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Ni museos pequeños, ni grandes hombres

Las formas de mirar desplegadas en este libro nos han acompañado en posteriores visitas a museos más allá de nuestra ciudad: desde el Museu Romàntic Can Papriol de Vilanova i la Geltrù hasta la Fundación Sierra Pambley, en León. La mayoría de las veces con otras compañías. Ya con el libro maquetado, visitamos juntos el Museo Casa de Cervantes en Valladolid con su director, Pedro González. En sus maravillosos jardines y patios, nos reencontramos con algunos «viejos amigos» –a estas alturas ya por todas conocidos– como el marqués de la Vega Inclán y el millonario Archer Milton Huntington, ambos promotores del museo.


Estrado de damas en la Museo Casa de Cervantes en Valladolid. Foto-
grafía tomada por los autores en 2025.

No nos sorprendimos: la historia oficial está plagada de «hombres benefactores», patronos de la cultura y protectores del patrimonio. Qué decir de un fenómeno extensible a tantas instituciones y academias. Por ello mismo, nos resistimos a cerrar estas páginas con la solemnidad masculina de esos bronces y elegimos hacerlo con la imagen del estrado (nada modesto, por otro lado, poco fiel a la estrechez de aquella casa) que invita al visitante a imaginar dónde vivieron las mujeres de la familia Cervantes. Poco se recuerda que la casa fue conocida en su época como la de las Cervantas, porque en ella habitaban, junto al novelista, sus hermanas Andrea y Magdalena, su sobrina Constanza de Ovando, su mujer Catalina Salazar, su hija natural Isabel de Saavedra y una criada, María Ceballos. Los estrados tienen su origen en la cultura árabe y son espacios de acogida, de hospitalidad y recogimiento que, una vez más, se asocian a las actividades femeninas y aparecen especialmente en museos de ambiente como el Museo Nacional de Artes Decorativas y casas-museo como las de Lope o el Greco (en Toledo; otra creación del marqués).

En el Museo Casa de Cervantes, ya con cierta distancia, comprobamos que nuestro empeño en buscar el pueblo en sus múltiples formas y manifestaciones se vuelve especialmente imperioso en un momento en el que se intenta imponer discursos monolíticos sobre el pasado. Más que nunca –nos decimos– es necesario el entrenamiento (estético) para encontrar las grietas de los relatos curatoriales, así como las resistencias materiales que desafían simplificaciones y evitan la construcción de democracias agonisas; más que santificar el pasado o cristalizar cualquier forma de tas; memoria, hay que hacer que esta se presente viva, urgente en el hoy, llena de pliegues y complejidades. El cierre de museos en la Argentina de Milei o el reciente intento de purga ideológica impulsada por Donald Trump en los museos Smithsonian, acusados de mostrar contenidos «antiestadounidenses» por haber incorporado algunas demandas de movimientos sociales como Black Lives Matter, ejemplifican la fragilidad de cualquier intento de hacer una museología «desde abajo». Los citados no son, desafortunadamente, casos aislados, sino síntoma de una tensión global: la resistencia a que los museos cuestionen mitos nacionales, visibilicen violencias estructurales o amplíen sus colecciones más allá del canon tradicional. Por ello, es necesario atender a la potencia (histórica y política) de los rastros materiales del pasado y tener el coraje de realizar con ellos (entre ellos) nuestros propios montajes críticos y así reescribir los relatos de autoridad heredados. Solo de este modo podrán evitarse tanto el didactismo ideológico como la nostalgia reaccionaria, y se conducirá, por el contrario, a que el museo logre convertirse en un espacio donde la sociedad se mire –por fin– con todos sus claroscuros. En definitiva, nuestro intento, no exento de una proclama por el disfrute en compañía, el ejercicio de la mirada crítica y consentido del humor, así como el placer por pasear, mirar y conocer, ha sido que este libro contribuya a todo ello. Aunque sea modestamente. No hay museos pequeños ni objetos irrelevantes cuando la mirada está entrenada para resistir los olvidos programados.

  • Este fragmento forma parte del epílogo de En busca del pueblo de Aurora Fernández Polanco y Pablo Martínez 

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