No cierres los ojos Akal

FRANCISCO LÓPEZ MARTIN

Siete mujeres (1965) fue la última película de John Ford (Maine, 1894-California, 1973). Cosechó un tremendo fracaso entre la crítica y el público estadounidenses: con escasas excepciones, se la consideró anticuada, sensiblera, ridícula, la demostración definitiva de la senilidad de un director acabado después de casi cincuenta años de carrera. Sin embargo, a un joven norteamericano de raíces irlandesas le entusiasmó tanto, que escribió una carta de elogio al cineasta, ya septuagenario, quien tuvo la gentileza de responderle:

Gracias por su amabilísima carta. Quizá sólo nosotros, los irlandeses, sepamos apreciar el buen cine (mi auténtico nombre es Sean Aloysius O’Feeney). Hoy en día, Hollywood está controlado por Wall St. + Madison Ave., que exigen “Sexo + Violencia”. Eso va en contra de mi conciencia + religión.

Otra vez, gracias, de todo corazón.

John Ford

P.S. ¡¡¡Acabo de recibir un diploma impresionante del London Film Festival para comunicarme que Siete mujeres ha sido elegida mejor película estadounidense!!! ¿Ironías del destino o cosas de la vida?

Aquel joven se llamaba Tag Gallagher y veinte años después publicó un estudio extraordinario sobre la vida y la obra del director más importante del cine clásico americano, actualizado en 2007 para su edición en español: John Ford. El hombre y su cine.

Releamos la carta de Ford. En ella aparecen palabras como sexo, violencia, conciencia, religión, corazón… Siete mujeres (objeto en España de una reciente edición en DVD) trata de todas esas cosas. La película se sitúa en 1935, en una misión de religiosas americanas en China. Llega a ella un médico que, para sorpresa de todos, no es varón: la doctora Cartwright. Una mujer que viste pantalones, lleva el pelo corto, fuma y bebe. El choque de mentalidades no puede ser mayor, en especial con la directora de la misión, que enseguida ve en la doctora la encarnación misma del mal. La región es asolada por unos bandidos que van acercándose a la misión hasta que entran en ella a sangre y fuego, poco después de que se haya declarado una epidemia de cólera. Las «siete mujeres» (ocho, en realidad) son capturadas con la esperanza de obtener dinero de América. La doctora Cartwright no dudará en hacer todo lo necesario para salvar a las religiosas, mientras la directora se hunde cada vez más en el fanatismo y la impotencia. Sólo siete de esas mujeres saldrán con vida.

A John Ford le bastan 86 minutos –¿a qué talento del actual cine norteamericano le bastaría hoy metraje tan escaso?– no sólo para contar con concisión, vigor y refinamiento la dramática historia que acabamos de resumir, sino para retratar un microcosmos en el que la religiosidad a ultranza, la cortedad de miras, la represión sexual y la sumisión a la autoridad de esa “avanzadilla de la civilización en tierras extrañas” se ven enfrentadas, primero, al cuestionamiento que conlleva la llegada de la doctora, luego a la amenaza del cólera y, por último, sin solución de continuidad, a la presencia de unos asiáticos de pesadilla, salvajes que matan, violan y arrasan sin piedad, y que con ello encarnan la negación absoluta de los ideales –tanto cristianos como laicos– que rigen la vida de esas mujeres.

Por eso, la película es, entre muchas otras cosas, una reflexión sobre la condición humana, el problema del mal, el silencio de Dios, el vacío de la existencia, la dureza del cautiverio, la experiencia religiosa, el juramento hipocrático, los límites de la dignidad, la civilización y la barbarie, la heroicidad y la flaqueza, el sacrificio y la muerte. Temas clásicos, intemporales, relatados con sobriedad de movimientos de cámara pero virtuosismo a la hora de combinar éstos con los de los intérpretes y sacar partido a los diferentes términos de la imagen (desde los de los objetos más próximos al espectador hasta los de los personajes situados al fondo de la imagen: maravillas de Ford), entre decorados teatrales que no ocultan su condición, con una fotografía por momentos expresionista y una banda sonora de enorme fuerza.

Todo ello hace que la película sea –como tantas de su director, pero con el sabor único del estilo tardío y la obra postrera– prodigiosa de principio a fin: desde los títulos de crédito y la escena con la que comienza propiamente el relato (movimiento de cámara descendente desde el cartel de la misión, mientras entra en campo el coche de la directora, se abre el portalón y la cámara, parsimoniosa, penetra tras el vehículo intramuros) hasta el final, en el que la cámara se aleja mientras se apagan las luces para salvaguardar –con un gesto de elegancia suprema, en los antípodas del actual cine de la «visibilidad absoluta», correlato de la insaciabilidad imperante en tantos ámbitos de nuestra sociedad– la dignidad de una muerte. Así es Siete mujeres y así es –lo sabemos, sobre todo, gracias a Tag Gallagher– el cine de John Ford.

Francisco López Martin, director de la colección de cine de Akal. Puedes consultar su blog, su Facebook y su Twitter.

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