No cierres los ojos Akal

JOSÉ CARLOS BERMEJO

Tocado y hundido el Prestige tras haber navegado haciendo eses como si estuviese pilotado por un capitán que hubiese superado con creces el umbral de alcoholemia, Mariano Rajoy, vicepresidente del Gobierno a la sazón, declaró que no había peligro alguno, pues sólo salían del pecio unos hilillos como de plastilina.

Quizás aún estuviese bajo el impacto del uso de este material en su etapa preescolar, pero más bien cabría pensar que en su caso, como en el de los demás políticos, estaríamos ante otro modo de desdramatizar la realidad, que le hubiese también permitido decir, en un caso similar, que el Titanic tuvo algún problema de estabilidad al chocar con algo así como un gran cubito de hielo. Y es que efectivamente Rajoy sucedió al desdramatizador Zapatero, que convirtió la economía en un taller mecánico a fuerza de distinguir entre aterrizajes suaves, frenadas controladas, frenazos y encontronazos, y en una herboristería en la que cada día crecía un brote verde, regado con dinero público, que se marchitaba al día siguiente.

Y es que en la España de los últimos veinte años la política y la economía se han convertido en el paraíso del tocomocho, el reino de los trileros y el foro de los trapaceros manipuladores de las palabras. En España parece que todo vale, que se puede decir lo que a uno le dé la gana, si uno es un político, y que uno se puede desdecir y decir que no dijo lo que dijo, y que el que miente es el otro, que es exactamente igual que él mismo. El PSOE, que hizo en economía lo mismo que el PP actual, lo que le mandaban, que reflotó bancos para que los bancos reflotasen al Estado que reflota bancos, que bajó sueldos y recortó prestaciones, que reformó la Constitución a la brava, y que fue criticado por ello por su oposición, ya no se acuerda de lo que hizo y critica al PP por hacer lo mismo que él antes hacía.

Pero no importa, porque aquí vale todo y hablar es gratis. Viene De Guindos de negociar el siguiente rescate bancario de la lista y dice un sábado que los intereses del préstamo al gobierno de España se convertirán en deuda y el domingo Rajoy dice lo contrario, poniendo cara de que, o bien ese tema no se lo había estudiado, o de que le daba lo mismo y por eso mantenía esa impertérrita cara de póquer que se convierte en la cara de estupor profundo, por no utilizar una expresión más popular, que se le queda a Montoro y a la vicepresidenta del Gobierno el viernes 20, pareciendo ambos querer decir: “No entiendo nada, hago lo que me mandas y por encima me castigas hundiéndome la bolsa y el crédito de mi país”. Como ambos creían que pueden seguir diciendo lo que les parezca, no se dan cuenta de que un ministro de Hacienda, que no piensa mejorar el control del fraude fiscal en un país con cientos de inspectores de Hacienda en excedencia para asesorar empresarios y en el que se está dando una enorme fuga de capitales (en un mundo en el que dinero negro depositado en paraísos fiscales es de 32 trillones de dólares), no puede justificar el recorte de la paga de Navidad de sus funcionarios diciendo que ya no tiene dinero para pagar nóminas. Primero porque no es verdad, segundo porque eso supone anunciar una bancarrota y tercero porque no se puede mentir así para justificar una elección política.

Del mismo modo, los políticos saben que los recortes pactados en Bruselas, los hechos y los que vendrán, son órdenes –aunque se llamen recomendaciones–, pero si lo dice un comisario europeo casi se propone su linchamiento. La vida social se basa en la confianza mutua y el acuerdo; la economía y el crédito también. ¿Quién puede extrañarse de que un país que parece dar culto a Pinocho pase a ser considerado como poco serio?

Como muy bien han demostrado los profesores C. M. Reinhardt y K. S. Rogoff el modelo económico se ha repetido a lo largo de ochocientos años: un reino o país se endeuda en el interior, cuando no puede financiarse pasa a hacerlo en el exterior y falsea sus cuentas públicas, luego deteriora su moneda, cae en una hiperinflación y al final quiebra, ante la impertérrita seguridad de sus gobernantes, seguros de que “esto a mí no me va a pasar porque yo soy distinto”. En ocho siglos de historia esos gobernantes distintos, pero igualados en su irresponsabilidad y su estupidez, han sido responsables de las mayores catástrofes financieras y las peores guerras, que suelen comenzar casi siempre en verano. En España de momento lo que ha ocurrido es que ha subido el IVA de la plastilina del 4 al 21 por ciento. Los hilillos nos van a costar caros.

José Carlos Bermejo,  catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Santiago, ha publicado en varias ocasiones en Ediciones Akal. Su último libro es La maquinación y el privilegio.

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