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Pascual Serrano | Presentación | La otra economía que no nos quieren contar

Imaginad que un Estado que gasta poco estuviera impidiendo que avanzara la economía del país, cuando lo que debe hacer es lo contrario: regar de dinero la economía para mejorar el poder adquisitivo de las familias, la demanda, la producción y, por tanto, el trabajo.

Imaginad que el déficit público –gastar más de lo que se ingresa– no es el problema, porque no supone que el Estado haya pedido prestado a la gente el dinero que gasta, sino que, al contrario, con ese gasto inyecta dinero en la sociedad; la única vía, además, para que los ciudadanos tengan dinero.

Imaginad que una solución para que haya más dinero en el bolsillo de las familias para comprar y de las empresas para invertir no es que hubiera menos impuestos, sino que el Estado hiciera más moneda y la gastase. Y que eso no produjese el espantajo de la inflación con la que tanto nos asustan; porque con más dinero circulando gastaríamos más, se debería producir más y dar más servicios, las empresas serían más rentables y se crearían más puestos de trabajo.

Imaginad que no es verdad que, para poder gastar, el Estado deba recaudar primero dinero con impuestos.

Imaginad que no es verdad que los sueldos de los empleados públicos procedan de los impuestos que han pagado los trabajadores de los sectores privados, sino, al contrario, que el dinero de la economía privada procede del que ha inyectado previamente el Estado.

Imaginad que un poco de inflación no es mala, ya que en realidad sólo es negativa para los que pretenden vivir de las rentas, es decir, los inversores financieros –que verán que su dinero vale menos–, pero no para los deudores, los trabajadores y los empresarios que producen.

Imaginad que es mentira que la producción masiva de dinero produjese hiperinflación, porque la historia muestra que eso sólo sucede en un momento de tragedia del país, no por la decisión económica de un Gobierno.

Imaginad que el Estado, como puede seguir produciendo dinero a través de su Banco Central, no tiene ningún obstáculo para contratar por un ingreso mínimo hasta al último ciudadano en labores medioambientales sostenibles.

Todo esto, y mucho más, es lo que nos cuenta Eduardo Garzón en este nuevo libro de la colección A Fondo, La otra economía que no nos quieren contar. Teoría Monetaria Moderna para principiantes.

Veamos algunas de las ideas.
El dinero en moneda nacional que hay en un país soberano procede del que ha creado el Estado a través del Banco Central. Por tanto, es absurdo que la Administración pública tenga que pedir prestado dinero a nadie, particular o banco privado, y pagarle intereses; si todo ese dinero antes lo creó un Banco Central público, lo puede seguir creando.

El orden no es que primero el Estado recaude dinero con impuestos y luego se pueda gastar en servicios públicos, el orden es justo el contrario: primero el Estado crea ese dinero y luego lo gasta, y así llega a la sociedad y está a disposición de la gente. Según Garzón y la Teoría Monetaria Moderna, «los impuestos no sirven para financiar gastos públicos, porque el Estado emisor puede simplemente crear el dinero para gastar. De hecho, este Estado no podría recaudar impuestos si no hubiera creado el dinero antes, porque no habría nada que recaudar». Imaginad los países colonizadores europeos en el siglo XIX en África. Obligaban a aquellas tribus a pagar impuestos en la moneda de Europa y para ello los africanos se veían forzados a trabajar. ¿Qué es lo que querían los explotadores europeos? Evidentemente no era la moneda que ellos habían fabricado, no tenían ninguna intención de financiarse con unos papeles que podían conseguir ellos imprimiendo, lo que les interesaba era el trabajo de toda esa población.

La inflación o la subida del precio de un producto no tienen por qué depender de que el Estado emita mucha moneda, sino de si esa sociedad es capaz de fabricar suficiente cantidad de ese producto (desde patatas hasta viviendas u ordenadores) para la demanda y de que esos productores no suban el precio. De hecho, en muchas ocasiones hay un alto déficit público sin que afecte a la inflación. No es verdad que el Estado que gaste mucho tenga que provocar obligatoriamente inflación, como siempre nos cuentan.

