzar con las naves espaciales de ahora. Los gigantes gaseosos, de Júpiter a Neptuno, carecen de superficie sólida y sus satélites plantean retos ambientales o tecnológicos muy diversos. Al final nos quedan solo la Luna y Marte, y quizá algunos asteroides, como sitios que los seres humanos puedan visitar en persona. La investigación sobre el resto de mundos del Sistema Solar, y sobre el cosmos en general, seguirá sin duda por medios automáticos. Pero el único planeta, aparte de la Tierra, en el que cabe imaginar presencia humana es Marte.

William K. Hartmann

Disponemos de los medios necesarios y contamos con motivos más que sobrados para explorar ese mundo hermano, en busca de novedades científicas pero también en busca de una parte de nuestra propia historia como especie. La única incógnita es cuándo sucederá. Citando de nuevo a William K. Hartmann: «¿Cuántos años pasarán hasta que unas manos humanas vuelvan a tocar la sonda Mars 3?».

David Galadí-Enríquez, astrónomo técnico y responsable de comunicación en el Centro Astronómico Hispano Alemán (Observatorio de Calar Alto), es director de la colección Astronomía en Ediciones Akal.

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