Era un 15 de julio de hace 121 años, en 1904, cuando moría Antón Chéjov.
Narrador y dramaturgo ruso, es considerado el representante más destacado de la escuela realista en su país. Su obra es una de las más importantes de la dramaturgia y la narrativa de la literatura universal. La crítica moderna considera a Chéjov uno de los maestros del relato. Y dentro del teatro ruso se le considera un representante fundamental del naturalismo moderno.
El estilo de Chéjov, sus textos en los que no sobra ninguna palabra, ha provocado que en literatura se haya implantado la expresión “el arma de Chéjov”, para referirse a su economía de elementos. Su estilo está marcado por una austeridad expresiva así como por la ausencia de tramas complejas.
El arma de Chéjov es un principio narrativo dramático que postula que cada elemento en la narración debe ser necesario e irremplazable, o de lo contrario debe ser eliminado. Por ejemplo, si un arma aparece en una historia, debe haber una razón para ello, por ejemplo ser disparada en algún momento posterior. El principio de que todos los elementos deben en algún punto entrar en juego durante el curso de la historia aparece, con algunas variaciones, en varias cartas escritas por Antón Chéjov, como consejo para jóvenes dramaturgos.
Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser disparado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí.
Es por eso que, para el escritor uruguayo Eduardo Galeano, Chéjov “escribió como diciendo nada. Y dijo todo”.
La afición de Chéjov a los cuentos, procede de su madre, Yevguéniya Yákovlevna, cuyo apellido de soltera era Morózova, que era una gran cuentacuentos, y entretenía a sus hijos con historias de sus viajes junto a su padre, un comerciante de telas, por toda Rusia.
Es tal la producción de Chéjov que su textos los publicaba bajo mil pseudónimos y todavía hoy desconocemos cuántas historias escribió en total.
Leer los cuentos de Chéjov es magnífico, pero imaginen leerlo acompañado de Jacques Rancière, uno de los más destacados representantes del pensamiento francés contemporáneo. Rancière es profesor emérito de Filosofía de la Universidad de París VIII (Saint-Denis), ha centrado su trabajo en los ámbitos de la política y de la estética. El libro La libertad en lontananza consiste en eso, en sentarte con Jacques Rancière y leer juntos algunos cuentos de Chéjov.
Porque los cuentos de Chéjov presentan múltiples versiones de un escenario simple: cualquier cosa podría suceder. Por ello, el libro de Rancière explora la idea de la libertad a través de la obra de Antón Chéjov. En el contexto del libro, «lontananza» no solo se refiere a la distancia física, sino también a una distancia temporal y conceptual, sugiriendo que la libertad es algo que se vislumbra en el horizonte, una posibilidad que se manifiesta en momentos de ruptura con la rutina y la servidumbre.
Ya nos explica, en el capítulo “El zumbido de la servidumbre” que “La moral del escritor puede resumirse en dos principios simples, que incluso podríamos calificar de simplistas. El primero es no mentir. El segundo es no temer a la libertad”.
Uno puede leer los cuentos de Chéjov o zambullirse en ellos, y esto último es lo que se hace leyendo el libro La libertad en lontananza. Ranciére nos va comentando cuestiones sobre muchos de los cuentos y relatos del ruso, en unos casos nos abre los ojos a algo que no habíamos caído si conocíamos el cuento; en otros, nos confirma nuestra lectura, y en otros en los que no conocíamos el cuento, casi diría que nos obliga a suspender su lectura para ir a buscar el cuento de Chéjov del que nos habla.
Y si lo que se desea es aprovechar a Chéjov para conocer cuentos de los principales representantes de la narrativa rusa de finales del siglo XIX y principios del XX, la elección sería Cuentos rusos clásicos, ilustrados por Sara Morante.
Descubriremos que los cuentos rusos son como el arma de Chéjov, si están es para leerlos.