Juan Luis Cebrián o El ángel exterminador

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A Juan Luis Cebrián le pasó algo parecido a lo que les sucedió a los invitados de una cena de gala en la conocida película de Luis Buñuel, El ángel exterminador. En el filme los personajes, una vez finalizada la cena, se dan cuenta de que por mucho que quieran no encuentran la forma de salir de la mansión. No es que alguien o algo se lo impidieran, simplemente no pueden salir. Según se va sucediendo la película los invitados van perdiendo sus formas elegantes y burguesas de comportase, y todo se torna en una vorágine esperpéntica en la que se van perdiendo las formas y los códigos sociales burgueses establecidos.

Juan Luis Cebrián, durante mucho tiempo, pudo parecer uno de esos personajes. No se iba de la mansión PRISA por mucho que anunciase que se iría. No encontraba y no quería encontrar la forma de irse. La razón a algunos les pudo parecer tan desconocida como en la película de Luis Buñuel, pero a estas alturas parece evidente que la avaricia y el poder fueron las principales y lucrativas razones. Cebrián también fue perdiendo las formalidades, por lo menos aquellas que exteriorizaba de forma pública. Aunque se lo describe como observador, tímido, educado y leído, sus redactores y trabajadores lo calificaban como arrogante y dado a los ataques de ira. Y fue esta última imagen la que se fue imponiendo al final de su etapa (si es que ya podemos afirmar que ha finalizado) en PRISA. En algunas de las entrevistas en las que se ponía el dedo en la llaga, el exdirector acababa enfurecido, titubeante e irritado: «¿Y a mí que me cuenta de esto?», «No tengo que dar explicaciones de nada a la opinión pública», «Ni siquiera he pedido esta entrevista» «No te he concedido la entrevista para hablar de mis contradicciones»… Surrealista, el causante de exterminar ideológica y económicamente un periódico de tanta trascendencia a costa de su enriquecimiento personal y de la censura impuesta a los trabajadores decía que «no tengo que dar explicaciones». Las caretas se caían, pero Cebrián seguía sin encontrar la salida de la mansión PRISA.

PRISA. Liquidación de existencias

Pero no todo era el surrealismo de El Ángel exterminador, en la vida de Cebrián también había mucho de película de terror. De ser el supuesto niño prodigio a convertirse en zombi. Algunos accionistas comparaban su parasitismo con el de la existencia de un muerto viviente. Pero la mansión PRISA, tanto en Gran Vía como en Miguel Yuste, no tiene ese ambiente gótico y oscuro de la literatura de terror y los buitres, que normalmente sobrevuelan a las futuras víctimas, en este caso no son aves carroñeras, sino empresas que desean especular. Para entender lo terrorífico de la cuestión conviene echar un vistazo a PRISA, liquidación de existencias de Luis Balcarce, del que recojo aquí un fragmento relevante de la intervención de un accionista del grupo, en la que precisamente acusa a Cebrián de zombi:

No vengo a quejarme: a la bolsa y de la bolsa se va y se viene llorado. Vengo a exigir responsabilidades. Y vengo a exigir responsabilidades a quien creo que las tiene. Vaya por delante que no me gustan las críticas al hombre. Y quiero ajustarme estrictamente a este apartado que dice «Ruegos y preguntas». Haré un ruego: señor Cebrián, abandone; váyase. Y una pregunta: ¿por qué no lo ha hecho ya? Creo que merece la pena que me explique. Le decía que no me gustan las críticas al hombre porque creo que los grandes desastres, lo mismo que los grandes triunfos, no son cosa de una persona.

Usted no es el único responsable de lo que ha sucedido en el grupo, pero considero que, en los últimos años, sí ha tenido un papel determinante en que estemos donde estamos. Creo sinceramente que es usted un mal gestor. Que ha sido capaz de aplicar medidas de gestión brutales que han dañado al grupo y perjudicado a los accionistas, y no ha sabido al mismo tiempo ser coherente en el discurso que mantiene con sus actos. Lo creo sinceramente. Verá. Me va a permitir que le cite a un gran periodista [Enric González], que escribió durante muchos años en El País. «Cebrián no es el responsable de la crisis general de los medios; agravó la de PRISA y la de El País. Al mismo tiempo se benefició de ello; cobró como bombero y cobró como pirómano». Suscribo por entero la afirmación. Creo, Juan Luis Cebrián, que eso es un escándalo. Se lo diré muy bajito: un escándalo. No se puede estar en dos lugares a la vez. Voy a citar también a un economista que creo que le suena, John Kenneth Galbraith. En El nuevo estado industrial pronosticó que lo que él denominaba la tecnoestructura, los gestores, acabaría por apropiarse y por dominar las empresas y quitar el poder a los accionistas. Acertó plenamente. Yo creo que es usted un ejemplo; un ejemplo notable, pero un ejemplo. Uno más· empresarialmente, por emplear un término que usted aplicó en un artículo, creo que es un zombi; un zombi empresarial. Si no lo sabe, se lo digo yo. Le quiero decir algo más. Me va a permitir hacer de augur: creo que usted jamás va a ser un hombre pobre, nunca; pero creo que tampoco nunca va a dejar de ser un pobre hombre. Y la prueba es que tenga que escuchar lo que está escuchando de mí, aquí y ahora. Muchas gracias por su atención.

Esta intervención da una pincelada clave en esa historia de fondos buitres, traiciones, papeles de Panamá, censura y manipulación que rodea al Grupo PRISA y en la que Juan Luis Cebrián se convirtió en algo así como un «ángel exterminador» de El País. Si no que le pregunten a Maruja Torres, a la que Cebrián echó de la sección de Opinión. Ella nos habla de otro personaje más (y más importante si cabe) de esta historia, en esta ocasión más propio del cine gore: el capitalismo caníbal. Que se complementaba genial con nuestro «ángel exterminador» para acabar con lo poco de periodismo que quedara: «el canalla, al saberse aupado por sus pares a la cresta del capitalismo caníbal, ha perdido toda compostura […] Pisoteando nuestros cráneos y sin importale la vergüenza ajena que sus dislates provocan», escribía Maruja en su última columna en El País.

PRISA. Liquidación de existencias – Luis Balcarce

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