No cierres los ojos Akal

JL S-S

Entre los tópicos más persistentes de la historia de la literatura reciente está ese que pretende que la narrativa negro-criminal no es sino un subproducto facilón destinado a lectores poco exigentes. Dejando de lado el hecho de que, por lo general, las críticas contra ella se limitan a una curiosa constatación: no es «alta literatura», y que la confusión que reina en ese cajón de sastre que se ha dado en (mal)llamar «literaturas policiales» es tal que las churras pasan fácilmente por merinas, a estas alturas no parece descabellado afirmar que este género es algo más que un mero producto de entretenimiento.

Desde su nacimiento en Estados Unidos, en los años veinte, la narrativa negro-criminal (entonces etiquetada como hard-boiled) ha constituido una «reacción» pesimista a las diferentes crisis de nuestro tiempo. Aunque organizada alrededor de una trama criminal, su tema de fondo suele ser el profundo malestar que mina las sociedades industriales, la degradación de sus instituciones y valores, y la precariedad del individuo, abandonado a su suerte en un mundo en el que la justicia brilla por su ausencia. Naturalmente, hay autores y autores, y donde unos proponen al lector una «radiografía» con bastante mala pinta de una época y momento dados, otros se contentan con reproducir ad infinítum una mitología basada en clichés más o menos elaborados, más o menos «entretenidos».

Después de la Segunda Guerra Mundial, los escritores hard-boiled aterrizan en la recién creada Serie Negra de Gallimard. Es en Francia donde esta narrativa recibe el nombre genérico de «novela negra», donde se reivindica por primera vez como literatura de calidad y donde, más tarde, será teorizada. La irrupción de los autores norteamericanos en un panorama aún dominado por la otra gran rama de la literatura «detectivesca», la «novela enigma» a lo Sherlock Holmes-Poirot, actúa como un revulsivo [desde sus orígenes, el hard-boiled se define a sí mismo por oposición a esta otra rama que, esta vez sí, no pretende sino entretener al lector mediante verdaderos desafíos a su sagacidad en forma de enigmas que ha de resolver antes que el detective de ficción]. Los autores galos primero adaptan las formas del hard-boiled a su contexto y, a continuación, empiezan a producir obras con personajes, temáticas y escenarios netamente autóctonos. A partir de los años setenta, se abre un proceso de renovación que torpedea prácticamente todas las convenciones del género, reivindica su condición de «novela de intervención social violenta» y desemboca en lo que se conoce como «néo-polar».

Veinte años después, en 1995, y coincidiendo con la segunda generación de la escuela néo-polar, aparece Total Khéops, primera novela de Jean-Claude Izzo y primera entrega de su famosa «trilogía marsellesa» (seguirán Chourmo y Soleá).

Fabio Montale, un policía de turbio pasado, investiga la muerte de tres de sus amigos: Leila, Manu y Ugo (lo único que se sabe es que este último ha sido abatido por la policía tras haber dado muerte a un jefe de la mafia local, al que cree responsable de la muerte de Manu). Conforme al patrón mencionado más arriba, el autor se sirve de su protagonista para transmitirnos su visión de Marsella y sus entresijos, de la corrupción, las tensiones de los barrios desfavorecidos, la inmigración y el racismo (corren los días de la ascensión del Frente Nacional en el sur de Francia). Aunque el hilo conductor de la narración es la violencia criminal, lo que subyace y convierte esta lectura en algo más incómodo, más cuestionador y, sin duda, más atractivo que un mero divertimento, es su punto de vista sobre la violencia social. La Marsella de Montale es una maraña inextricable de conflictos y pasiones, un «caos total» (al fin y al cabo, es lo que evoca el título) en el que nada es lo que parece y en el que «hasta para perder hay que saber pelear». El contrapunto a tan sombrío horizonte es la humanidad del protagonista, que se lanza a una situación que sabe sin salida con lo que lleva en las tripas y por lo que lleva en las tripas.

Como todas las buenas novelas negras, así está escrita también Total Khéops, desde las tripas. Apasionante, pesimista, melancólica, esta obra viene a recordarnos que lo que define a los individuos es su respuesta ante determinadas situaciones y que lo que define este género, producto, sí, de la industria de consumo cultural, es que sigue siendo, entre otras cosas, un espacio de resistencia ideológica a los mecanismos perversos de la sociedad que lo ha generado.

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