Agosto de 1968: tanques del Pacto de Varsovia en las calles de Praga

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Tanques soviéticos en la ciudad vieja de Praga – CC BY-SA 3.0 ALDOR46 (Wikimedia Commons)

En la noche de 20 de agosto de 1968, tropas del Pacto de Varsovia, con el beneplácito de la URSS, la RDA, Polonia, Bulgaria y también de Hungría, atravesaron la frontera checoslovaca, a pesar de la oposición frontal de los partidos comunistas de Rumania y Yugoslavia. Seis horas más tarde, los tanques modelo JS-3 llegaban a Praga. Los efectivos militares invasores doblaban los usados en la invasión de Hungría en 1956. Cumbre abisal del cinismo y de las paradojas políticas, el gobierno soviético había patrocinado en 1966, sólo dos años antes, una resolución aprobada por las Naciones Unidas por la que se condenaba tajantemente las injerencias de los Estados en los asuntos internos de otro país.

La invasión cogió por sorpresa a la ciudadanía y a los mismos dirigentes del KSČ. Precisamente, en el momento de la entrada de las tropas en Praga, estaba reunido el presídium del Partido. Antes de que Dubček, Czernik y Smrkovsky fueran detenidos y llevados a Moscú, aún hubo tiempo para publicar una declaración de condena de la invasión

Sucedió [la invasión] sin el consentimiento del presidente de la República, del presidente de la Asamblea Nacional, del primer ministro y del primer secretario del comité central del KSČ y de todos estos órganos.

El presídium del comité central del KSČ se encontraba reunido en esos momentos para discutir los preparativos del XIV Congreso del Partido. El presídium ruega a todos los ciudadanos que conserven la calma y que no se resistan al avance de las fuerza armadas. En consecuencia ni el ejército ni las fuerzas de seguridad ni las milicias populares han recibido órdenes de defender el país.

El presídium consideraba que el acto de ocupación era contrario no sólo a los principios que debían regir las relaciones entre países socialistas sino también a las normas básicas del Derecho internacional.

La declaración finalizaba señalando que todos los dirigentes del Estado, del Partido y del Frente Nacional, siguiendo las leyes y normas vigentes en la República Socialista de Checoslovaquia, permanecerían en sus puestos para los que habían sido nombrados como representantes del pueblo y de sus organizaciones.

La resolución fue aprobada en torno a la una de la madrugada de 21 de agosto. Votaron a favor Smrkovski, Kriegel, Spacek, Cernik, Piller, Barbirek y Dubček. Bilak, Kolder, Sveskka y Rigo se opusieron y votaron en contra.

Numerosas acciones de protesta ciudadana irrumpieron espontáneamente. La actitud de los medios de información y persuasión representó un grave obstáculo para el inmediato control del país por parte de las tropas invasoras. Fueron estos medios los catalizadores del grueso de la resistencia indicando a la ciudadanía que manifestara pacíficamente su hostilidad. Retransmitieron en directo los acontecimientos hasta el último momento, hicieron llamadas a la no-colaboración y mostraron y difundieron significativas declaraciones de líderes de la Primavera de Praga, al igual que las reacciones de otros movimientos y organizaciones representativas.

A pesar de la detención inmediata de los máximos dirigentes del Partido y del Estado, los invasores no pudieron formar un nuevo gobierno. Los colaboradores eran pocos y muy impopulares para poder actuar eficazmente. Parte del gobierno legítimo seguía funcionando a pesar de la ocupación y el Parlamento de la República se había organizado para mantenerse permanentemente activo. Los diputados checos y eslovacos dormían en el propio edificio parlamentario cuando era necesario, y siempre permanecían en número suficiente con el objetivo de que sus decisiones no pudieran ser invalidadas legalmente.

Del cinismo y desfachatez fascistoide-estalinista de cargos político-militares invasores es muestra esta conversación en las calles de Praga en la mañana de 21 de agosto:

—Lo único que queríamos es que las tropas del Pacto abandonasen el territorio checoslovaco –argumenta un checo.

—¿Y por qué? –replica el capitán. Las tropas del Pacto estaban integradas por unidades checas90 y de otros países socialistas.

—No había ningún peligro de contrarrevolución –grita un checo–, y no tenían por qué permanecer en nuestro territorio.

Tras soltar una sonora carcajada el capitán contesta enérgicamente: Si no había ningún peligro, ¡tampoco existía el peligro de que esas fuerzas interviniesen en los asuntos internos de vuestro país! ¿Por qué inquietarse por la presencia de fuerzas militares que no tienen ningún motivo para intervenir en la vida política? Si yo, por ejemplo, no tengo nada que reprocharme, ¿por qué me voy a inquietar al ver que la policía se pasea delante de mi casa Cuando alguien le tiene miedo a las fuerzas del orden es que no tiene la conciencia tranquila, es que está tramando algo raro.

El capitán de un ejército que se decía liberador, opuesto a una supuesta contrarrevolución restauradora del viejo orden, miente sobre las unidades checas, se carcajea con zafiedad grotesca, construye razonamientos pletóricos de sofismas y apunta sospechas que corroboraría seguramente cualquier policía fascista de cualquier sistema dictatorial. De ese material estaban hechos los hilos del zurcido político de la invasión.

