Pascual Serrano
Es curioso la diferencia abismal que existe entre lo que se informa y analiza en los buenos libros que están apareciendo sobre la guerra de Ucrania, y la información monocorde y unidireccional que aparece en los grandes medios. El libro La guerra de Ucrania y el orden mundial euroasiático, de Glenn Diesen, es el último ejemplo.
La obra repasa todo lo que estaba sucediendo antes de la guerra de Ucrania, no solo en la crisis entre Occidente y Rusia, sino también en la situación de declive de Occidente que se estaba viviendo (algo que ya analizó Emmanuel Todd en La derrota de Occidente). Este ensayo revela los planes estadounidenses de acoso y provocación a Rusia con Ucrania como peón para una guerra proxy, como así ha sucedido, los sucesivos intentos de EEUU y Europa de bloquear cualquier negociación de paz y, por último, el papel clave de China y el desplazamiento del liderazgo mundial hacia el eje euroasiático.
Pero el análisis que me parece más interesante es el de cómo el orden mundial hegemónico de Occidente y sus excesos neoliberales se fundamentó en sustituir el derecho internacional por algo que llamaron un orden internacional basado en normas, o mejor dicho, sus normas. El exceso de neoliberalismo terminó tomando el poder en Occidente y, posteriormente, y siempre a su servicio, las potencias occidentales, EEUU a la cabeza, comenzaron a elaborar un proceso de construcción de fuentes alternativas de legitimidad para facilitar su principio de desigualdad soberana. Es decir, dividir el mundo entre buenos, ellos, y malos, los otros. A partir de ahí, los buenos podían aplicar su propia ley en las relaciones internacionales y los malos quedaban desautorizados para poder disfrutar del derecho internacional.
Así se explica cómo se dio por bueno que Occidente podía ignorar al Consejo de Seguridad de la ONU, porque estaba condicionado por malos como Rusia o China, y así podía invadir Yugoslavia en nombre de la democracia y los valores liberales.
Los países liberales eran legítimos y podían intervenir en los países no liberales, no legítimos. Las instituciones internacionales solo se reconocían si servían a los valores democráticos de “los buenos”. El concepto de igualdad soberana consagrado en la Carta Fundacional de las Naciones Unidas, se mutó como en la novela de Rebelión en la granja, de modo que “todos los animales [Estados] son iguales, pero algunos animales [Estados] son más iguales que otros”.
Como dice Diesen, “el Occidente colectivo tiene la prerrogativa de interferir en asuntos internos de otros Estados bajo la bandera de estar promoviendo la democracia, de derrocar gobiernos bajo la apariencia de apoyar revoluciones democráticas e incluso de invadir otros Estados recurriendo al intervencionismo humanitario”.
Por eso se aplica el doble rasero de reivindicar el derecho de autodeterminación para desmembrar Yugoslavia, pero ya no sirve para la autodeterminación de Crimea o el Donbás. Los primeros son los buenos y los segundos son los malos.
Los buenos pueden anular elecciones presidenciales en Rumania si el vencedor es de los malos, como ha sucedido recientemente, instigar una rebelión interna en Georgia para derrocar al presidente no deseado, por el detonante de un accidente en las instalaciones de una estación de tren, o designar un presidente interino en Venezuela, tras autonombrarse en una manifestación en la calle.
Los buenos elaboran listas de países violadores de derechos humanos o de países patrocinadores del terrorismo. Los buenos ponen sanciones violatorias del derecho internacional, bloquean cuentas en el extranjero a los países malos, impiden a personas relacionadas con esos países viajar por el mundo o prohíben a sus medios de comunicación [Russia Today o Sputnik] porque quedan calificados de medios de propaganda.
Para desmantelar toda la legislación internacional, las potencias de occidentes recurren a la carta de la opinión pública. Montan campañas de acusaciones por crímenes de guerra, exponen denuncias de genocidios y limpiezas étnicas a su gusto, buscan minorías para defender de los supuestos abusos de países canallas, señalan peligros de armas de destrucción masiva. Una vez implantados esos patrones en la opinión pública, por muy falsos que sean, pueden atropellar el derecho internacional contando con el apoyo de su ciudadanía, previamente formateada, en nombre de la liberación, los derechos humanos y los valores democráticos.
El problema es que todo eso se les está derrumbando. Los costes del imperio ya no son soportables y la gran mayoría de la comunidad internacional les ha dado la espalda. Esto segundo es lo que han comprobado en sus sanciones contra Rusia, que no han sido apoyadas por la mayoría de los países de la comunidad internacional.
Y sobre la incapacidad de mantener los gastos de la hegemonía es lo que ha podido comprobar Donald Trump al llegar al poder.
Este libro se publicó antes de la llegada de Trump a la presidencia estadounidense, pero lo que se plantea explica perfectamente la línea desesperada del nuevo presidente de intentar sanear la economía de una potencia en declive y arruinada por intentar gobernar un mundo, en el que el nuevo eje de poder, gracias a sus acosos, sanciones y guerras, ha logrado agruparse en torno a Euroasia, Rusia y China especialmente.
Tal y como señalamos al principio, La guerra de Ucrania y el orden mundial euroasiático, de Glenn Diesen, es otro gran libro que nos aporta el análisis que hace mucho el periodismo y los grandes medios nos ofrecen con censura. Trabajos como este nos confirman que la información, la investigación y quizá hasta el periodismo, ahora está en los libros.