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La segunda guerra púnica (218-201 a.C.) – Ampliar imagen

Una vez que Roma ocupó y dominó de manera efectiva el territorio itálico pudo abrirse a nuevos retos y horizontes, y es en este punto donde se plantea con frecuencia la cuestión del imperialismo romano. Se trata, sin duda, de un momento decisivo en el que Roma comenzó a dejar de ser solo la Urbs, la capital de la península itálica, para iniciar su conversión en un imperio. No obstante, en la actualidad cada vez más voces ubican la mentalidad imperialista en una fase anterior: la propia ocupación peninsular denotaría su afán expansionista y no habría que esperar a que ambicionase el Mediterráneo. De hecho, una de las razones que solía aducirse como el motivo de la expansión exterior era la búsqueda de riquezas materiales. Sin embargo, la arqueología ha puesto de manifiesto un desarrollo económico anterior a las guerras púnicas, que acabamos de apuntar, plasmado en el incremento de esclavos y de intercambios comerciales.

Por otra parte, pocos acontecimientos históricos resultan más populares. En cuanto se mencionan las guerras púnicas, enseguida surgen las imágenes de Aníbal y sus elefantes cruzando los Alpes. Y es merecido este reconocimiento, por cuanto el conflicto determinó el rumbo de la historia, y no solo de la romana, puesto que, tras el triunfo final, Roma encontró ya el camino franco para conformar un auténtico imperio. Pensemos que si Cartago hubiese vencido, quizás otras lenguas (no derivadas del latín) y otras creencias (no propias del cristianismo) se habrían impuesto en el mundo occidental. La trascendencia de este episodio fue reconocida por los propios romanos, quienes se vieron en la necesidad de escribir lo acontecido, primero en griego (Polibio, aunque hayamos perdido buena parte de su testimonio) y luego en latín. En este sentido, las fuentes disponibles para conocer estas guerras son sesgadas, partidistas (no contamos con la visión púnica de los hechos) y, en su mayor parte, lejanas en el tiempo de los hechos que narran.

Aunque Roma había sostenido ya guerras muy importantes, aquí cambió de manera radical la escala del conflicto, tal y como ha estudiado con detalle A. Goldsworthy. Estamos ante un enfrentamiento que se prolongó durante más de un siglo y en el que los recursos utilizados, por ambos bandos, humanos y materiales, movieron cifras extraordinarias. Por cientos de miles se contaron las víctimas militares y civiles, a las que habría que añadir los prisioneros hechos esclavos. Roma se estrenó luchando fuera de la península itálica y, además, lo hizo en el mar, siendo capaz de armar una flota altamente competitiva. Debido a su larga duración, en las guerras púnicas se vivieron momentos cruciales de signo diverso. En la primera se produjo un virtual empate de fuerzas; en la segunda, Aníbal estuvo a punto de lanzar un ataque decisivo sobre la propia Roma, y en la tercera tuvo lugar la carnicería de la destrucción de Cartago.

Repasemos brevemente las claves del conflicto. En el siglo III a.C. Cartago era la gran potencia del Mediterráneo, en posesión de factorías en el norte de África y sur de la península ibérica e islas en posiciones estratégicas. En este contexto, las ambiciones expansionistas de Roma hacían inevitable el enfrentamiento. Las dos potencias prolongaron su lucha durante más de un siglo en interminables y cruentas guerras (entre 264-146 a.C.) que marcaron el avance progresivo hacia occidente de los romanos desde Italia: primero, Sicilia; a continuación, la península ibérica, y, por último, el norte de África.

La primera guerra púnica (264-241 a.C.) fue una consecuencia indirecta del enfrentamiento con Pirro, rey de Epiro, en la guerras pírricas (280-275 a.C.). En este conflicto, que enfrentó a griegos, romanos, itálicos y cartagineses, se frustró en realidad el último intento de las ciudades de la Magna Grecia por impedir la expansión de Roma por el Mediterráneo. Pirro fue incapaz de adueñarse de la Sicilia cartaginesa y Roma, consciente de la debilidad de púnicos y griegos evidenciada en la lucha, decidió heredar la posición de Pirro y convertirse en la potencia hegemónica del Mediterráneo central. Sin embargo, posiblemente calibró mal la resistencia cartaginesa. El factor desencadenante de la guerra fue el control de la isla de Sicilia. La excusa, o casus belli, fue el ataque sufrido por la ciudad de Mesina por parte de Hierón II de Siracusa. Sus habitantes pidieron ayuda a Roma, mientras que Cartago apoyó a Hierón. La victoria romana sobre Amílcar Barca permitió la conversión de esta isla en la primera provincia romana. La paz, además, les costó a los cartagineses una cuantiosa suma en indemnizaciones.

La segunda guerra púnica (218-201 a.C.) se libró por el control de Hispania. En esta ocasión el punto de partida fue la petición de ayuda a Roma por parte de los habitantes de Sagunto, tras la invasión de Aníbal. Los cartagineses llevaron la lucha a la mismísima península itálica, que invadieron por sorpresa desde el norte. Allí Aníbal se impuso en varios frentes; la mayor de sus victorias fue Cannas, en Apulia (216 a.C.), donde infligió a los romanos una derrota ejemplar. No obstante, el cartaginés renunció a marchar sobre Roma y ahí, probablemente, perdió la guerra. Por otro lado, en este conflicto se puso de manifiesto la capacidad romana para unir fuerzas ante un enemigo común, aliado además con otros viejos rivales como los galos. La lealtad de las diversas comunidades itálicas, basada en el reparto del botín, salió a relucir en el momento en que más la necesitaba Roma. Superada la amenaza de Aníbal, Publio Cornelio Escipión se dirigió a suelo africano, donde logró el triunfo definitivo en Zama (Túnez), en el año 202 a.C., y se ganó el apodo de Africano.

Finalmente, la tercera guerra púnica (149-146 a.C.) tuvo como escenario la propia Cartago. Mientras esta hacía frente a otra nación africana, la númida, Roma lanzó el ataque definitivo que supuso la destrucción completa de la ciudad. A continuación, África fue incorporada como provincia. En ese mismo año, 146 a.C., Roma también destruyó otro enclave emblemático, pero en el extremo oriental del Mediterráneo, Corinto.

Durante este larguísimo conflicto militar, Roma demostró, ante todo, tenacidad. Esa fue, en opinión de M. Crawford (1982), una de las claves de su éxito. Su persistencia le permitió armar, en la primera fase de la guerra, una flota mayor que la púnica, pese a su inexperiencia inicial en este ámbito. No se contentó con la retirada de los cartagineses de Sicilia e invadió la isla. De nuevo, en la segunda guerra, reaccionó ante la ambición que Cartago mostró por Hispania. Y, finalmente, impidió que su enemiga se consolidase en territorio africano. Es decir, no cejó en ningún momento de vigilar y acosar a su rival hasta conseguir su supresión definitiva.

El texto de esta entrada es un fragmento de “Roma antigua .Historia de un imperio global”.

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