Cambalache en la universidad

José Carlos Bermejo.

Compuso el maestro Santos Discépolo este famoso tango en el que se decía: “Todo es igual, nada es mejor,/ lo mismo un burro que un gran profesor”. Sus palabras llegaron a ser proféticas en la universidad del siglo XXI. Solía creerse que las universidades eran para estudiar, tanto los alumnos, como los profesores, que debían siempre estar al día y crear conocimiento en sus materias, gracias a su esfuerzo continuado de búsqueda de la verdad.

Sin embargo, desde hace más de veinte años, en los que las universidades españolas vieron incrementados extraordinariamente sus recursos humanos y materiales y en los que han conseguido mejorar su calidad en muchos aspectos, en ellas se ha producido una curiosa inversión. Antes se decía que la verdad era sagrada, las opiniones discutibles y las personas respetables. En la universidad, por el contrario, las opiniones son sagradas, la verdad manipulable y, todas las personas astutas, estrategas que defienden sus derechos a costa de los demás en todos los campos.

Las universidades, en nombre de una autonomía que sólo debería ser la garantía de su neutralidad en la política partidista y la base de su defensa de los valores que las definen, han conseguido crear tramas legales que permiten justificarlo todo, según el caso. El prestigio científico, por ejemplo, fácil de valorar por los especialistas, se mide por baremos que han cambiado docenas de veces. Si se quiere decir que la publicación de libros es esencial en muchos campos, se dice; si no, se dice que los libros no sirven, pero sí los artículos en las revistas de prestigio, que pueden ser las que de verdad lo tienen o las que figuran en los baremos elaborados por algunos profesores que pueden decidir que son de prestigio las revistas en las que ellos ya publican. Y lo mismo pasa con las asistencias a congresos, las estancias en centros de investigación, etc., que en cada caso valen lo que dice el baremo que juzga ese caso.

La experiencia docente puede ser fundamental o prescindible y se puede medir por años o contando hora a hora, depende del caso. A veces es importante publicar, otras registrar patentes. Y proyectos y contratos de investigación se valoran por su costo, no por sus resultados; resultando que es mejor quien hace menos con más y no más con menos. Si se quieren defender los méritos académicos de los profesores, se hace; si algunos profesores no los tienen –porque no quisieron lograrlos y se dedicaron a otras ocupaciones– se les hace un baremo propio, o quizás sería mejor decir impropio. Se puede decir que los profesores veteranos son muy valiosos por su experiencia y defender la jubilación a los 75 años para todos, o decir que los mejores son los jóvenes, mejor formados, y que hay que hacerles sitio. Todo vale y todo se puede justificar en una universidad alejada de la realidad. Sería muy triste que en ella también fuese verdad lo que decía el tango: “Siglo XX, cambalache, problemático y febril/ el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Por el bien de todos esperemos que nunca sea así.

José Carlos Bermejo,  catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Santiago, ha publicado en varias ocasiones en Ediciones Akal. Su último libro es La maquinación y el privilegio.

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