Tal día como, un 25 de agosto, hace 125 años, moría Friedrich Nietzsche, uno de los filósofos más populares. Su figura y sus célebres sentencias —como su famoso «Dios ha muerto»— han convertido al filósofo alemán en uno de los más leídos, citados y conocidos. Su obra constituye un giro radical en la filosofía occidental y todavía hoy es necesario leerlo para comprender las claves de nuestro tiempo.
En sus primeros doce años de vida, debe enfrentarse a la muerte de su padre, su hermano y la abuela que les cuida. Es entonces cuando se refugia en su interior y en la escritura, empieza a escribir su diario y toda una vida dedicada a las letras.
Con 20 años, Nietzsche comienza los estudios de Teología y Filología clásica en la Universidad de Bonn, una institución por la que han desfilado a lo largo de su historia autores de la talla de Karl Marx o Jürgen Habermas. Sin embargo, sus planes de estudio cambian radicalmente después del primer semestre. Tras unos pocos meses de su matriculación, Nietzsche abandona sus estudios de Teología y rompe con toda la tradición religiosa que rodeaba a su familia. En su camino filológico, en cambio, no hay rechazo alguno y se convierte en un alumno excelente, brillante como hacía tiempo que no se veía uno.
Entre sus primeras influencias aparece Arthur Schopenhauer, que marcará definitivamente su devenir intelectual. La cultura alemana de aquel tiempo era profundamente hegeliana y la lectura de Nietzsche de Schopenhauer le permite acercarse a algunas cuestiones filosóficas de una forma diferente a como lo venían haciendo sus coetáneos.
La segunda gran influencia de juventud es el compositor Richard Wagner, a quien conoce personalmente. La conexión entre ambos es instantánea: los dos tienen en común su admiración por Schopenhauer. Nietzsche absorbe de Wagner la importancia del arte ante la pujante industrialización y el lugar central que tiene la música dentro del campo de la estética. Sendos elementos se observan en la obra temprana de Nietzsche y, a pesar de que romperá con las ideas de Wagner años después, el diálogo con el compositor —a veces implícito —nunca cesará.
Con tan solo 24 años, Nietzsche es contratado como profesor en la Universidad de Basilea, convirtiéndose en unos de los profesores más jóvenes de la historia de la institución. Allí da clases de Filología y muestra un intelecto y una capacidad analítica fuera de lo común. Sus estudios sobre la métrica poética de los antiguos, por poner un ejemplo, suponen un avance sin parangón en la filología clásica. Sus compañeros de profesión quedan asombrados ante los trabajos de Nietzsche.
Debido a su brillantez intelectual y dado el éxito de sus investigaciones, en 1869 la Universidad de Leipzig concede a Nietzsche el doctorado sin pasar examen o disertación alguna. La lista de logros no para de aumentar y, tan solo un año después, la Universidad de Basilea lo nombra profesor honorario. Nietzsche tiene 26 años y ya es reconocido como un gran filólogo y como una joven promesa de la academia.
Va madurando en los siguientes años y buscando su propio camino. Rompe su amistad con Wagner y se aleja definitivamente de él. También se aleja del pesimismo que había heredado de Schopenhauer.
Es entonces cuando publica Humano, demasiado humano. Redactado entre 1878 y 1879, con este libro inicia su solitario peregrinaje para desmontar despiadadamente todos los errores (y horrores) que la humanidad ha ido perpetuando.
En Humano, demasiado humano se hallan las raíces de una psicología destructiva que busca despertarnos del sueño moderno. Nietzsche, el caminante que habla con su sombra, da los primeros pasos que conducirán a la genealogía de la moral y hacia el nuevo amanecer que supondrá la llegada de Zaratustra. Pocas veces, en la historia del pensamiento, ha reverberado tan intensamente un «temple espiritual» como el de Nietzsche en el presente libro que no solo soporta, orgulloso y feliz, todo el peso del pasado, sino que denuncia los síntomas de la «gran enfermedad» de Occidente.
Tres años después, en 1882, escribe La gaya ciencia. Es ahí desde un período negativo de crítica empieza a dar paso a un período afirmativo. En esta obra, la crítica al cristianismo y a la decadencia de la sociedad occidental culminan en la declaración de la muerte de Dios y la constatación del nihilismo europeo. En La gaya ciencia encontramos también los primeros esbozos del eterno retorno, que será desarrollado plenamente en Así habló Zaratustra.
«La ciencia ha sido hasta ahora un proceso de eliminar la confusión absoluta de las cosas mediante hipótesis que lo explican todo; un proceso originado en la repugnancia del intelecto por el caos».
