Pascual Serrano
Cuando decidimos publicar el libro Trump 2.0 con el periodista Roberto Montoya sabíamos que al figura de Donald Trump como presidente de Estados Unidos iba a generar un importante debate y protagonismo mundial, sin embargo, la realidad ha superado todas nuestras previsiones. Han sido tantas las decisiones del presidente estadounidense y de tanta proyección internacional, que se hace necesario preguntarle a Roberto Montoya sobre estas novedades.

Sin embargo, toda la actualidad sobre la política de Donald Trump no se entenderá si primero no se lee el libro Trump 2.0 donde se repasa su historia empresarial, sus filias y sus fobias, su primera presidencia, el panorama político estadounidense en las últimas legislaturas y todos los conflictos internacionales que se ha encontrado Trump al llegar al poder.
Como en una serie de televisión, esta segunda temporada de Trump no se puede entender si no se conoce la primera temporada que supone Trump 2.0.
Sin duda Trump ha desconcertado a todos. Una de las cosas más reciente y impactante es su ruptura con Elon Musk. ¿Cuál es tu interpretación del motivo y en qué puede acabar, porque las amenazas mutuas son tremendas?
Bueno, en realidad en mi libro vaticinaba que iba a ser difícil esa alianza. Demasiados egos y demasiada testosterona junta. Los dos son aspirantes a dueños del mundo y ya se veía como inevitable ese choque.
Ya en el primer mandato Musk apoyó a Trump. Fue uno de los pocos oligarcas tecnológicos de Sillicon Valley en aquel momento; Bezos, Zuckerberg y los otros se sumaron al carro en el segundo mandato cuando vieron que Trump 2.0 ofrecía grandes oportunidades para sus negocios.
El caso de Musk es diferente porque además de ser el dueño de X (antes Twitter) es dueño de Space X, empresa aerospacial con contratos muy importantes con la NASA desde hace años, por lo tanto ligado directamente con la seguridad nacional. Para Musk una alianza con Trump era vital para reforzar esa relación político-empresarial, y otro tanto pasa con Starlink, su empresa de Internet de alta velocidad, que cuenta con miles de satélites alrededor del orbe. Musk , por ejemplo, facilitó su red de satélites a Netanyahu, para escudriñar cada palmo de Gaza y Cisjordania y así precisar los ataques de sus drones y aviones.
La crisis entre Musk y Trump surgió, por un lado, porque el hombre más rico del mundo al que Trump le inventó un Departamento de Eficiencia Gubernamental desde el cual achicó el aparato del Estado, despidió a decenas de miles de funcionarios públicos, quería ir aún mucho más lejos, era un desmantelamiento del Estado en toda regla, y Trump le puso límites porque empezó a ver que se le estaban creando problemas internos, crecían las protestas y el equipo de jóvenes tecnócratas que metío Musk en ese departamento estaban descontrolados. Su lema era “el mejor Estado es el que no existe”.
Y por otro lado la caótica guerra arancelaria que lanzó Trump terminaba afectando a X, que tiene una dimensión mundial, como también afecta a Facebook, Whatsapp, Instagram, a Google, a Amazon. Trump está ahora intentando remediar eso para que no se le vayan distanciando todos esos oligarcas tecnológicos que tanto le pueden servir para controlar la comunicación global.
Otro asunto que ha impuesto en la agenda internacional son los aranceles. Uno no sabe hasta dónde quiere o puede llegar, pero la realidad es que hay más ruido que hechos. Proclamar ese proteccionismo es sorprendente, precisamente la globalización era una característica de los neoliberales y la antiglobalización de la izquierda. ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo crees que acabarán esos aranceles?
Recordemos que unos de los factores importantes que explican el triunfo de Trump, en 2016 y en 2024 es que ha logrado recoger la ira de millones de trabajadores y pequeños empresarios afectados precisamente por la globalización neoliberal. La globalización que impulsaron tanto gobiernos republicanos como demócratas durante décadas hizo aumentar el número de multimillonarios, hubo una gran concentración de la riqueza, pero paralelamente dejó en el paro o en situaciones muy precarias a millones de personas afectadas por la deslocalización de empresas. Miles de empresas fueron a fabricar sus productos a China, México y otros países, con una mano de obra mucho más barata. Y esos productos volvían manufacturados a EEUU y a otros países, con lo cual se produjo una desindustrialización en Estados Unidos que afectó a millones de personas.
