No cierres los ojos Akal

Entrevista a Ignacio Bosque por Elvira de Miguel.

Su informe sobre “sexismo lingüístico” ha provocado una auténtica conmoción. El debate en torno a este asunto se ha enardecido y él intenta sosegarlo con criterios “objetivos”. Afirma que algunas de las alternativas que se proponen a las normas dela RAE  resultan “imposibles de aplicar en el habla” y “conculcan a menudo aspectos esenciales del sistema gramatical”.

Elvira de Miguel. ¿Le ha sorprendido el huracán que ha ocasionado su informe sobre Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer?

Ignacio Bosque. No esperaba tanta polémica, pero sí alguna. Estas cuestiones siempre encienden los ánimos.

E. M. Señalaba usted en su informe el malestar de los profesores de Lengua Española, con los que no se cuenta a la hora de elaborar estas guías de lenguaje no sexista. En su opinión, ¿Quién debe intervenir y, nunca mejor dicho, tener la última palabra para regular esta realidad?

I. B. No se trata de tener la última palabra, sino de considerar objetivamente los argumentos en un sentido o en otro. En sus gramáticas y diccionarios, la RAE había dejado clara su postura sobre este asunto. En este caso, ha considerado que era oportuno hacer un pronunciamiento público, sobre todo porque en estas guías se tacha de sexista al español común, el usado en 22 países por todo tipo de personas, e indirectamente -lo quiera uno o no- esa calificación se extiende a los millones de hablantes que lo emplean. Como medida para solucionar esta especie de “sexismo lingüístico universal” de los hispanohablantes, se propone difundir y enseñar en la escuela una serie de alternativas, imposibles de aplicar en el habla, que conculcan a menudo aspectos esenciales del sistema gramatical y que los propios proponentes no aplican. Me parece que eran razones suficientes para decir algo.

E. M. Dice usted  que, entre las múltiples tareas del profesorado, está la de conseguir que los alumnos sean capaces de hablar y escribir con corrección y que las decisiones de los profesores de Lengua para impartir esta materia afectarán en la  forma en que sus alumnos lo consigan. Sin embargo, España tiene uno de los índices más altos de fracaso escolar de Europa. ¿Cree que es un problema de los profesores o del sistema?

I. B. Las razones del fracaso escolar no están, desde luego, en que la lengua que se enseña siga o no las recomendaciones de estas guías. Me temo que no conozco a fondo la Enseñanza Media en España, pero algunas de las personas que la conocen me dicen que las razones del fracaso son múltiples. Entre ellas puede que esté la escasa inclinación que nuestros jóvenes sienten por la lectura, pero existen sin duda otros factores.

E. M. ¿Se enseña adecuadamente la Lengua en España en las escuelas y los institutos para evitar, entre otras cuestiones, el sexismo lingüístico? ¿Y en las  universidades?

I. B. El sexismo lingüístico existe, sin la menor duda, pero en mi informe se decía, creo que con bastante claridad, que estas guías consideran sexista el uso de pautas lingüísticas que no lo son en absoluto. Si se refiere usted al verdadero sexismo, no al supuesto, me parece que no tiene que ver con las clases de Lengua, sino con otras. La tarea de remediarlo forma parte de la educación de la sensibilidad, del imprescindible desarrollo de la capacidad para respetar a los demás, para dialogar y para aceptar a nuestro alrededor personas e ideas con las que no estamos de acuerdo. Esas actitudes se han de cultivar en la escuela. Pero lo que en estas guías se considera “sexismo” no tiene nada que ver con esto. Creo que la diferencia está clara.

E. M. La política de bajar el nivel educativo para que un mayor número de alumnos consiga aprobar, ¿le parece adecuada?

I. B. No, pero considero que no basta exigir. Es esencial motivar, que es más difícil. Yo hace años que intento compatibilizar en la Universidad estas dos actitudes: exigir y motivar.

E. M.  ¿Cuenta el profesorado hoy con herramientas para enseñar la lengua y que sus alumnos y alumnas usen el idioma para expresarse adecuadamente, saber argumentar, desarrollar sus pensamientos, defender sus ideas, luchar por sus derechos y realizarse personal y profesionalmente?

