Hiroshima y Nagasaki

¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho? El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki

hiroshima y nagasaki

El inicio de la Segunda Guerra Mundial coincidió con el hallazgo por parte de los físicos nucleares de la posibilidad teórica de dividir los átomos de uranio para liberar vastas cantidades de energía. En octubre de 1939, Albert Einstein, el científico más respeta do del mundo, escribió al presidente Roosevelt que podía construirse «un nuevo tipo de bomba de una potencia extraordinaria».

En cuanto EE UU entró en la guerra, Roosevelt inició el ultrasecreto Proyecto Manhattan para construir una bomba atómica. Lo encabezó un equipo de físicos a las órdenes de Robert Oppenheimer en Los Álamos (Nuevo México). Los desafíos científicos y técnicos resultaron formidables. Tanto Alemania como Japón iniciaron programas para fabricar bombas atómicas, pero todos sin éxito. Únicamente EE UU, con la obtención de uranio y plutonio fisionable y la dedicación de recursos industriales a gran escala al proyecto (financiado por unos 2000 millones de dinero gubernamental gastados sin la aprobación del Congreso), fuecapaz de convertir la teoría científica en un arma real.

Todos los implicados dan por sentado que la nueva arma se fabricaba para usarla. El general Leslie Groves, ingeniero militar y director del proyecto, recibió el encargo de fabricar la nueva arma y desplegarla. En el otoño de 1944, creó un grupo aéreo especial que voló en el Boeing B-29 Superfortress, un nuevo bombardero de largo alcance. Los aviadores, bajo el mando del coronel Paul Tibbets, se sometieron a una rigurosa instrucción a fin de prepararse para soltar la bomba en cuanto estuviera disponible. En la primavera de 1945, los B-29 de Tibbets se enviaron a la isla Tinián, en las Marianas, dentro del rango de vuelo de Japón. Groves impulsó su proyecto con ansias por tener lista la bomba antes de que acabara la guerra.

Cuestiones morales
En mayo de 1945, el nuevo presidente de EE UU, Harry S. Truman –a quien no se le informó del Proyecto Manhattan mientras fue vicepresi dente– envió a un comité interno al mando del secretario de Guerra, Henry Stimson, para que lo asesorara en materia nuclear. Sus miembros eran conscientes de las cuestiones morales y políticas relacionadas con el uso de la bomba. La política oficial de EE UU, pese a sus muchos incumplimientos en la práctica, era evitar bombardear a civiles deliberadamente.

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Las llamadas «chicas del calutrón» supervisaban los calutrones (máquinas que separaban los isótopos de uranio) en las instalaciones de enriquecimiento de uranio del Laboratorio Nacional de Oak Ridge (Tennessee).

Selección de objetivos
En torno a esa misma época, un grupo de físicos del Proyecto Manhattan con sede en Chicago emitió un informe que sugería alternativas al uso de la bomba atómica contra Japón. El informe, llamado Infor- me Franck en honor al físico James Franck, director del equipo, proponía soltar la bomba en un lugar desierto o advertir primero a los japoneses de dónde iba a usarse para que pudieran evacuar a la población. El comité lo rechazó. Otro comité al mando de Groves destinado a elegir los objetivos seleccionó una lista de ciudades para ser destruidas por bombas atómicas. El hecho de que muchas ciudades japonesas ya estuvieran reduci-das a escombros complicó su labor. Hiroshima fue la elegida por ser una ciudad portuaria relativamente intacta con instalaciones militares» y porque, al ser llana, podía maximizar la propagación de la explosión. Nagasaki entró al final de la lista, pues su terreno montañoso se consideró menos adecuado. Las ciudades de la lista no se bombardearon con armas corrientes para preservarlas para la bomba atómica.