Trump, a pesar de ser un multimillonario, al frente de un holding con ramificaciones en muchos países, y a pesar de ser republicano, se presentó ante esas millones de personas afectadas como un antisistema, como alguien que iba a revertir esa situación. De ahí su America First, de ahí lo de Make America Great Again (MAGA). Él tiene una visión muy simplista de la economía: si impongo aranceles a todo el mundo, dice, las empresas estadounidenses volverán con sus fábricas a EEUU porque si no ellos también se verán afectados por los aranceles. Y muchas empresas de otros países a las que les interesa el mercado estadounidense van a querer fabricar en EEUU, les será más rentable. E imponiendo aranceles a todo el mundo las arcas de EEUU ingresarán billones de dólares.
Es una visión muy simplista de la economía y muy cuestionaba por muchos economistas pero él se ha lanzado por ese camino convencido de tener éxito. En definitiva lo que está haciendo Trump, que se erige como el salvador que puede frenar el declive lento pero irreversible de Estados Unidos con fórmulas “novedosas”, compatibilizando neoliberalismo con proteccionismo. Es una evidencia más de la crisis capitalista mundial.
La consigna pareciera ser: “Yo protejo a ultranza la economía de mi país, impongo aranceles a tus productos para defender la industria nacional, pero te exijo que tú no pongas aranceles a mis productos”. Es todo muy burdo pero Trump funciona así. Por eso lanza iniciativas agresivas y muchas veces tiene que retirarlas. Él prueba, prueba tanto las defensas, los contrapesos internos como los contrapesos en el exterior, y va midiendo hasta dónde puede forzar las situaciones. Es claramente un aspirante a autócrata.
Se presentó como el representante de ese sector MAGA que defendía la no intervención internacional para centrarse en los problemas de los estadounidenses, pero no ha conseguido llevar la paz a Ucrania y sigue apoyando a Israel con dinero y armamento, incluso atacando a Irán. ¿Cómo interpretas su política entre esas dos tendencias republicanas, la de los halcones intervencionistas o los que abogan por replegarse en los problemas nacionales?
Sí, lo que está haciendo en Oriente Medio está provocando malestar en sectores del trumpismo. Ya lo mostró en su primer mandato. Por un lado cortó con importantes tratados internacionales, medioambientales, humanitarios, reivindicando una política claramente unilateralista, y fue quien acordó con los talibán la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán –que se concretó durante el Gobierno Biden- pero al mismo tiempo endureció claramente la política hacia Cuba y Venezuela, y rompió el Acuerdo Nuclear con Irán que se había logrado con mucho esfuerzo durante la época de Obama. También en este terreno es contradictorio, sí, sin duda.
En el caso de Ucrania se presentó como el hombre que iba a acabar la guerra en veinticuatro horas. Estaba convencido de doblegar no sólo a Zelenski sino también a Putin, pero las cosas no están saliendo como pensaba. Putin no se deja doblegar ni por Trump ni por ningún otro país, y por su parte Zelenski siente que su gran padrino lo abandona, que además le exige que pague ahora por toda la millonaria ayuda militar y económica que Biden le proporcionó “solidariamente”, sin garantizarle tampoco que le vaya a proteger de Rusia.
Zelenski está ahora en una situación insostenible y trata de evitar que la humillación sea aún mayor, que tenga que resignarse a dejar que Rusia se anexione todo el territorio ucraniano que ya tiene ocupado por sus tropas. Pero Trump quiere terminar cuanto antes con Ucrania, poder reivindicar que él acabó con esa guerra.
Sin embargo en Oriente Medio las cosas se han complicado mucho. Ahí tampoco tiene todo el control de la situación. Ya sabíamos que iba a seguir, como Biden, dando luz verde a la política genocida del régimen sionista israelí pero sorprendió a todos cuando fue aún más lejos, cuando expresó su criminal sueño de magnate inmobiliario: que los más de dos millones de palestinos abandonen voluntariamente su tierra, que el Ejército israelí retire las ruinas de miles de viviendas, empresas, hospitales, universidades, mezquitas e infraestructura destruida, para que EEUU ponga en pie en la Franja de Gaza un resort de lujo, “la Riviera de Oriente Medio”.
Pero no acabó ahí su complicidad con Israel. Posiblemente no estuviera en sus planes atacar ahora a Irán. Ningún presidente estadounidense había llegado a tanto durante estos 46 años de acoso al régimen iraní. Netanyahu pudo ser quien con su ataque unilateral a Irán del 13 de junio pasado provocó adrede la respuesta iraní, forzando de esta manera a EEUU a salir en su defensa.