I. B. No sé a qué se refiere exactamente con la palabra “herramientas”. Mi impresión es que en esta tarea son quizá más importantes los esfuerzos y las actitudes que las herramientas. Aunque no doy clase en la Enseñanza Media, sé perfectamente que los estudiantes tienen grandes dificultades para comprender los textos, para hilar argumentaciones o para distinguir matices léxicos. Quizá en los libros de texto sobren nociones teóricas y falten aplicaciones prácticas, pero, como usted sabe, los que los redactan no pueden escaparse de los temarios oficiales porque, si lo hacen, no se los aprobarán.

E. M. ¿Pueden ser estas guías que supuestamente luchan contra el sexismo cortinas de humo para enmascarar lo no se hace y es verdaderamente importante?

I. B. No lo sé. Los objetivos de sus autores son, por una parte, más que loables, pero por otra, algo imprecisos. Quiero decir que no han querido distinguir dos aspectos del problema que no guardan ninguna relación: el hecho de que el lenguaje se puede usar de modo ofensivo para discriminar a las mujeres (de hecho, mucha gente lo usa de esta manera) y el conjunto de convenciones gramaticales que usamos para entendernos. Debería haber quedado absolutamente claro en las guías que son cosas diferentes. Si las lee usted con atención, verá que no dejan clara la diferencia.

E. M. Asegura usted también en su informe que en estas guías se da una alarma infundada ante voces y construcciones sintácticas que mostrarían un uso supuestamente sexista del lenguaje. Pero también asistimos perplejos a quebrantamientos verbales protagonizados por altos representantes del Estado, como los consabidos “miembros y miembras” de la ex ministra de Igualdad ¿Cómo se debería regular esta situación para evitar que cundan semejantes despropósitos?

I. B. La RAE se pronuncia a través de sus obras. Hemos publicado varios diccionarios en los últimos años y una gramática en tres versiones. En todas estas obras queda sumamente claro nuestro punto de vista. Por si fuera poco, tenemos un servicio de consultas lingüísticas por Internet que es sumamente eficaz. Me temo que el que la gente haga caso o no a las recomendaciones de la Academia ya no depende de nosotros.

E. M. También afirma que, si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar y que estas suponen que los cambios que se solicitan han de afectar únicamente al lenguaje oficial. ¿Es adecuado que el lenguaje oficial usado por políticos y economistas sea tan dispar y a veces tan ininteligible con respecto al que se usa en la calle?

I. B. En algunos ámbitos, como el jurídico, se están iniciando trabajos interesantes para acercar el rebuscado lenguaje de las leyes, los contratos o las sentencias al español común. Es cierto, a la vez, que el mayor número de eufemismos proceden del mundo de la política y de la economía. A menudo tenemos que traducir los discursos de los políticos al lenguaje cotidiano. Sería bueno que las cosas fueran cambiando también en este aspecto, pero no soy optimista. Mi impresión es que a los políticos y a los economistas les cuesta abandonar su inclinación natural a adaptar la realidad al mundo oficial.

E. M. ¿Qué consejo daría a las niñas de hoy para que cuando sean mujeres sepan identificar la verdadera invisibilidad en el lenguaje y luchar contra ella?

I. B. No sé si entendemos lo mismo por “visibilidad”. Una mujer puede ser “un” genio; un hombre puede ser “una” calamidad, y cualquiera de los dos puede ser “una” maravilla, “un” desastre, “una” víctima o “un” portento. ¿Cuál de los dos está siendo más “visible en el lenguaje”? Tengo amigas feministas que se consideran incluidas en el uso no marcado del masculino, y que no se sienten en absoluto “invisibilizadas” en frases como Todos los españoles somos iguales ante la ley. En cambio, saltan de ira, con toda razón, cuando nuestras autoridades dejan en la televisión durante varias semanas un anuncio de una conocida marca de automóviles en la que un hombre explica al espectador cómo eligió su casa, su mujer y su coche. Si las niñas a la que usted se refiere reciben la educación adecuada en la escuela, pondrán instantáneamente el grito en el cielo al ver este anuncio aunque no hayan entrado siquiera en la adolescencia. Me parece, en cambio, que tendrían pocas razones para ponerlo ante el masculino enfadados en Papá y mamá están enfadados.

Entrevista a Ignacio Bosque, catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Real Academia Española y autor de Ediciones Akal.

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