En cuanto al déficit público, si no existe porque el Estado ahorra más de lo que gasta –es decir, hay superávit público, que es lo que gusta a los neoliberales–, estará reteniendo dinero de la economía privada. En cambio, si aumenta ese déficit público estará inyectando dinero en la economía. De hecho, cuando un Gobierno despilfarra dinero en un proyecto absurdo, no lo está tirando a la basura, el dinero circulante es como la energía de Lavoisier, no se crea ni se destruye, sólo cambia de manos. Y si se gasta en algo estúpido es que alguien se lo está llevando crudo, no que se esté tirando. De modo que, para la Teoría Monetaria Moderna, «lejos de entender el déficit público como algo que hay que evitar, entiende que es necesario y habitual para que familias y empresas tengan dinero y ahorren». Evidentemente hay que gastar en productos y servicios necesarios para los ciudadanos.

Otro mito que tumba Garzón es que, si el Estado es el emisor de su dinero, no necesita pedir dinero prestado porque lo puede emitir; de hecho, si no lo ha creado antes, no lo podría pedir prestado porque no existiría. De esta forma, no tiene por qué destinar dinero a pagar ningún interés por pedir préstamos, y la deuda pública no será otra cosa que dinero que el Estado ha creado y ha inyectado a la economía a través de los déficits públicos.

Lo curioso es que, cuando ese dilema se les plantea a los poderosos, ellos sí lo tienen muy claro. Lo dijo en una entrevista Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (su Banco Central): «Estados Unidos puede pagar cualquier deuda que tenga porque nosotros siempre podemos crear dinero para hacerlo, por lo que hay cero posibilidades de quiebra».

Es decir, a la vista de la Teoría Monetaria Moderna, y de los argumentos y explicaciones de Eduardo Garzón, nada es como nos lo estaban contando.

Los que no podemos crear dinero somos los países de la Unión Europea; en términos de creación de moneda, España no es un Estado soberano, nuestra moneda no la creamos nosotros, la crea el Banco Central Europeo. Por eso Grecia estuvo a punto de entrar en quiebra en 2012, porque no podía crear su moneda.

Sin embargo, Garzón nos recuerda que sí hay alguien que puede crear moneda que no es el Estado: los bancos, gracias al permiso y la regulación de los Estados. La mayoría de los bancos no te dan billetes cuando pides un préstamo, ni tienen el dinero ahorrado en tu cuenta en billetes en su caja fuerte. De hecho, el premio nobel James Tobin lo llamó en 1963 «dinero de estilógrafo», haciendo referencia a que ese dinero era sencillamente el que el banco escribiese –en la actualidad, teclease–. Para que nos hagamos una idea, cuenta nuestro autor que el dinero bancario supera el 90% de todo el dinero en circulación. De hecho, las autoridades de la eurozona permiten a los bancos que tengan un euro de dinero estatal por cada 99 euros de dinero bancario. El negocio es redondo para el banco: si quieres cien mil euros de préstamo, los apunta en tu cuenta o los traspasa a otro banco o al mismo si se destina a un titular que también tiene cuenta en la misma entidad; en cambio, los intereses que has de pagar de préstamo o las comisiones sí deben ser dinero real o transferirlo de una cuenta tuya de otro banco. Como podemos imaginar, si mañana fuésemos todos a sacar nuestro dinero del banco, este colapsaría, el famoso corralito. Y ahí está el Estado garantizando cien mil euros por persona de depósito bancario para el caso de que el banco quiebre.

La paradoja, dice Garzón, es que los neoliberales y los economistas ortodoxos se escandalizan si el Estado crea dinero para gastar en bienes y servicios para los ciudadanos, pero no les molesta que lo cree para inyectar a los bancos cuando estos lo necesiten, y muchas veces a interés cero.

