No cierres los ojos Akal

LUIS ALEGRE ZAHONERO

La historia de la libertad comenzó con la apropiación de las plazas para la política. El Ágora, ese espacio vacío en el centro de las ciudades griegas, era el lugar del mercado. Pero, a partir de cierto momento, comenzó a ser también el lugar de la discusión y la deliberación ciudadana. Con ello, comenzó esa historia de la libertad que ha corrido siempre tan en paralelo con la historia de la filosofía (influyendo la una en la otra y la otra en la una de un modo muy difícil de separar).

Uno de los grandes misterios de la historia de la filosofía consiste en saber por qué ha resultado siempre tan inquietante para los poderosos que los espacios públicos se utilicen para hablar, discutir, razonar juntos y, en su caso, decidir en común. ¿Cuál es ese extraño poder de la palabra que, si logra hacerse pública, se convierte en una amenaza que hace temblar a los tiranos? ¿Por qué resulta tan amenazador que los ciudadanos se junten a hablar y a razonar entre ellos? ¿Por qué una democracia como la ateniense decidió condenar a muerte a un anciano como Sócrates que no hacía nada más que hablar con sus conciudadanos por las plazas? ¿Por qué también hoy genera tanta inquietud que los ciudadanos tomen las plazas?

La recuperación en estos días de los espacios públicos para la política es un asunto que no puede dejar de interesar a la filosofía. La ocupación de Sol es emblemática y nos proporciona una escena que no puede ser más expresiva: la Puerta del Sol, convertida ya casi en la Plaza “Samsung Galaxy” tras las últimas invasiones comerciales, ha sido recuperada por la ciudadanía para hacer de ella un espacio de discusión y participación política. Y esto, por algún motivo que resulta del máximo interés para la filosofía, resulta algo enormemente inquietante y peligroso para los banqueros, los especuladores y los principales líderes políticos, pese a todo su poder.

Nuestras democracias se representan a sí mismas como resultado de esa historia de la libertad: unos sistemas parlamentarios en los que la soberanía reside en la población y el poder se ejerce a través de la participación ciudadana (por ejemplo, en las elecciones) y la discusión democrática entre las distintas opciones políticas.

Sin embargo, el reciente descubrimiento de que las instituciones políticas están secuestradas por poderes financieros (a los que nadie ha elegido) y el espectáculo de las principales fuerzas políticas obedeciendo al chantaje de los mercados (en vez de al mandato de los ciudadanos) han provocado una ola de indignación que amenaza seriamente los fundamentos de legitimidad del sistema: las fuerzas políticas tienen el deber de representar a los ciudadanos (y no a los poderes financieros), los recursos económicos deben someterse a las necesidades sociales (en vez de someter a la población a las necesidades de la economía), los mercados deben obedecer a las leyes y no las leyes a los mercados. Si esto no es así, si los poderes financieros han tomado el control y se están apropiando de todos nuestros recursos, si se están quedando con el dinero de la sanidad, la educación y las pensiones; si los poderes políticos lo están permitiendo en contra de sus programas electorales y si las instituciones democráticas se muestran impotentes ante esta agresión, entonces la ciudadanía tiene el deber de restaurar su autoridad volviendo de nuevo a la calle, empezando en cierto modo desde el principio, recordando quién era el depositario de la soberanía y haciendo valer sus derechos contra unas fuerzas de ocupación salvajes e ilegítimas.

Lo que se ha hecho estos días en las plazas de toda España (y de muchas otras ciudades del mundo) es mostrar la indignación ante el secuestro de las instituciones políticas por parte de los poderes económicos, a los que obedecen los grandes partidos en vez de obedecer al dictado de los ciudadanos. Así, por ejemplo en el caso español, el Partido Popular ganó recientemente las elecciones con el compromiso electoral de no recortar en sanidad y educación, con la promesa de no abaratar el despido, de no inyectar ni un solo euro de dinero público a la banca, de no bajar los salarios y no subir los impuestos. Todas y cada una de estas promesas han sido ya incumplidas o se ha anunciado su incumplimiento. El mandato de los ciudadanos no vale nada cuando se mide con el mandato de los poderes económicos que se están beneficiando de este sistema de saqueo. El sistema financiero ha ordenado al Banco Central Europeo que preste dinero público ilimitado a los bancos al 1% de interés, y estos se lo prestan de nuevo a los Estados al 5%. Para alimentar esa espiral de deuda infinita y odiosa, se está desmantelando todo el sistema de bienes públicos en una estrategia de recortes que no tendrá fin mientras se mantenga la espiral y que conducirá de un modo inevitable a la ruina (como ocurrió cuando se aplicó un sistema de saqueo similar en América Latina durante la década de los 80 y los 90).

Durante estos días, las plazas se han convertido en un auténtico clamor contra esta espiral de deuda y recortes tan injusta como suicida. En multitud de talleres, asambleas, conferencias y grupos de trabajo sobre los temas más diversos los ciudadanos y las ciudadanas nos hemos juntado a discutir y a pensar en común (no hay otra forma de pensar) lo que está ocurriendo y hemos mostrado nuestra indignación. Hemos discutido sobre el problema de la vivienda, que es un derecho recogido en nuestra constitución, y hemos denunciado lo delirante que es tener 3 millones de viviendas vacías y que se esté desahuciando a cientos de personas cada día de sus casas (personas que tienen que seguir pagando el crédito al banco y además tienen que “rescatar” el banco con sus impuestos, pero no se lo pueden quedar como “banca pública” pese a haberlo pagado entre todos); hemos discutido sobre el medio ambiente y se ha puesto de manifiesto que este sistema de producción tan ajeno a las necesidades de los humanos está poniendo en serio riesgo la viabilidad del propio planeta; hemos discutido sobre empleo y se ha analizado la espiral de paro y precariedad a la que conduce el chantaje de la deuda y los recortes; hemos discutido sobre feminismo y se ha considerado intolerable que el coste de los recortes sociales esté recayendo de un modo específico sobre las mujeres, que terminan asumiendo la mayor parte de las tareas de cuidados (de niños, ancianos, etc.); se ha discutido sobre diversidad sexual y se ha rechazado de un modo tajante que se priorice el “rescate” a los bancos frente a las políticas de igualdad y se ha considerado delirante que se eliminen en nombre del “ajuste” las políticas de prevención y atención a las enfermedades de transmisión sexual; se ha discutido sobre sanidad y se ha denunciado el desmantelamiento del sistema público; se ha discutido sobre educación y se ha considerado que los recortes amenazan con condenar a la ignorancia a amplios sectores de la población (y a acrecentar con ello la brecha de clase); se ha discutido sobre el agua y otros servicios públicos y se ha decidido mantener la lucha por su defensa; se ha discutido sobre juventud y se ha considerado inadmisible que se deje sin futuro a toda una generación; se ha discutido de economía y se ha constatado que existen alternativas.

En definitiva, se han ocupado las plazas para comenzar la recuperación del poder político por parte de la ciudadanía. Y esa recuperación pasa hoy por denunciar el carácter ilegítimo de la deuda y detener la estrategia de los recortes. En toda Europa y cueste lo que cueste.

Luis Alegre Zahonero es coautor de los libros Educación para la Ciudadanía. Democracia, capitalismo y Estado de Derecho y El orden de «El Capital».

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