Planes de invasión
El día 18 de junio, los principales dirigentes civiles y militares de EE UU debatieron cómo terminar la guerra con éxito. No se mencionó la bomba atómica –la mayoría de los presentes ignoraban la existencia del proyecto–, y se decidió atacar Japón por todos los medios posibles, por tierra, mar y aire, para forzar su rendición lo antes posible. En caso de que el bloqueo naval y el bombardeo urbano no consiguiera la capitulación, se programó una primera invasión marítima para noviembre de 1945, a la que seguiría, de ser necesario, una segunda en marzo de 1946. Los estrategas previeron que unos 25 000 estadounidenses podrían perder la vida en los primeros desembarcos y 21 000 en los segundos. A pesar de ello, cuando los altos mandos de EE UU, incluidos el jefe del Estado Mayor, William D. Leahy, y el general Eisenhower, fueron informados de la intención de usar la bomba atómica, su reacción fue negativa. El general Carl Spaatz, comandante aéreo de la región del Pacífico, exigió una autorización escrita del presidente por miedo a que lo culparan después de las consecuencias. Pero las reservas de los jefes militares respecto a la bomba no fueron más allá.

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Pruebas y fabricación
El 16 de julio de 1945 se efectuó la primera prueba de la bomba en Ala- mogordo, en el desierto de Nuevo México. Produjo una explosión equivalente a 20 000 toneladas de TNT y generó temperaturas más calientes que las del núcleo solar. El proyecto había tenido éxito. La conferencia de los Aliados en Potsdam se inauguró al día siguiente. El presidente Truman y el líder soviético Stalin tenían delante una negociación difícil, dadas las cada vez peores relaciones entre sus respectivas naciones. Truman esperaba que la posesión de la nueva arma mejorara su posición, pero, cuando informó a Stalin de la existencia del arma, no obtuvo el efecto esperado. Gracias a los espías soviéticos, Stalin ya lo sabía todo sobre la bomba. Mientras tenía lugar la cumbre de Potsdam, a Tinián llegaban las piezas y los materiales para ensamblar las primeras bombas atómicas. Groves informó a Truman de que la primera, un dispositivo con base de uranio y el nombre en clave de «Little Boy», estaría lista a principios de agosto. Muy pronto la seguiría una segunda con base de plutonio llamada «Fat Man», y una tercera estaba en camino.

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Se lanza la bomba atómica sobre Hiroshima. La explosión prende el
aire circundante y genera una bola de fuego que se eleva a más de 18 000m en el aire y crea una «nube de fuego».

El 26 de julio, los Aliados emitieron la Declaración de Potsdam, que instaba a la rendición incondicional de Japón. El comunicado incluía vagas amenazas apocalípticas en relación con el futuro del país si no se rendía, pero no mencionaba explícitamente la bomba atómica. Japón dio una respuesta evasiva, que los Aliados interpretaron como un rechazo despectivo. Entretanto, en el Pacífico, los japoneses seguían atacando los buques de EE UU.

Doble conmoción
La mañana del 6 de agosto de 1945, Tibbets despegó de Tinián al mando de un B-29 que apodó Enola Gay, nombre de soltera de su madre. A bordo iban otros 11 miembros de la tripulación y la bomba «Little Boy». El avión, acompañado de otros dos B-29, llegó al cielo de Hiroshima a las 8:15. La bomba, que lanzó a gran al- titud, explotó en el centro y liberó un intenso destello de luz, calor y radiación, seguido de una onda expansi- va que destruyó casi cada edificio a 1,6 km del lugar de detonación. Las tormentas de fuego provocadas por la explosión devastaron una zona urbana mucho más amplia. Después del bombardeo, Truman anunció por radio al mundo la existencia de la bomba atómica y amenazó a los japoneses con «una lluvia de ruina desde el aire como no se había visto en la Tierra». Al no obtener una respuesta inmediata por parte del gobierno nipón, tres días después se lanzó la segunda bomba. El blanco original era Kokura, pero el mal tiempo obligó a los B-29 a des- viarse a Nagasaki. El resultado fue básicamente el mismo que en Hiroshima, aunque sus colinas ofrecieroncierta protección contra la explosión y la radiación. La cifra de muertos causados por los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki no podrá calcularse jamás con certeza. Se cree que los fallecidos el mismo día y en los meses siguientes –incluidos los que sufrieron síndrome de irradiación– oscilan entre 80 000 y 146 000 en Hiroshima y 40 000 y 80 000 en Nagasaki. La mayoría de ellos fueron civiles ancianos, mujeres y niños.

El día después del bombardeo de Nagasaki, Groves informó a sus superiores que en torno al 17 de agosto estaría lista una tercera bomba, pero le dijeron que no se lanzaría ninguna otra sin instrucciones expresas del presidente. Para entonces estaba claro que Japón iba a rendirse. ■

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