Pascual Serrano
En una aldea de Ucrania llamada Dykanka, tienen numerosas leyendas y misterios que se desarrollan entre sus paisajes fabulosos y bosques espectaculares. Allí vive el colmenero Pankó el Pelirrojo. Podrías visitar su caserío donde los lugareños cuentas fascinantes historias en torno a la mesa. Todos ellos los puedes escuchar de labios de esos vecinos mientras bebes y comes con ellos, frente a la chimenea o bajo la luz de la luna. Son relatos de terror, de humor o de desamor.
Para ello solo necesitas leer Veladas en un caserío de Dikanka, de Nikolái Gógol.

Pero conozcamos antes algo de Gógol, no podemos presentarnos en ese caserío sin conocer al responsable y guionista de la situación. Nikolái Vasílievich Gógol-Yanovski nació el 1 de abril de 1909 en el pueblo ucraniano de Soróchintsy. De origen noble, su familia poseía alrededor de 400 siervos. Su vida en provincias fue el gran recurso literario que le nutrió la inspiración.
Sus inicios no fueron fáciles, estudiante regular, se fue a San Petesburgo, donde solo pudo aspirar a ser funcionario de Hacienda. Al año de llegar, en 1829, publica un poemario que obtiene una crítica desfavorable. Gógol compró toda la tirada y la quemó.
Gógol vivió atormentado entre el fuerte sentimiento religioso que adoptó en los últimos años de su vida. Debe vivir combinando su fanatismo cristiano con su sentimiento de culpa por su homosexualidad que le llevó a hábitos constantes de purificación y sacrificio. Todo ello le termina aislando más de la sociedad, tanto de los sectores progresistas como de los tradicionales. Su extrema debilidad por sus ayunos y autocastigos le hacen enfermar gravemente y muere en 1852.
La obra de Gógol, en opinión de Manuel Ángel Chica Benayas, su traductor al español, puede dividirse en dos periodos, uno laico y otro religioso.
El laico comienza cuando vuelve la mirada a su Ucrania de nacimiento, a la búsqueda de recuerdos infantiles, cuentos y relatos, leyes y tradiciones. Es entonces cuando alcanza su primer gran éxito, Veladas en un caserío de Dikanka. Gógol comienza a recopilar recuerdos y vivencias de su Ucrania natal, le pide, además, a su madre, que le envíe todo lo que recuerde de costumbres, supersticiones, personajes, etc. Con todo ello elabora sus relatos, cada uno corresponde con una velada en el caserío del apicultor Pakó el Pelirrojo. En ellos se dan cita los amores románticos, la sociedad rural, el racismo, el fanatismo religioso, los vicios, la homosexualidad y cualquier tema, por espinoso que fuera, que pudiera plantearse en la Ucrania profunda de entonces. Tras el éxito de la primera edición en 1831 escribió una segunda parte en 1832. A partir de 1842 se publicaron siempre juntas.
Más tarde vendría la obra más conocida, Taras Bulba, una novela épica de las luchas de los cosacos contra los invasores polacos y tártaros, que sería llevada al cine de Hollywood con Yul Brinner de protagonista.
Pero sin duda su proyecto más ambicioso tras un viaje por Europa es Almas muertas. La historia es tremenda. Recordemos que en el país se llamaba “almas” a los siervos. Los señores pagaban un impuesto por cada siervo y, como los censos estaban desactualizados, era muy posible que pagaran por siervos que hubiera fallecido, por “almas muertas”. La historia del libro es sobre un tipo de ciudad que llega a provincias con intenciones de ascender de clase y planea la estrategia de comprar a los señores los siervos fallecidos, las “almas muertas”. Es verdad que pagará impuestos por algo inexistente, pero le dará derecho a tierras y haciendas y esas almas siempre le supondrán menos gastos que mantenerlas si estuvieran vivas. Como no posee siervos no puede trabajar esas tierras, pero las podrá alquilar y enriquecerse igualmente. Se trata sin duda de un crítica descarnada del sistema político y social de la Rusia de entonces.
Existe un breve relato incluido la obra Cuentos rusos clásicos. Se trata de La nariz, donde profundiza en esa sensación de extrañeza, explotando la ambivalencia que produce cualquier acontecimiento absurdo. El asesor colegiado Kovaliov se levanta una mañana y descubre que ha desaparecido su nariz. Su rostro no exhibe ninguna herida, pero la ausencia del apéndice nasal borra parcialmente su humanidad. Kovaliov se cruza con su nariz, actuando como si fuera un ser con vida propia. Se ha aventurado que este relato prefigura La metamorfosis, de Franz Kafka.
En opinión del escritor y crítico literario Rafael Narbona, “Gógol es tal vez la versión más exasperada del alma rusa primitiva, reacia a la modernidad, hondamente religiosa y fuertemente enraizada en la tierra”. Para Narbona, “Gógol es un escritor ruso o, más exactamente, el escritor que mejor expresa el alma rusa, con sus raíces místicas, su apego a las planicies infinitas y su sed de absoluto. Tal vez no queda casi nada de eso, pero España se forjó en el mismo yunque y no es un secreto que ambos imperios han participado en las mismas aventuras del espíritu. Dejar atrás ese legado les convirtió en países modernos, pero también les ha despojado de su identidad. La muerte de Gógol quizá fue un gesto de rebeldía contra ese ingrato destino”.