Un libro de economía y una teoría económica no pueden obviar uno de nuestros grandes problemas, el desempleo. La Teoría Monetaria Moderna explicada en este libro señala que se puede y debe llegar a conseguir el pleno empleo mediante el mecanismo de aumentar el gasto público contratando a más personas y pagando más salarios para que las familias tengan más dinero, haya más demanda y las empresas necesiten producir más, contraten a más gente para ello. Eso sí, el gasto no debe superar el nivel de producción del país, porque entonces sí habrá inflación al haber más demanda que productos existen en el mercado.

La otra economía que no nos quieren contar también repasa cómo afectan las importaciones y las exportaciones en la Teoría Monetaria Moderna. Es evidente que si se necesitan materias primas del exterior o se consumen productos que no somos capaces de producir, el margen de autonomía monetaria es menor. Al igual que si el país no tiene soberanía monetaria porque depende de una institución supranacional, como la UE, o de otra moneda que no es la nacional.

Eduardo Garzón deja para el final la más espectacular de las conclusiones de la Teoría Monetaria Moderna, el mecanismo para alcanzar pleno empleo sin sufrir inflación: el Trabajo Garantizado. Pero ahora no adelanto nada sobre ese tema para que lean este libro y no se conformen con mi escueta presentación, que sólo tiene como objeto despertar su interés en esta obra.

Porque una de las cosas que hemos descubierto en democracia es que el ciudadano debe saber de todo para que, de verdad, la democracia sea efectiva. En una dictadura no hace falta que conozcamos los programas electorales de los partidos porque ni los hay ni los podemos votar, no es necesario que conozcamos nuestros derechos laborales porque no podremos exigirlos, tampoco necesitamos informarnos de lo que sucede porque ni tenemos medios de comunicación libres ni nos dejan que actuemos en función de esa información, ni necesitamos saber de economía porque no nos dejan actuar ante las decisiones económicas de los poderosos. Pero en una democracia tenemos la obligación de conocer las diferentes propuestas electorales, conocer nuestros derechos, mantenernos informados y poseer los conocimientos necesarios para saber si las medidas económicas que están aplicando los Gobiernos e instituciones son acertadas, justas y equitativas o, por el contrario, nos están imponiendo como inevitables medidas que sólo interesan a algunos. Por eso son necesarios libros como La otra economía que no nos quieren contar.

Como dice Eduardo Garzón en referencia a la tesis económica que defiende en su obra,

la principal ventaja de este marco teórico es que permite derrumbar muchos de estos mitos económicos que se utilizan para mantener el statu quo de nuestras sociedades. Cuando alguien se pregunta cómo es posible que en pleno siglo XXI, con el impresionante progreso tecnológico que hemos alcanzado, sigamos padeciendo pobreza, desigualdad y desempleo, la respuesta típica que da la teoría económica convencional es que dichos dramas sociales son un peaje que hay que pagar para conseguir que la economía funcione.

Y uno de los motivos por lo que muchos economistas siguen con ese discurso es porque «tienen intereses en mantener un sistema injusto que beneficia a unos pocos privilegiados a costa de perjudicar a la mayoría social».

Eduardo Garzón es licenciado en Economía y también en Administración y Dirección de Empresas, doctor en Economía y máster de Economía Internacional y Desarrollo. En la actualidad es profesor ayudante en el Departamento de Economía y Hacienda Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, profesor asociado en el Public Policy Center de la Universidad John Hopkins y de la Universidad Pompeu Fabra, y colabora como experto en Economía en varias televisiones y otros medios de comunicación. Tiene media docena de libros publicados con un enfoque alternativo a la economía ortodoxa dominante.

Pueden parecernos sorprendentes los razonamientos de Eduardo Garzón y la Teoría Monetaria Moderna, pero lo que es seguro es que el poder de sus argumentos nos obligará a reflexionar en una dirección muy distinta a la habitual, sus fuentes valiosas y los expertos en los que se inspira tienen suficiente prestigio como para que no nos quedemos con los análisis económicos habituales. Y lo que es más importante, quienes han defendido esas posiciones de siempre han demostrado demasiadas veces que nos han engañado y mentido.

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