Cuando Nietzsche critica el racionalismo, ataca también sus consecuencias, como, en este caso, la ciencia. No la idea del conocimiento en sí, sino aquello que representa: la debilidad. El hombre necesita saber, investigar, conocer, etc. porque es un ser débil. No es capaz de aceptar el caos de la realidad. No es capaz de vivir sin certezas. Primero, usó a los dioses para explicar aquello que no conocía, y después, usó a la ciencia para dar un sentido racional a lo que le rodea. En ambos casos, se equivoca.
Después de la publicación de estas obras, la pluma de Nietzsche habla con voz propia. El relativo aislamiento intelectual al que es sometido no parece frenar el pensamiento de un autor empeñado en demoler los vicios de una tradición platónica y sentar las bases para una nueva forma de pensar.
«La religión ha degradado el concepto del hombre; su consecuencia es la noción de que todo lo bueno, grande y verdadero es de naturaleza suprahumana y sólo se alcanza por obra de la gracia (…) El cristianismo es una doctrina que predica la obediencia».
En esta cita une dos conceptos: por un lado, la maldad intrínseca del cristianismo y su ideal moral; por otro, la negación de lo que esa misma entiende que es grande y virtuoso (clemencia, caridad, altruismo, pacifismo). El cristianismo y su código es un freno para el hombre, que le impide llegar a su máximo potencial.
La filosofía de Nietzsche ha influido en los grandes pensadores de nuestros días. Heidegger, Foucault, Deleuze o Derrida son algunos ejemplos de los epígonos de Nietzsche. Incluso sus grandes detractores siguen necesitando dialogar con él para poder hacer una filosofía que esté a la altura de nuestro tiempo. El nihilismo que Nietzsche diagnosticó y su tesis sobre la decadencia de una sociedad marcada por la filosofía platónica están todavía más que vigentes y sus críticas a la metafísica tradicional no pueden no ser escuchadas por los pensadores actuales.
Los textos de Nietzsche continúan teniendo una extraña calidad translúcida: resulta difícil fijar pautas hermenéuticas que hagan posible leer a Nietzsche como filósofo y no como profeta arrebatado. Son muchas las interpretaciones del legado nietzscheano que muestran a un autor absorto en un pasado que en realidad desconocía y atento a problemas que sólo tras su muerte llegarían a plantearse. El libro de Maurizio Ferraris Nietzsche y el nihilismo hace saltar por los aires esa mesiánica indeterminación nietzscheana al vincular su obra, a través de un riguroso aparato teórico, con la eclosión del positivismo y el neokantismo.
Se muestra así un Nietzsche luminoso plenamente interesado por la biología, la física y la química, para quien el nihilismo, lejos de ser un problema, representa más bien una solución a la superstición y la ideología. El trabajo de Ferraris reconstruye, en abierta polémica con la interpretación heideggeriana, los caminos intelectuales por los que discurre el pensamiento de Nietzsche, estableciendo los vínculos que le unen al universo científico y filosófico de su época.
Sobre Nietzsche se ha dicho mucho y su estilo literario permite, ciertamente, la lectura múltiple y plural: si hay un Nietzsche político o no, si de sus textos se puede derivar esto o lo otro… De todas las interpretaciones que se han hecho del autor, quizá, en opinión del filósofo Javier Correa, merezca la pena desmentir la única que ha calado en el imaginario popular y que no hace gala a sus escritos: la idea de que la filosofía de Nietzsche es una filosofía de carácter nazi.
Esta interpretación se debe al acercamiento que su hermana tuvo al nazismo y a la interpretación personal que hizo de la filosofía de Nietzsche. Los textos del filósofo alemán rezuman misoginia, antisemitismo y otras similitudes con el ideario nacional-socialista. Sin embargo, el rechazo al rebaño y el llamamiento a la creación de uno mismo gracias a la libertad personal, por ejemplo, suponen serias dificultades para cualquiera que pretenda asumir la tesis de un Nietzsche nazi antes de leerlo.
Como señala Correa, lo mejor para saber qué dijo realmente Nietzsche sea leerlo. Es probablemente el consejo que él mismo nos daría: dejar de ser una oveja del rebaño que dice y repite lo que escucha para ser alguien que lee y actúa con agencia propia. Pensar qué versión de uno queremos ser, qué tipo de personas queremos llegar a ser. Inventarnos. Leer. Crear. Decir. Hacer. Tremendo legado para unos tiempos tan convulsos.