A Trump no le conviene en este momento abrir un frente bélico de semejante envergadura, que no tendría el respaldo de buena parte de su electorado ni posiblemente de una mayoría del Partido Republicano y que desvía a EEUU de su objetivo estratégico, China, su gran rival mundial. Pero Netanyahu tiene sus propios planes, acabar con el régimen iraní aprovechando las peculiares condiciones que se dan ahora. Rusia, importante aliada de Irán, está empantanada en Ucrania y mantiene también importantes compromisos en el espacio post soviético y en África; en Siria ya no gobierna Al Assad, otro aliado de Irán, y por otro lado, el llamado Eje de la Resistencia, con fuertes lazos con Irán, Hamás, Hezbolá, los hutíes yemeníes o las milicias pro iraníes de Siria e Irak, están sumamente debilitadas.
Netanyahu podría aprovechar todas estas coincidencias para entrar en guerra abierta con Irán, pero es un duro hueso que roer, le resulta imprescindible que se involucre directamente Estados Unidos, y con él Reino Unido y previsiblemente Francia y Alemania. Dado lo impredecible que es Trump es difícil saber si va a entrar en el juego de Netanyahu o lo va a evitar.
Otro tema espectacular es la emigración. No es que haya cerrado más las fronteras para impedir que entren, es que ha comenzado una persecución interna, y todo el mundo parece coincidir en que esos emigrantes que está expulsando son necesarios para la economía estadounidense, lo propios empresarios están pidiendo que no se deporten. Por otro lado, muchos de ellos le apoyaron electoralmente, ¿qué gana Trump con esa política de persecución y deportación?
Sí, Trump pretende terminar durante su mandato con el objetivo que se trazó durante su primer mandato. Entonces no obtuvo el suficiente apoyo parlamentario para dedicar presupuesto suficiente para continuar y terminar el gigantesco muro en la frontera con México. Muro, por cierto, que se empezó a levantar en los años ’90, durante el Gobierno del demócrata Bill Clinton.
Ahora tiene el control de las dos Cámaras con lo cual ha podido no solo seguir con el muro sino también contratar a más agentes fronterizos, montar más centros de internamiento, y movilizar igualmente a miles de efectivos para hacer enormes redadas de inmigrantes en el interior de Estados Unidos. Su objetivo es expulsar a 3.000 inmigrantes diarios. Incluso se han deportado a miles de venezolanos, cubanos y nicaragüenses a los cuales se les había dato un trato especial y tenían visados temporales mientras se tramitaba su solicitud de asilo. Nadie está a salvo. Y es verdad que en las elecciones de noviembre pasado consiguió más voto latino a pesar de que durante su campaña electoral ya había anunciado que iba a hacer las deportaciones más masivas de la historia. ¿Entonces? Desgraciadamente hay muchos latinos regularizados en EEUU desde hace años que temen que una avalancha de compatriotas sin papeles pueda suponerles una competencia a nivel laboral y por eso terminan comprando el discurso de Trump.
Varios jueces han intentado paralizar esas deportaciones masivas pero Trump ha conseguido que el Tribunal Supremo, de mayoría conservadora, haya aceptado su reclamo para que se limite la capacidad de los jueces para controlar las decisiones del presidente. Y esto es muy grave, va a afectar no solo en el tema de inmigración sino que puede maniatar a la Justicia en distintos frentes. Por eso, insisto, es un potencial autócrata. Veremos qué capacidad de presión hay a nivel social y del empresariado para impedirle seguir con esta política racista y autoritaria. Hemos visto protestas callejeras fuertes en Los Ángeles y otras ciudades pero han ido remitiendo ante la represión policial y el despliegue de la Guardia Nacional.
Tampoco en este caso pareciera que Trump tomara en cuenta la preocupación que están manifestando los empresarios, que pueden empezar a ver escasez de personal para cubrir cantidad de actividades, y que ello también encarecería el ‘mercado’ de trabajo.
En cualquier caso, yo tengo una duda. Los emigrantes que está expulsando Trump, algunos con décadas en Estados Unidos, no estaban regularizados, por tanto, hay que decir que parte del problema es que en ese país se tiene durante décadas a un emigrante trabajando y no se le legaliza la situación. En eso, hay responsabilidad de todos los gobiernos anteriores.
