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Contra la tiranía de las naciones pantalla 

Piénsalo. Algo no debe andar bien en una sociedad donde una parte cada vez mayor de sus mujeres y hombres se comportan como yonquis digitales, enganchados a las pantallas de sus teléfonos móviles y dispuestos a lo que sea con tal de recibir su chute de dopamina. 

Hemos normalizado lo que jamás tendríamos que haber normalizado. Hemos permitido que las empresas tecnológicas que gobiernan internet hayan violado masivamente nuestra privacidad para hacerse con nuestros datos más personales. Hemos permitido que destrocen nuestras democracias dejando que los peores buitres distribuyan sus bulos y sus infamias a través de sus redes sociales. Hemos dejado que provoquen la mayor epidemia de distracción y desconcentración que hayamos conocido jamás, convirtiéndonos en una suerte de zombis incapaces de desconectar. Y hemos aceptado que revienten los negocios de cientos de miles de pequeños comercios y que hayan fomentado una precarización del mundo del trabajo como no se conocía desde hace ochenta años. Te lo diré en pocas palabras: hemos dejado crecer a un monstruo. Y, ahora, no sabemos qué hacer con él. 

Podría parecer el argumento de un cómic barato o el guion simplón de una película de Marvel, pero, por desgracia, es real. 

En el libro La tiranía de las naciones pantalla. Los cinco pecados capitales de las plataformas que gobiernan internet, cuento cómo estas empresas nacidas en los garajes de chicos rebeldes y brillantes han terminado por ser grandes corporaciones donde ya no se quiere cambiar el mundo, sino dominarlo. Y explico cómo lo están logrando mientras nosotros dejamos que la discusión pública esté en manos de unos cuantos youtubers e influencers con las mismas lecturas que una guía en una cabina antigua de teléfonos.  

Las compañías como Google (Alphabet), Meta, Amazon o la X de Elon Musk son ahora naciones pantalla más poderosas que la mayoría de los Estados y deciden cómo consumimos, cómo nos informamos, cómo nos entretenemos y hasta qué votamos. 

¿Por qué? Porque nos tienen enganchados como yonquis a sus productos y a sus pantallas. Y porque estos popes ataviados con sudaderas y camisetas que nos prometieron un mundo de libertades plenas y utilidades infinitas han devenido, como en un retrato de un Dorian Grey hecho con píxeles, caudillos feudales dispuestos a lo que sea para inflar sus cuentas de resultados gracias a su modelo ganador de publicidad programática. 

Quiero hacerte aquí una precisión. No soy un ludita de última generación. Me gusta internet, me gustan las pantallas y soy tan consumidor de los productos de estas plataformas como puedas serlo tú. Pero eso no me convierte en alguien tan noqueado que se niega a ver lo que está pasando. 

Para estas naciones pantalla, todo vale con tal de ganar algún dólar más. Da igual si la podredumbre mediática que alimenta hace de fentanilo mortal para nuestras democracias, si convierte en adictos al fast food de las pantallas a los más jóvenes o si despoja de sus derechos laborales a cientos de miles de trabajadores con su paquetería infinita, sus riders esclavizados y su nueva adoración al dios de la IA y de la automatización. 

Por eso he escrito este libro, que es una visión de conjunto de lo que está pasando y es también una llamada a la acción para que regulemos las plataformas antes de que estas nos gobiernen a todos como en el peor sueño orwelliano. 

No nos podemos resignar. Y, sobre todo, no podemos seguir actuando como walking dead de la banda ancha, zombis dispuestos a recibir nuestra ración de dopamina mientras dejamos que los algoritmos de estas plataformas gobiernen casi todos los aspectos de nuestras vidas, desde los más públicos hasta los más privados. 

Tenemos que despertar. Y tenemos que despertar ahora, que aún estamos a tiempo. 

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