Hace pocos días, el Atlantic Council, un think tank próximo a la OTAN, publicó un alarmante informe, titulado Arming for Deterrence, sobre la posible invasión de Polonia por Rusia. También hacía especulaciones sobre la ocupación rusa de los países bálticos en menos de 48 horas. Para prevenir tales amenazas, los autores del informe pedían un drástico despliegue de tropas de la OTAN en esos países y un aumento destacado del gasto militar. El único inconveniente con ese informe es que no existe ninguna amenaza rusa ni hay nadie en Moscú pensando en ocupar Polonia. Se trata, más bien, de un informe más dirigido a crear alarma para justificar la existencia de la OTAN, el gasto militar, la militarización de Europa y la omnipresente presencia militar de EEUU.
Semanas atrás, los ministros de la Alianza Atlántica reunidos en Varsovia, los días 8 y 9 de julio, aprobaron nuevas medidas de cerco militar sobre Rusia. La decisión fue revestida de huecas frases, dirigidas tanto a disfrazar la política de acoso contra la superpotencia eslava, como a engañar al ciudadanito de a pie, que debe seguir creyendo que la OTAN es, para Europa, la reencarnación del Espíritu Santo y está aquí para velar hoy por los vivos -mañana por los muertos. Escasa verdad hay en las frases y demasiada verdad en las acciones (“por sus hechos los conoceréis”, dice el Evangelio), que apuntan a preparativos disimulados y pautados para una guerra de la OTAN contra Rusia.
No hay novedad en ello para quienes hemos seguido la política de EEUU desde los años 90 del pasado –tan presente- siglo XX. En 1997, aún bajo el impacto del suicidio de la Unión Soviética, se creó un grupo de presión estadounidense bajo la denominación de Project For a New American Century (PNAC), cuyo fin era promover la hegemonía de EEUU en el siglo XXI, aprovechando el enorme vacío de poder dejado por la Unión Soviética. El PNAC estaba integrado por destacados políticos republicanos como Dick Cheney y Paul Wolfowitz –quienes después serán los cerebros de la guerra en Iraq- y teóricos de extrema derecha como Robert Kagan. El documento del PNAC, a su vez, se había inspirado en otro, elaborado por el Departamento de Defensa en 1992 (Draft Defence Policy Guidance –DDPG-o Guía para la Planificación de la Defensa), sobre cómo reestructurar el mundo tras la desaparición de la superpotencia soviética. El PNAC proponía tres ejes que debían regir la política de Washington, para garantizar la hegemonía absoluta de EEUU en el siglo XXI:
- Impedir el surgimiento de una potencia rival (“Nuestro principal objetivo es prevenir la aparición en el escenario internacional de un nuevo rival. Esta consideración es innegociable… y precisa que pongamos en marcha ahora las medidas necesarias para evitar” el surgimiento de poderes hostiles en regiones vitales “que no son otras que Europa Oriental, el Sudeste Asiático y la antigua URSS”).
- Determinación de los escenarios de potencial amenaza a EEUU, como el Golfo Pérsico, los misiles balísticos y las armas de destrucción masivas.
- Imponer el unilateralismo de EEUU y formar coaliciones internacionales ad hoc para enfrentar crisis específicas.
Muchos miembros del PNAC influyeron en el gobierno de Bill Clinton y, luego, fueron parte del gobierno estadounidense con George Bush Jr., Desde sus nuevos cargos, se aplicaron a fondo a ejecutar las políticas para establecer ‘el nuevo siglo americano’. Las sucesivas guerras tardo-imperialistas en Yugoslavia (1999), Afganistán (2002) e Iraq (2003), obedecieron a la lógica del PNAC. Con Yugoslavia se aseguraron el control de Europa del Este (ingreso de Polonia, Hungría y Chequia en la OTAN) y la sumisión de la Unión Europea, que abandona sus proyectos de autonomía (creación del Euroejército y política exterior propia), para plegarse a EEUU. La guerra en Afganistán –dirigida a establecer el dominio de EEUU en Asia Central- ofrece el marco para el ingreso en la Alianza Atlántica, en 2004, de Bulgaria, Rumania, Eslovaquia y las repúblicas bálticas. En 1998 el ex consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, afirma que:
“La Alianza Atlántica inserta la influencia y el poder militar estadounidense directamente en el continente euroasiático… cualquier expansión del ámbito europeo automáticamente conlleva una expansión del área de influencia directa estadounidense”.
Brzezinski, por demás, es considerado por el historiador estadounidense Webster Tarpley, en su libro Obama, The Postmodern Coup, The Making of a Manchurian Candidate, como “el verdadero poder en la sombra [del gobierno Obama] al tiempo que su estrategia es mucho más peligrosa… que la de los acólitos neo-conservadores de George W. Bush”.
El siguiente paso era la militarización de Europa, desde las fronteras con Rusia hasta España, así como el ingreso en la OTAN de Estados exiguos, sin relevancia alguna, como Montenegro, para no dejar cabos ni espacios sueltos. Aplicando esa política, no han dejado de crearse nuevas bases y establecimientos militares estadounidenses, desde Rota a Estonia, pasando por Polonia, Bulgaria y Rumania. El resultado está a la vista, para los que deseen ver: Europa del Este se está convirtiendo en una enorme base militar, en la que Alemania empieza a jugar el papel de Estado-gendarme, abandonando las políticas de amistad y conciliación con Rusia. En febrero de 2016 se aprobó la creación de una fuerza de intervención rápida, capaz de desplegar “en muy pocos días”, 5.000 efectivos, de los que España aporta 4.000, estando al mando de la misma. El Escudo Antimisiles se desplegará en España, Polonia y Rumania. Ahora, cuatro batallones se establecerán en Letonia, Estonia, Lituania y Polonia. Que todo esto es preparación de la guerra lo dijo el comandante saliente de las fuerzas de la OTAN en Europa, el general estadounidense Philip Breedlove, el pasado 25 de febrero, cuando que EEUU está preparado “para combatir y derrotar” a Rusia en Europa.
