No cierres los ojos Akal

Germán Labrador Méndez

portada-culpables-literaturaLa contracultura es un fenómeno descentrado y complejo como las cabezas políticas de la hidra democrática. Su dispersión no debe despistarnos sobre su capacidad de interconectarse: constituyen un sujeto colectivo extenso, estructurado de manera no centralizada. Esta organización desregulada demostró –en algunos momentos– una especial eficacia para expandirse y adaptarse a las oportunidades, y ello a pesar de la fragilidad de sus bases materiales.

La contracultura editorial no era un fenómeno minoritario: en este sentido, conviene recordar que una revista como Ajoblanco editaba en sus mejores momentos cerca de cien mil ejemplares y otro tanto la revista Star (Ribas, 2007, p. 462; Fernández, 2007, p. 8). La amplia difusión de estas publicaciones, y de alguna otra, no se traduce en un dominio o centralización del campo contracultural sino, más bien, parecería animar la aparición de otras cabeceras, pues el número de iniciativas editoriales seguirá creciendo exponencialmente (Turrón y Babas, 1996). Su visibilidad ayuda a construir un espacio de identificación en el que otros jóvenes se reconocen, de pronto, como agentes con la capacidad de contribuir activamente en este medio y no sólo como sus usuarios.

De algunas de esas editoriales se ha dado ya información suficiente, como es el caso de La Cloaca, o de La Banda de Moebius, que reúne lo más granado del lumpemproletariado poético entre 1976 y 1981, o de Trieste, de la que hablamos en el primer capítulo. También hemos mencionado la editorial La Piqueta y, especialmente, su colección «De qué va», donde se publicaban monografías breves y concisas sobre temas centrales de la cultura juvenil transicional, con diseños y portadas de Enrique Naya (uno de los dos pintores del grupo Costus) y J. P. Silvestre. En su conjunto resultan ilustrativas de las formas de edición propias del momento.

Habría muchos otros ejemplos posibles, como la editorial catalana Pastanaga, donde convergen los diversos tipos de intereses propios de esta juventud, fanzines y cómics ibéricos, textos de ideología libertaria, letras del repertorio de músicos modernos y libros de temática variada (ecología, autogestión, viajes…). Ediciones Libertarias, muy activa en el contexto contracultural y fiel a su memoria publica a finales de los ochenta la obra de muchos poetas malditos (como Haro Ibars, Merlo, Blanco o El Ángel). Otras editoriales que merecen una mención son Icaria, Laertes, Ediciones 29, Ediciós do Castro, Editorial Zero-ZYX, Tres-Catorce-Diecisiete, Swan-Avantos-Hakeldama o Queimada Ediciones y, entre las de poesía, los comienzos de Hiperión y Alberto Corazón-Visor, sin las cuales no puede entenderse ni la recepción de la poesía moderna ni la difusión de los jóvenes autores sesentayochistas. Otra editorial que merece mención y que combina la edición de poesía con la de textos políticos es Ayuso-Endymion, donde conviven Kropotkin y Leopoldo María Panero. Caso igualmente interesante –aunque con una estructura editoral poco experimental– es el de Júcar, con sus colecciones Azanca, La Vela Latina, o Biblioteca Política y la importantísima Los Juglares, dedicada a los grandes músicos populares del momento.

Hasta aquí nos hemos referido extensamente a los tres grandes espacios que estructuran buena parte del mundo de la contracultura: de un lado tenemos la revista Ajoblanco, y su red de iniciativas asociadas (Alfalfa, Xiana, La Bañera); en segundo lugar hay que mencionar Producciones Editoriales, con su buque insignia, la revista Star y sus diferentes colecciones editoriales (StarBooks, para la contracultura anglosajona, y Colección Documento, dedicada a la historia y la memoria de la acracia); y el tercero de esos grandes espacios editoriales lo constituye el sello editorial Iniciativas Editoriales Ninguna o Ucronia y, luego, Iniciativas Editoriales. Su buque insignia es El Viejo Topo, revista notablemente intelectualizada donde recala parte de la masa crítica de la generación de 1968 en su demanda de filosofía y lenguaje. Los planteamientos de El Viejo Topo –a pesar de compartir un discurso de crítica frontal al constitucionalismo monárquico– sólo enlazan con la cultura juvenil de 1977 en algunos sentidos –los más teóricos– pero participan de muy distintos universos del goce y la moral (Mir, 2015). Por los efectos que tuvo sobre la formación musical y, por tanto, sobre la construcción de su identidad generacional, resulta imprescindible la revista Vibraciones, tanto a propósito de esta cohorte demográfica de 1977 como para la siguiente, la de la Movida. Otra publicación de esta misma factoría es la revista satírica Butifarra. Iniciativas Editoriales también publica álbumes de cómic y recopilaciones.

De este modo, el mundo de la edición alternativa en la segunda mitad de los setenta posee diversos grados de estratificación respecto de la relación de los lectores con las publicaciones. En los niveles inferiores, más underground, encontramos el fanzine o la publicación singular. En un segundo nivel aparecen las obras editadas por colectivos y grupúsculos, frecuentemente sin ISBN y distribuidas de forma específica. Un tercer nivel lo constituyen pequeñas editoriales alternativas, revistas y publicaciones periódicas, muy dependientes del entorno humano y espacial en el que surgen, con el que mantienen una relación de complicidad continua y de mutuo apoyo. Por último, algunas iniciativas amplían su base social y su red de colaboradores y son capaces de garantizar cierta periodicidad, de forma que se las identifica como objetos específicos y se convierten en referentes para el mundo underground; entre estas, en un último nivel, destacamos la posición de Star, Ajoblanco y El Viejo Topo. Y, más allá, existirían editoriales de mediación con la cultura dominante, que pueden comenzar funcionando de manera contracultural pero que acabarán convirtiéndose en proyectos viables en un entorno comercial, que permite su supervivencia. Se trata de lo que Jesús Ordovás consideraba «editoriales en las que se han infiltrado los del rollo» (1977, p. 104), entre las cuales cabe citar «Anagrama, Nostromo, Kairós, Ayuso o Fundamentos», junto con Júcar o Pre-Textos y, singularmente, Akal.

En este último –en el sentido de más exterior– nivel del campo contracultural se verifica un continuo trasvase hacia el «mundo de la cultura», donde escritores e intelectuales ubicados en la esfera pública del antifranquismo, por su coincidencia de intereses y pareceres o por sus evoluciones, se abren a las propuestas de la juventud rupturista.

El texto de esta entrada es un fragmento de: “Culpables por la literatura.” de Germán Labrador Méndez.

“Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986)” – Germán Labrador Méndez – Akal

Relacionado: ‘Culpables por la Literatura’ I: La alarmante mortalidad de los jóvenes de la democracia (1985 – 1995)

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