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La historia de esta utopía/ucronía de Verne casi parece un episodio de alguna de sus novelas y es una buena introducción a su muy intensa y prolongada carrera literaria.

Luego de una larga búsqueda vocacional, habiendo intentado abrirse paso en diversos campos de la creación, Verne acabaría encontrando su estilo propio en la novela de aventuras de contenido científico divulgativo, por las que es universalmente conocido. Una versión literaria del espíritu positivista de la época.

El editor Pierre-Jules Hetzel ejercía una fuerte tutela sobre Verne

De la mano de la ciencia llegó su primer éxito clamoroso Cinco semanas en globo (1863), también llamada Un viaje al África, publicado por el editor Pierre-Jules Hetzel. Este, que había sido el de autores de éxito, como Victor Hugo, Balzac y George Sand andaba a la busca de un talento literario para nutrir una publicación periódica en forma de magazine, el Magasin d’Éducation et de Récréation en el que se difundirían los adelantos y avances de las ciencias en formato ameno, literario. Creyó encontrarlo en Verne y le ofreció una colaboración en la revista en forma de contribuciones periódicas que algunos han encontrado extenuantes: tres manuscritos anuales al principio; dos, más tarde. De aquí nació una colaboración intensa que, con altibajos y en diversos aspectos, marcó la carrera de Verne.

Fue Hetzel quien lo lanzó a la fama y quien, a través de la serie de los Viajes extraordinarios, también lo hizo rico, convirtiéndolo en el autor de más éxito en su tiempo. Pocos novelistas del XIX (y de los demás siglos) se habrán podido permitir la compra de tres barcos, cada uno mayor que el otro.

Pero, al mismo tiempo, Hetzel, 14 años mayor que Verne, ejercía una fuerte tutela literaria, moral y hasta política sobre él. Son algunos de los altibajos que registra esa larga colaboración; cuando el editor exigía finales felices (como en Robur el conquistador, en 1886), o amortiguaba la crítica de Verne a la tiranía rusa llevándola a una imprecisa rebelión india en contra de los ingleses (como en Veinte mil leguas de viaje submarino, 1869), o le pedía que se atuviera a narrar las excelencias de los descubrimientos geográficos y científicos.

El primer encontronazo se produjo muy temprano en esta relación. Después del éxito de Cinco semanas en globo, un ufano Verne enviaba a Hetzel un nuevo manuscrito, titulado París en el siglo XX. Días después es de suponer que recibiría una carta del editor en la que este lo rechazaba, lo sometía a una crítica demoledora, avisaba a Verne de que no siguiera por ese camino y le recomendaba aquellos para los que era apto. Decimos que es de suponer porque, aunque se conserva el borrador de la carta de Hetzel, nada autoriza a pensar que el editor la enviara y, en consecuencia, que el destinatario la recibiera. Aunque lo más lógico sea pensar que se dieran ambas cosas, la carta se enviara y Verne la leyera. El borrador, junto con el resto de la correspondencia de Hetzel fue descubierto por el citado especialista, Piero Gondolo della Riva en 1986.

Quedaba así probada la existencia de la novela, de la que daba noticia una carta del hijo de Verne, Michel, de abril de 1905, un mes después de la muerte de su padre. Publicada acto seguido por varios periódicos, contenía la relación de los manuscritos inéditos hasta la fecha del novelista, con la intención de evitar posibles reclamaciones con las publicaciones póstumas. En la carta se hace una clasificación en tres partes de la obra verniana inédita y en la segunda aparecen dos títulos, considerados por Michel Verne «antecedentes» de los viajes extraordinarios, Viaje a Inglaterra y Escocia y París en el siglo XX.

El descubrimiento de París en el siglo XX

Ignoramos cómo se tomó Verne el rechazo. La obra desapareció. Nunca más volvió a hablarse de ella. Hasta que se descubrió en 1994, publicándose ese mismo año, casi cien años después de la muerte del autor. La novela existía. Contenía el inicio de una carrera que siguió otros derroteros. Pero guarda muchas de las claves de la posterior. En realidad, su tema, que se había encendido en el fuego fatuo de E. T. A. Hoffmann, se mantuvo en rescoldo a lo largo de toda su vida, como se denota en el discurso que Verne pronunció doce años después, en la Academia de Ciencias, Bellas Artes y Letras de Amiens el 12 de diciembre de 1875 y que es un sueño utópico.

La obra es una utopía y ucronía que sitúa a Verne de pleno derecho en el club de los autores utópicos. Su núcleo y condición necesaria para ser admitido en la orden utópica es la crítica al presente y la descripción de otro lugar u otro tiempo distintos. Y decimos «distintos» porque el subgénero distópico abre la posibilidad a que ese otro tiempo (normalmente el futuro) sea aun peor que el presente. Y aquí aparece el interés de la novela redescubierta de Verne, en que es una de las primeras distopías de la historia.

Y es una distopía que, al estar datada, en un tiempo ya pasado, nos permite una visión  hasta cierto punto paradójica de una imagen del futuro por así decirlo congelada.

Un manifiesto antiindustrialista, antimaquinista y antiburgués

Dado que su descubrimiento ha sido muy reciente y la novela tiene considerable eco entre los seguidores de Verne, pero no ha recuperado los viejos círculos lectores del novelista de los Viajes extraordinarios. El interés radica en que confirma algunas teorías sobre Verne y refuta otras, lo que obliga a reevaluar su posición en la literatura del siglo XIX que nunca ha gozado de un juicio unánime.

París en el siglo XX es la oveja negra del rebaño positivista. Es una novela muy impregnada de espíritu romántico, con fuertes elementos góticos, al gusto de la época. Los personajes son convencionales, casi estereotipos del Romanticismo: los burgueses, empresarios, financieros inhumanos y despiadados; los viejos instituteurs de humanidades como especie en extinción; el mismo héroe romántico, poeta genial e incomprendido de temprana muerte, moldeado sobre la figura de Chatterton. No obstante, por argumento y trama, la obra es muy original pues constituye una especie de manifiesto antiindustrialista, antimaquinista y, en definitiva, antiburgués. Justo lo que desaparecería por entero en su obra posterior. Como si nuestro autor se hubiera pasado al enemigo en la batalla sobre el progreso técnico-científico.

El antiindustrialismo de Verne tiene un objetivo muy concreto en Saint-Simon, padre de la doctrina industrialista que ejerció una enorme influencia social, económica y política en la Francia del segundo tercio del siglo XIX y el II Imperio. El auge de la burguesía se hizo sobre la base de la acumulación de capital a través de las instituciones financieras y de crédito que financiaron el desarrollo de los ferrocarriles y la Revolución industrial. A esa práctica se dirigen los dardos de la ironía verniana. París en el siglo XX es una obra burlesca, casi sarcástica sobre la moral capitalista y maquinista de la época.

El texto de esta entrada es un fragmento del estudio preliminar, escrito por Ramón Cotarelo, de la edición de “París en el siglo XX” publicada en Akal.

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