Antes de su detención, Dubček  pudo autorizar la reunión inmediata del XIV Congreso del KSČ previsto para diciembre del mismo año. Las tropas invasoras, al igual que los conjurados del comité central (Bilak, Kolder, Indra, Piller, Kapek, Lenar…) que, tras reunirse en el Hotel Praha, decidieron entrevistarse con el embajador soviético S. V. Chervonenko para estudiar qué línea tomar, quisieron impedir su celebración. Sabían que en el anunciado encuentro de la militancia del KSČ se acordaría asentar las reformas en marcha. El partido, por su parte, ordenó tanto al Ejército checoslovaco como a la Policía que permanecieran en sus cuarteles. Creían firmemente que no existía ninguna posibilidad efectiva de defensa ante la agresión sufrida. La resistencia armada, el enfrentamiento militar, era totalmente inútil, un alocado acto de desesperación.

Tras la convocatoria del Congreso, después de un largo y discreto viaje, los delegados llegaron al lugar de la reunión, una fábrica en las afueras de Praga. Las fuerzas militares invasoras estaban cerca de la puerta de entrada sin que sus mandos llegaran a comprender lo que allí estaba pasando. Casi 1.200 delegados, de los 1.543 representantes elegidos, consiguieron participaren la cita congresual de una sola jornada. Salvo una abstención, los representantes comunistas confirmaron a Dubček, y a los miembros del presídium detenidos en sus puestos de dirección y 160 delegados reformadores fueron elegidos para el nuevo comité central, que se reunió inmediatamente y eligió el nuevo presídium, una nueva dirección que apostó mayoritariamente por el camino emprendido, por las tesis del Programa de Acción y por las reformas comunistas-democráticas. Se aprobó, además, un llamamiento a todos los cuadros del KSČ en el que se pedía que siguieran exclusivamente las orientaciones e indicaciones del nuevo equipo dirigente y se dirigió un nuevo ultimátum a las fuerzas ocupantes exigiendo la liberación de los líderes checoslovacos detenidos y la salida del país de las tropas invasoras en las próximas veinticuatro horas. Se amenazó con una huelga general y se repartió una octavilla con el contenido de la carta que los delegados del Congreso dirigieron al máximo dirigente del Partido:

Querido camarada Dubček:

El XIV Congreso Extraordinario del Partido que se ha reunido hoy te envía un saludo comunista. Te agradecemos toda la labor que has realizado en favor del Partido y del Gobierno. Los gritos de «¡Dubček!, ¡Dubček!» que reclaman nuestros jóvenes cantando el Himno Nacional y la Internacional, son la prueba convincente de que tu nombre se ha convertido en el símbolo de la soberanía nacional. Protestamos enérgicamente contra tu detención ilegal, lo mismo que contra las detenciones de los otros camaradas. El Congreso te ha reelegido como miembro del comité central y ve en ti a su máximo líder para el futuro. Estamos tenazmente convencidos de que los estadistas checos y eslovacos volverán a ocupar sus puestos legítimos y que tú volverás a estar entre nosotros.

El confirmado secretario general de un KSČ que, en trágicas circunstancias, apostaba nuevamente por la renovación democrático-socialista no pudo leer entonces la carta que se le dirigía. Un secuestro, dirigido, planificado y ejecutado desde las cloacas de un Estado poderoso y «aliado», un Estado que decía actuar en nombre del socialismo y de la unión fraternal de las repúblicas socialistas, se había puesto en marcha.

El texto de esta entrada es un fragmento del libro “La destrucción de una esperanza”  de Salvador López Arnal

La destrucción de una esperanza

portada-la-destruccion-de-una-esperanzaAbril de 1968. El comité central del Partido Comunista Checoslovaco aprobaba el «Programa de Acción». El documento sintetiza los principios en los que debía basarse el socialismo de rostro humano que postulaban Dubček y la nueva dirección del partido. 20 de agosto de 1968, 11 de la noche. Con el beneplácito de los gobiernos de la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia, Bulgaria y Hungría, 200.000 soldados y 5.000 tanques del Tratado de Varsovia atravesaron la frontera checoslovaca, entrando en Praga seis horas más tarde, a las 5 de la mañana del 21 de agosto de 1968.

El lógico, filósofo y traductor Manuel Sacristán (1925-1985), entonces miembro del comité ejecutivo del PSUC, dedicó tiempo y esfuerzos a reflexionar e intervenir teórica y políticamente sobre lo sucedido. La invasión y ocupación de Praga, el secuestro de sus dirigentes políticos, la aniquilación de aquel esperanzador intento de cambio democrático-comunista no falsario –que nunca renunció a las finalidades socialistas– constituyen un momento decisivo en la evolución política de Sacristán, un aldabonazo sobre las realidades interesadamente ocultadas tras el denominado «socialismo real» y sobre la urgencia de renovación del programa, de los procedimientos y de los objetivos de un marxismo político no entregado al poder inexpugnable de los agitadores del caos ni silente ante toda clase de barbarie.

La destrucción de una esperanza pretende dar cuenta de sus análisis y observaciones sobre este acontecimiento esencial de la historia del comunismo del siglo XX. Presentar y discutir los fundamentos teóricos de las posiciones de Sacristán, mostrar la evolución de sus hipótesis, dar cuenta del caudal de sugerencias para el futuro que fue capaz de formular en circunstancias nada fáciles y señalar el tronco democrático-republicano y socialista que él tan bien representaba, son los objetivos básicos de estas páginas.

La destrucción de una esperanza – Salvador López Arnal

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