Es cierto, el problema viene de lejos, ningún gobierno ha tenido en realidad una política inmigratoria justa, ni republicanos ni demócratas, lo que facilita la política del Gobierno actual. Pero Trump está yendo aún más lejos. No solo están deportando a inmigrantes integrados laboral y socialmente en Estados Unidos desde hace años sino que incluso a fines de junio pasado comenzó a haber detenciones de inmigrantes a los que ya se les había concedido la nacionalidad estadounidense.
El medio progresista Democracy Now denunciaba días pasados que está habiendo casos concretos de personas con doble nacionalidad a la que personal del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, por sus siglas en inglés) detuvo cuando se dirigía a su puesto de trabajo, una violación de la IV Enmienda de la Constitución. Todo porque tienen rasgos latinos. Son interceptados bruscamente, esposados y terminan siendo liberados una vez identificados, tras horas tratados como delincuentes, pero es una muestra del racismo imperante y la arbitrariedad con la que están actuando, de una forma más agresiva que nunca.
¿Cómo se puede combinar ese discurso de Trump de no intervenir en el mundo o cerrar la USAID con la incorporación al frente del Departamento de Estado a Marco Rubio, un halcón claramente intervencionista?
Rubio es un veterano perro de presa, un conocido ultra reaccionario que está muy a tono con esa política exterior dura, agresiva, que caracteriza a este segundo mandato de Trump. Acérrimo enemigo del Gobierno de Cuba, del de Venezuela, de Lula y de todo gobierno mínimamente progresista que haya en América Latina o en cualquier lugar del mundo. Compitió con Trump en las primarias del Partido Republicano y en muchos casos se posicionaba aún más a la derecha que el magnate.
No es un simple peón del presidente, es un hombre que comparte las decisiones que está adoptando Trump en política exterior y también se ha manifestado muchas veces desde hace años a favor de un control férreo de la inmigración. Encaja perfectamente en el equipo de colaboradores más estrecho que rodean al presidente, e incluso Trump ha llegado a nombrarlo a él, igual que a Vance, su vicepresidente, como posibles candidatos a sustituirlo en las próximas presidenciales de Noviembre de 2028.
En tu libro también analizas a los demócratas, ¿qué crees que hubieran hecho mejor, igual o peor si tuvieran la presidencia? ¿qué crees que deberían estar haciendo ahora?
Desde la Administración de Bill Clinton en adelante, el Partido Demócrata se ha ido alejando cada vez más de los trabajadores y la clase media-baja que durante años había sido su principal soporte.
Barack Obama fue un espejismo, parecía que iba a recuperar el rumbo pero dejó mucha frustración en el electorado demócrata, incluida la comunidad afroamericana, tras sus ocho años de mandato y la cantidad de promesas incumplidas que dejó.
El Gobierno de Biden logró sacar adelante algunas reformas significativas, como aprobar un paquete de leyes a favor de las energías renovables, mejorar también las obsoletas infraestructuras públicas o la anulación de millones de préstamos bancarios contraídos por los jóvenes para realizar los costosos estudios universitarios, pero en política exterior se mostró extremadamente belicista. Lo hemos visto en Ucrania o en su apoyo al régimen genocida sionista.
Y el hecho de que el Partido Demócrata ocultara durante tanto tiempo el lamentable estado cognitivo que tenía Biden hizo que a solo tres meses de las elecciones presidenciales de 2024 hubiera que sustituirlo deprisa por una candidata, Kamala Harris, que, como se evidenció, no daba la talla para ese cargo.
Y desde la derrota electoral el Partido Demócrata no ha logrado recuperarse, se lame las heridas, sumido en una crisis interna y sin un liderazgo claro como para enfrentar a un presidente delirante y antidemocrático como Trump.
El senador Bernie Sanders y el sector más progresista demócrata son de los pocos que están recorriendo el país asumiendo de hecho el liderazgo de la oposición, aunque, como sabemos, nunca ha sido respaldado por la dirección del Partido Demócrata, sino todo lo contrario.
Y hay algunas excepciones en el Partido Demócrata, como el candidato a alcalde de Nueva York, Zhoran Mandami, un hombre realmente progresista que ha ganado las primarias demócratas y al que Trump tilda de comunista y contra el que ha desatado una furibunda campaña en contra. Por ahora son las excepciones, pero el Partido Demócrata está lejos aún de recuperarse y de ser capaz de presentar una alternativa creíble ante el terremoto Trump.