El otro escenario es el Sudeste Asiático. Siguiendo los lineamientos del PNAC, EEUU ha promovido el rearme de Japón, reabierto la base Clark en Filipinas, aumentado su presencia naval y firmado un acuerdo con Corea del Sur para el establecimiento, en este país, de una base más del Escudo Antimisiles, bajos las advertencias de China y Rusia.
EEUU tiene establecidos dos escenarios de conflicto, que definirán el éxito o el fracaso de su proyecto de hegemonía mundial en el siglo XXI: Europa y el Sudeste Asiático (sin olvidar Irán y el Golfo Pérsico). Pero EEUU sabe que no puede enfrentar sólo a dos potencias de las magnitudes de China y Rusia. Necesita que Europa proporcione tropas cipayas para combatir en el frente ruso, mientras ellos lo hacen en el frente asiático, repitiendo la estrategia de la II Guerra Mundial. Una invitación al suicidio de Europa.
Ninguna de estas superpotencias se ha quedado de brazos cruzados. Rusia, para empezar, no está sola. Tiene a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que reúne a Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Armenia, Kirguizistán y Tayikistán. Desde 2002 ha mantenido un poderoso proceso de modernización de su ejército, armada, aviación, misiles y poder nuclear, que estará concluido en 2020. China, por su parte, tiene veinte años realizando multimillonarias inversiones en la modernización de sus capacidades militares, preparando lo que muchos en China consideran una inevitable confrontación con EEUU por el control del mar de la China, los estrechos malacos y el mar del Japón.
Conscientes de que comparten un adversario común, Rusia y China mantienen, desde hace tres lustros, un acelerado proceso de cooperación, que abarca desde el campo alimentario hasta la colaboración espacial. El embargo noticioso que existe de facto en Europa sobre esos sucesos, impide que la ciudadanía tenga conciencia de la envergadura de la alianza estratégica entre China y Rusia. En la visita de Vladimir Putin a Beijing, a fines de junio, se firmaron decenas de acuerdos, dirigidos a multiplicar el poder y desarrollo económico, comercial, energético, militar y estratégico entre ambos países. Una alianza que junta los inmensos recursos económicos y comerciales chinos con la enorme capacidad científico-técnica y los recursos materiales y humanos de Rusia. Hablamos, para quien necesite argumentos más visuales, de países que, juntos, suman 35 millones de km2, 1.500 millones de habitantes y que se extienden del mar Báltico a Extremo Oriente. No son el Japón de 35 millones de habitantes de 1939, ni la Alemania agostada de enemigos y sin recursos materiales de esos años. También recordar que son la primera y segunda potencias nucleares del mundo, dato a colgar sobre la almohada.
En esta desinformada Europa no se informa de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), creada en 2002 con el objetivo de que los Estados de la región resuelvan por sí mismos sus problemas, sin injerencias externas de ningún tipo. Un mensaje dirigido contra EEUU que, so pretexto la guerra en Afganistán, intentó implantar bases militares en el corazón de Asia Central, de donde fue expulsado. La OCS es, posiblemente, la organización más importante jamás creada en Asia, a la que se incorporarán, en 2017, India y Paquistán, dos Estados adversario, con tres guerras en sus costales, y que se sentarán juntos, por ver primera, en un foro de esa magnitud. Irán será el siguiente miembro. EEUU ha intentado, vanamente, cooptar a India para su política contra China, demostración de sus debilidades en Asia. India es aliada de Rusia desde los años 50 y Paquistán de China. Ingresarán en la OCS como fruto de la creciente concordia entre Rusia y China. Al lado de esas alianzas, la OTAN es un pigmeo envejecido y reumático, sin posibilidad alguna de triunfar en ningún frente. De la ineficacia de la OTAN dan fe sus fracasos clamorosos en Afganistán, Iraq y Libia.
En ese panorama la pregunta es: ¿qué gana Europa en su papel de ‘banana republics’ de EEUU? ¿Por qué tienen los pueblos europeos que verse arrastrados a un conflicto bélico para sostener el delirio estadounidense de dominio mundial y donde Europa tiene todo que perder y nada que ganar? ¿Dónde están los europeístas que hablaban de construir una Europa autónoma, con presencia independiente en el escenario global? Europa aún está a tiempo. Otra cuestión será que las élites gobernantes permitan que los europeos se salven a sí mismos. ¿O tendrán los rusos que salvar a Europa nuevamente?
Augusto Zamora R., Profesor de Relaciones Internacionales. Autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos
Artículo original publicado en Rebelión mediante licencia Creative Commons
Augusto R. Zamora
Está dedicado, en la actualidad, a la investigación y al periodismo. Fue profesor de Derecho internacional público y Relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid y embajador de Nicaragua en España hasta 2013. Ha sido profesor en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y es profesor invitado en distintas universidades de Europa y América Latina. Fue director jurídico del Ministerio del Exterior y jefe de gabinete del ministro del Exterior de 1979 hasta 1990. Formó parte del equipo negociador de Nicaragua en los procesos de paz de Contadora y Esquipulas, desde su inicio hasta la derrota electoral del sandinismo. Abogado de Nicaragua en el caso contra EEUU en la Corte Internacional de Justicia y en otros casos en este tribunal, ha participado en numerosas misiones diplomáticas y negociaciones en Naciones Unidas, la OEA y el Movimiento de Países No Alineados.