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Giovanni Arrighi (1937-2009), economista y sociólogo italiano especializado en economía política, está considerado uno de los máximos representantes de las teorías de los ciclos económicos. Doctorado en Economía por la Universidad de Milán, fue profesor de Sociología en la Johns Hopkins University, Baltimore. Entre sus publicaciones destacan los libros publicados en Ediciones Akal Movimientos antisistémicos (con Immanuel M. Wallerstein y Terence K. Hopkins, 1999), El largo siglo XX (1999), Caos y orden en el sistema-mundo moderno (con Beverly J. Silver, 2001) y Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI (2007).

Pautas evolutivas y cíclicas de comportamiento del capitalismo histórico

Giovanni Arrighi

Las similitudes existentes entre los ciclos sistémicos de acumulación –consistente cada uno de ellos en la emergencia de un nuevo régimen en el curso de la expansión financiera de un régimen anterior– ha llevado a algunos lectores a atribuir a El largo siglo XX un argumento estrictamente cíclico en el que, en palabras de Michael Hardt y Antonio Negri (2000: 39), «es imposible reconocer una ruptura del sistema, un cambio de paradigma, un acontecimiento. Por el contrario, todo debe siempre retornar y la historia del capitalismo se convierte así en el eterno retorno de lo mismo» (véase también Detti 2003: 551). En realidad, la insistencia del libro en la recurrencia de las expansiones financieras ni nos impide reconocer rupturas sistémicas ni pretende describir la historia del capitalismo como un eterno retorno de lo mismo. A la inversa, pretende mostrar que las reorganizaciones fundamentales del sistema tienen lugar precisamente cuando lo «mismo» (en la forma de expansiones financieras recurrentes) retorna.

La figura 1 resume la pauta histórica de recurrencia y evolución que puede inferirse de la comparación de los sucesivos ciclos sistémicos de acumulación contenida en El largo siglo XX. Tan pronto como comparamos las agencias, las estrategias y las estructuras de los sucesivos ciclos, descubrimos no sólo que son diferentes, sino también que su secuencia describe una pauta evolutiva que apunta a regímenes de creciente tamaño, alcance y complejidad. La figura 1 resume esta pauta evolutiva concentrándose en los «contenedores de poder» que han albergado los «cuarteles generales» de las principales agencias capitalistas de los sucesivos regímenes: la República de Génova, las Provincias Unidas, el Reino Unido, Estados Unidos.

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Figura 1. Pautas evolutivas del capitalismo mundial

En el momento del ascenso y plena expansión del régimen genovés, la República de Génova era una ciudad-Estado de reducido tamaño y de organización simple, que contenía muy poco poder en realidad. Profundamente dividida socialmente y prácticamente carente de defensa militar, era a tenor de la mayoría de los criterios un Estado débil comparado con todas y cada una de las grandes potencias de la época, entre las cuales su vieja rival Venecia todavía se situaba realmente muy alto. Sin embargo, gracias a sus vigorosas y densas redes comerciales y financieras, la clase capitalista genovesa, organizada en una diáspora cosmopolita, trató en pie de igualdad con algunos de los gobernantes más poderosos de Europa y logró convertir la incesante competencia existente entre estos por el capital en busca de inversión en un poderoso motor de autoexpansión de su propio capital (Arrighi 1994: 109-132, 145-151).

En el momento de ascenso y plena expansión del régimen de acumulación holandés, las Provincias Unidas eran una organización híbrida que combinaba algunas de las características de las declinantes ciudades-Estado con algunas otras de los ascendentes Estados nacionales. Una organización mucho mayor y más compleja que la República de Génova, las Provincias Unidas «contenían» suficiente poder como para ganar la independencia de la España imperial, arrancar de los imperios marítimo y territorial de esta última un imperio altamente rentable de bases comerciales y mantener a raya los desafíos por mar de Inglaterra y por tierra de Francia. Este mayor poder del Estado holandés en comparación con los genoveses permitió a la clase capitalista holandesa hacer lo que éstos ya habían estado haciendo –convertir la competencia interestatal por el capital en busca de inversión en un motor de autoexpansión de su propio capital–, pero sin tener que «comprar» protección de los Estados territoriales, como habían hecho aquellos mediante la relación de intercambio político tejida con los gobernantes ibéricos. El régimen holandés, en otras palabras, «internalizó» los costes de protección que los genoveses habían «externalizado», como muestra la figura 1 (Arrighi 1994: 36-47, 127-151).

