Hacer o no hacer nada

Septiembre de 2012, vuelta a la normalidad tras el paréntesis veraniego. ¿Y qué es lo que nos encontramos? Pues más de lo mismo, y en algunos casos incrementado: sube el IVA; aumenta el IRPF; los precios crecen; los combustibles se desbocan; la reducción salarial forma parte ya de la rutina diaria; el desempleo no tiene pinta de tocar fondo; el desmantelamiento del Estado del Bienestar sigue imparable (para nuestro bien, que no se diga; lo que no está muy claro es quienes conforman ese “nosotros”); la contracción del consumo es poco más que un bienintencionado eufemismo para que el miedo no se convierta en pánico; los políticos se mantienen firmes en su incompetencia; el Mercado, ese ente ominoso en su intangibilidad, sigue al acecho exigiendo nuevos sacrificios, cuanto más cruentos mejor; Cristiano Ronaldo está triste, y hasta el Atlético de Madrid se pasea triunfal por Europa, claro síntoma de que el fin de los tiempos está a la vuelta de la esquina.

Student demonstration, The street victory, Lyon, France. 1994

No, por mucho que durante un mes hayamos eludido los periódicos, las televisiones y las radios; por mucho que hayamos hecho de las revistas del corazón nuestra lectura de cabecera; por mucho que nos hayamos entregado en cuerpo y alma al cultivo de la más terapéutica banalidad, aquello que dejamos atrás en el lejano mes de julio no era una pesadilla de la que por fin hemos logrado despertar; no, es simplemente la maldita realidad en la que estamos inmersos y que nos toca vivir.

Y ante esto, ¿cuál es la respuesta? A nuestro alrededor, lo único que percibimos es miedo. Cierto es que algunos alzan su voz, que tratan de llamar nuestra atención y sacudir nuestras conciencias con acciones que no siempre se entienden (o no se quieren entender) correctamente, pero este inconformismo está demasiado fragmentado, demasiado diluido en el mar de entreguismo y derrota que todo lo anega.

Entonces, ¿qué hacemos? Podemos acurrucarnos en un rincón, solos, aislados, conteniendo la respiración para que el techo no se derrumbe sobre nuestras cabezas, y esperar a que amaine la tormenta, a ver si, para entonces, hemos logrado sobrevivir. Y da la sensación de que ésta es la solución que ha adoptado la mayoría de la población de este país. Pero, en lugar de resignarnos, podemos reaccionar y movilizarnos; escuchar las voces que, a pesar de su autoridad, no suelen tener cabida en los medios oficiales porque las soluciones que proponen no son las que a ellos les convienen; construir iniciativas y establecer redes que unan voluntades ahora dispersas; asumir, en definitiva, un papel activo en el que seamos protagonistas y no deleguemos en otros las decisiones que nos corresponde tomar a nosotros como ciudadanos.

Ésta es la vía que nos proponemos seguir. Estad atentos a las próximas semanas.

FISTFoto: ZeRo`SKiLLMutasim Billah

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