No cierres los ojos Akal

JOSÉ CARLOS BERMEJO

Hay dos visiones del mundo de Las Vegas: la que nos dio Mike Figgis en su obra maestra Leaving Las Vegas y la del burdo cine comercial. Narra Figgis la historia de Ben, un ejecutivo fracasado y ahogado en el alcohol que se va a Las Vegas a suicidarse bebiendo. Allí conoce a Sera, una bella prostituta que creía que sólo podía ser digna degradándose, y se inicia una historia de amor y muerte en la que Sera decide respetar la voluntad de Ben de morir así, terminando el relato de su historia con la frase: «Yo le quería». Ben y Sera son una alegoría del lado más oscuro del complejo sueño americano, en el que encarnan una derrota y un fracaso que se redimen con la narración de su historia.

DiceFoto: Dov Harrington

Frente a esta visión tenemos también la otra imagen de Las Vegas. Una ciudad construida en un desierto que vive de noche entre neones que iluminan a la misma Via Láctea. Un paraíso del juego, del dinero fácil, del sexo sin problemas, de la droga en abundancia, al que acuden miles de incautos que creen poder hacer su agosto reventando la banca en todos estos campos controlados por particulares empresarios.

Asistimos en España a un titánico duelo entre Esperanza Aguirre, española hasta las cachas, y Artur Mas, catalán hasta la barretina, que a pesar de todo comparten sus ideas sobre el dinero, el empleo y el futuro de sus países, aunque una sueñe con la independencia de Madrid y el otro con la de Cataluña. Tras singular combate resulta Esperanza vencedora, al conseguir que se construya en su secarral castellano-manchego, émulo del desierto americano, un monumento a la arquitectura banal de pseudotemplos romanos, pirámides y torres Eiffel, que sin duda serán alabadas por intelectuales españoles, dispuestos a recordarnos que el pensamiento posmoderno nació con un libro titulado Learning from Las Vegas, en el que se consagraron la banalidad y la charlatanería como formas de pensamiento.

Las Vegas de Madrid y sus rivales catalanes con seis centros de ocio y juego, serán construidos a la vez, permitiendo a dos grandes constructoras, tocadas y quebradas por el estallido de la burbuja del ladrillo, ser de nuevo financiadas por nuestros bancos rescatados con el dinero público, o con el propio dinero público ya directamente, por ser ambos proyectos de interés nacional en su nacimiento, su ascenso y su caída.

Nada hay oscuro en las viejas Vegas, ni tampoco lo habrá en las nuevas. En ellas cualquiera puede ganar limpiamente el dinero que chorrea en las tragaperras, y en ellas también muchas chicas son bailarinas exóticas, acompañantes, masajistas o parte del servicio de habitaciones; siendo el alcohol y la droga parte consustancial del ocio. Todo se gestiona en Las Vegas de modo transparente en aras del bien común, y por eso nuestros políticos quieren sus Vegas.

El alcalde de Alcorcón, sin ir más lejos, dice que, si se instalasen, su municipio no pasará por menos de que todos los primeros empleados sean de Alcorcón, ya sean cocineros, croupiers o bailarinas exóticas, en cuyo caso su mérito ha de ser la tarjeta censal y no su anatomía y habilidades. ¡Por fin se crearán empleos en España y Cataluña!: 200.000 y 20.000 directos y otros tantos inducidos, respectivamente. No importa humillarse ante un prepotente inversor que pide que se le exima del cumplimiento de muchas leyes, porque al final todo será un éxito colectivo; eso sí, una vez que se nos aclare cuál será el IVA de las bailarinas exóticas, o el impuesto a las ganancias del juego que harán ricos a tantos.

Vistas otras experiencias, también pueden resultar dos nuevos fracasos y generar dos nuevas ruinas urbanísticas, nuevos desastres financieros, otros rescates y más paro. Será una historia digna de contar, aunque no podrá ser llevada al cine porque Berlanga ya ha muerto y el cine en España está a punto de hacerlo. Sólo algunas voces aisladas podrán narrar esa historia en el futuro, pero entonces serán tan marginales como la de la propia Sera de Leaving Las Vegas.

VegasFoto: Rick Harrison

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