En el momento del ascenso y plena expansión del régimen de acumulación británico, el Reino Unido no era tan solo un Estado nacional totalmente desarrollado, sino que también se hallaba en curso de conquistar un imperio territorial y comercial de alcance mundial, que otorgó a sus grupos dirigentes y a su clase capitalista un poder de mando sobre los recursos humanos y naturales mundiales sin parangón ni precedente. Esto permitió que la clase capitalista británica hiciera lo que los holandeses ya habían sido capaces de hacer –convertir en su propia ventaja la competencia interestatal por el capital en busca de inversión y «producir» toda la protección necesaria para la autoexpansión de su propio capital-, pero sin tener que apoyarse en organizaciones territoriales extranjeras, y con frecuencia hostiles, para obtener la mayor parte de la producción agroindustrial sobre la que se apoyaba la rentabilidad de sus actividades comerciales. Si el régimen holandés había internalizado respecto al genovés los costes de protección, el régimen británico había internalizado también los costes de producción (Arrighi 1994: 43-58, 174-238).

Finalmente, en el momento del ascenso y plena expansión del régimen de acumulación estadounidense, Estados Unidos ya era algo más que un Estado nacional totalmente desarrollado. Era un complejo militar-industrial de alcance continental dotado de suficiente poder tanto para proporcionar a una amplia gama de gobiernos subordinados y aliados una protección tan eficaz como para dotar de credibilidad a las amenazas de estrangulación económica o de aniquilación militar dirigidas contra gobiernos no amigos localizados en cualquier parte del mundo. Este poder, combinado con el tamaño, insularidad y riqueza natural de su territorio nacional, permitió a la clase capitalita estadounidense internalizar no únicamente los costes de protección y producción –como la clase capitalista británica había hecho–, sino también los costes de transacción, es decir, los mercados de los que dependía la autoexpansión de su capital (Arrighi 1994: 58-74 y capítulo 4).

Este incremento continuo del tamaño, el alcance y la complejidad de los sucesivos regímenes de acumulación de capital a escala mundial se ve de algún modo oscurecido por otra característica de su secuencia histórica consistente en un doble movimiento, hacia delante y hacia atrás, de sus modalidades de existencia. Cada paso adelante en el proceso de internalización de los costes por un nuevo régimen de acumulación implicaba la revitalización de las estrategias gubernamentales y económicas que habían sido reemplazadas por el régimen precedente.

Así, la internalización de los costes de protección por parte del régimen holandés en comparación con el genovés se produjo mediante una revitalización de las estrategias y estructuras del capitalismo monopolista de Estado veneciano, que el régimen genovés había reemplazado. De modo similar, la internalización de los costes de producción por el régimen británico en comparación con el holandés supuso la revitalización, mediante formas novedosas y más complejas, de las estrategias y estructuras del capitalismo cosmopolita genovés y del territorialismo global ibérico. Y la misma pauta recurrió de nuevo con el ascenso y la plena expansión del régimen estadounidense, que internalizó los costes de transacción revitalizando de formas novedosas y más complejas las estrategias y estructuras del capitalismo corporativo holandés (Arrighi 1994: 57-58, 70-72, 243 ss.).

Como muestra la figura 1, esta revitalización recurrente de estrategias y estructuras de acumulación reemplazadas previamente genera un movimiento pendular hacia delante y hacia atrás entre estructuras organizativas «imperial-cosmopolitas» y «nacional-corporativas», siendo las primeras típicas de los regímenes «extensivos» –como lo fueron el ibero-genovés y el británico– y las segundas de los regímenes «intensivos», como lo fueron el holandés y el estadounidense. Los regímenes «imperial-cosmopolitas» ibérico-genovés y británico fueron extensivos en el sentido de que han sido los responsables de la mayor parte de la expansión geográfica del sistema capitalista. Bajo el régimen genovés, «se descubrió» el mundo y bajo el británico «se conquistó». Los regímenes «nacional-corporativos» holandés y estadounidense, por el contrario, fueron intensivos en el sentido de que han sido los responsables de la consolidación geográfica más que de la expansión del sistema capitalista. Bajo el régimen holandés, el «descubrimiento» del mundo, realizado primordialmente por los socios ibéricos de los genoveses, se consolidó en el sistema pivotado en Ámsterdam de centros de intermediación y distribución comercial y de compañías otorgadas por acciones. Y bajo el régimen estadounidense, la «conquista» del mundo efectuada básicamente por los británicos se consolidó en el sistema centrado en Estados Unidos de mercados nacionales y corporaciones transnacionales.

Esta alternancia de regímenes extensivos e intensivos difumina nuestra percepción de la tendencia subyacente a largo plazo hacia la formación de regímenes de creciente tamaño y alcance. Cuando el péndulo oscila en la dirección de los regímenes extensivos, la tendencia subyacente resulta magnificada; y cuando oscila en dirección de los regímenes intensivos, parece ser menos significativa de lo que en realidad es. Sin embargo, una vez que controlamos estas oscilaciones comparando los dos regímenes intensivos y los dos extensivos –el genovés-ibérico con el británico y el holandés con el estadounidense– la tendencia subyacente resulta inconfundible.

El desarrollo del capitalismo histórico como un sistema-mundo se ha basado, pues, en la formación de bloques históricos, cada vez más poderosos y complejos, de organizaciones gubernamentales y económicas dotadas con la capacidad de ampliar (o de profundizar) el alcance funcional y espacial del capitalismo mundial. Y, sin embargo, cuanto más poderosos y complejos son estos bloques menor es el ciclo vital de los regímenes de acumulación que han generado, esto es, menor es el tiempo que han invertido para emerger de la crisis del régimen dominante precedente para convertirse ellos mismos en dominantes y alcanzar sus límites que son señalados por el comienzo de una nueva expansión financiera. Si partimos de la datación de Braudel del comienzo de las expansiones financieras, este tiempo fue menos de la mitad tanto en el caso del régimen británico respecto al genovés como en el caso del régimen estadounidense respecto al holandés (Arrighi 1994: 216-217).

Esta pauta de comportamiento del desarrollo capitalista en virtud de la cual el incremento en el poder de los regímenes de acumulación se halla asociado con el acortamiento de su duración, recuerda la afirmación efectuada por Marx de que «la barrera real de la producción capitalista es el propio capital» y aquella otra de que la producción capitalista continuamente supera sus barreras inmanentes «únicamente para erigirlas de nuevo en su camino a una escala más formidable» (Marx 1962: 244- 245). Pero esta contradicción entre la autoexpansión del capital, por un lado, y el desarrollo de las fuerzas materiales de producción y de un mercado mundial apropiado, por otro, puede en realidad reformularse en términos más generales de los concebidos por Marx, ya que él la aplicó tan solo al capitalismo como un «modo de producción», esto es, contemplando la internalización de los costes de producción en la etapa británica de su desarrollo, cuando, sin embargo, el principio de que la barrera real del desarrollo capitalista es el propio capital operaba claramente ya en las etapas genovesa y holandesa de desarrollo.

Tanto en la etapa genovesa como en la holandesa, el punto de partida y de clausura de la expansión del comercio y de la producción mundiales fue la obtención de beneficio como un fin en sí mismo por parte de una agencia capitalista particular. En la primera etapa, los «Grandes Descubrimientos», la organización del comercio de larga distancia en el seno y a través de los límites del/os enorme(s) imperio(s) ibérico(s) y la creación de un embrionario «mercado mundial» en Amberes, Lyon y Sevilla fueron para el capital genovés meros medios para su propia autoexpansión. Y cuando en torno a 1560 esos medios dejaron de servir para ese propósito, el capital genovés se retiró rápidamente del comercio para especializarse en las altas finanzas. Del mismo modo, la realización de actividades comerciales entre jurisdicciones políticas independientes y con frecuencia distantes, la centralización del centro de intermediación comercial en Amsterdam y de las actividades de alto valor añadido en Holanda, la creación de una red de bases comerciales de alcance mundial y la «producción» de toda la protección necesaria para la realización de estas actividades fueron para el capital holandés meros medios para su propia autoexpansión. Y de nuevo cuando en torno a 1740 esos medios dejaron de servir a ese propósito el capital holandés los abandonó para optar por una especialización más concienzuda en las altas finanzas.

Desde este ángulo analítico, en el siglo XIX el capital británico simplemente repitió una pauta de comportamiento que se había establecido mucho antes de que el capitalismo histórico como modo de acumulación se hubiera convertido también en un modo de producción. La única diferencia era que en el ciclo británico, además del transporte, la distribución y la intermediación comercial y otros tipos de comercio a larga y corta distancia, así como demás de las actividades concomitantes de protección y producción, las actividades extractivas e industriales –esto es, lo que podemos denominar producción en sentido estricto– se habían convertido en medios esenciales de la autoexpansión del capital. Pero en torno a 1870, cuando la producción y las actividades comerciales relacionadas dejaron de servir a este propósito, el capital británico optó por especializarse en la especulación y la intermediación financieras, con la misma celeridad con la que el capital holandés y el genovés lo habían hecho, respectivamente, 130 y 310 años antes, y el capital estadounidense lo haría 100 años después.

La esencia de la contradicción es que en todos los casos la expansión del comercio y la producción mundiales constituye un mero medio para conseguir fundamentalmente incrementar el valor del capital y que, sin embargo, a lo largo del tiempo ello tiende a reducir la tasa de beneficio y por consiguiente a disminuir el valor del capital. Gracias a su continua centralidad en las redes de las altas finanzas, los centros organizadores establecidos se hallan mejor situados para convertir la intensificación de la competencia por el capital en busca de inversión en su propia ventaja y mediante ello restaurar sus beneficios y su poder a expensas del resto del sistema. Desde este punto de vista, la restauración de los beneficios y del poder estadounidenses durante la década de 1990 sigue una senda que ha sido típica del capitalismo mundial desde sus mismísimos comienzos. La cuestión que permanece abierta es si esta restauración será seguida, como lo ha sido en el pasado, por la sustitución del régimen (estadounidense) todavía dominante por otro nuevo régimen.

El texto de esta entrada es un fragmento de “El largo siglo XX”, el libro de Giovanni Arrighi

El largo siglo XX

portada-largo-siglo-xxEsta obra fundamental reconstruye los cambios esenciales que han jalonado la relación entre la acumulación de capital y la formación del Estado a lo largo de un período de 700 años. Giovanni Arrighi, uno de los más significados teóricos marxistas de las últimas décadas, sintetiza de forma magistral teoría social, historia comparativa y narración histórica en este análisis de las estructuras y de los protagonistas que han conformado el curso de la historia mundial durante el último milenio.

El autor sostiene que la historia del capitalismo ha operado mediante una sucesión de «siglos largos»; épocas durante las cuales una potencia hegemónica ha desplegado una combinación novedosa de redes económicas y políticas que han asegurado el control sobre un espacio económico mundial en continuo proceso de expansión. Arrighi examina con notable intensidad los modestos comienzos, la consolidación y la violenta ruptura de los lazos forjados entre capital, poder estatal y estrategias geopolíticas  por las clases y Estados hegemónicos, sosteniendo, a la postre, que una lógica específica rigió la concentración de poder y la obtención final del control sobre los puntos estratégicos del poder comercial, financiero y político. Desde esta perspectiva, se explican, de forma concisa y brillante, las suertes cambiantes del capitalismo florentino, veneciano, genovés, holandés, inglés y, finalmente, norteamericano. El libro concluye con un análisis de las fuerzas que han erosionado la posición hegemónica de los Estados Unidos y de las perspectivas de resolución de la crisis sistémica actual.

Obra maestra de sociología histórica, El largo siglo XX compite, por su alcance y ambición, con los trabajos realizados por estudiosos e intelectuales de la talla de Perry Anderson, Charles Tilly y Michael Mann.

Artículo relacionado: El sistema-mundo moderno. Immanuel Wallerstein

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