¿Cómo fue posible que un miembro esencial de la clase dirigente soviética pasara a ser un nadie? Recordar a Nikolái Ivánovich Bujarin simplemente como autor de varios manuales de pensamiento marxista es una injusticia de la historia. Esta ha oscurecido la importancia de Bujarin como miembro destacado del grupo dirigente del Partido de Lenin y jefe de la Internacional Comunista, o como teórico oficial del comunismo soviético y director de Pravda. Su papel tras la muerte de Lenin fue particularmente importante como codirigente, junto a Stalin, del Partido desde 1925 hasta 1930, cuando se produce la ruptura entre ellos desde resistencia bolchevique contra la ascensión del estalinismo.
Stephen F. Cohen, sovietólogo reconocido internacionalmente, nos lega esta biografía política de un hombre que no solo fue fundamental en la historia de la Unión Soviética, sino desde la que es posible reexaminar la Revolución rusa y las primeras décadas de la historia soviética, desde la formación del radicalismo bolchevique hasta la década de los treinta con la gran purga de Stalin y la destrucción del viejo Partido Bolchevique.
Bujarin y el bujarinismo en la historia
«El stalinismo no puede ser considerado como el marxismo-leninismo o el comunismo de tres décadas. Es la corrupción que Stalin introdujo en la teoría y la práctica del movimiento comunista. Es un fenómeno profundamente ajeno al marxismo-leninismo, es seudocomunismo y seudosocialismo… El proceso de purificar el movimiento comunista, de lavar todas las capas de inmundicias stalinistas, no ha terminado aún. Tiene que proseguirse hasta el final.» Roy A. Medvedev
He aquí ahora un breve resumen de la reputación póstuma de Bujarin en la sociedad soviética oficial. A los cinco meses de su ejecución apareció una nueva historia oficial del partido y de la revolución. Conocida por sus millones de lectores durante las dos décadas siguientes por su subtítulo, el Compendio describía el desarrollo soviético desde 1917 como la lucha triunfal de la virtud, personificada por Stalin, sobre la «banda bujarinista-trotskista de espías, destructores y traidores». Sobrevivieron pocos de los que pudieran dar testimonio personal de la falsedad de esta fábula maniquea.
Para cuando Hitler invadió Rusia en 1941, habían sido fusilados o perecerían pronto en los campos de concentración de Stalin la mayoría de los viejos bolcheviques, ya fueran de la oposición o no y sus aliados políticos y amigos. (Sólo se sabe que haya sobrevivido un seguidor personal de Bujarin, Valentín Astrov.) Muchos viejos ciudadanos soviéticos, por supuesto, conocían la verdad. Pero hasta la muerte de Stalin en 1953, la Unión Soviética era una sociedad silenciada por el terror, donde sólo se podía oír la voz oficial. Los nombres de Bujarin y, con unas cuantas excepciones, los de todos los primeros líderes bolcheviques eran anatematizados y pronunciados en público únicamente unidos a imprecaciones habituales como «vulgar banda de enemigos del pueblo».
Cuando murió Stalin; y el terror con él, se inició la reforma de la sociedad soviética conocida por destalinización, acompañada de una revaluación oficial lenta, y aún inacabada, de Bujarin y otros bolcheviques martirizados. En el curso de su ascensión al poder, la campaña de Jruschov para devolver al partido la situación preeminente que tuvo antes de 1936 lo llevó a efectuar una transcendental exposición y denuncia de los «crímenes» de Stalin contra el partido. Su famoso discurso secreto al XX Congreso del Partido de febrero de 1956, aunque defendía prudentemente la derrota de la oposición bujarinista de 1928-9, condenaba el terror de Stalin durante la década de los 30, exonerando así, implícitamente, a sus víctimas. A finales de la década de los 50 y comienzos de los 60 se efectuó una profunda revisión de la historia del partido y la rehabilitación política de miles de víctimas de Stalin. Pero los que más honores póstumos recibieron fueron antiguos partidarios de Stalin que perecieron luego en su terror indiscriminado, o miembros poco importantes de la oposición del partido. Entre ellos no se encontraban ni Bujarin ni otros adversarios importantes de Stalin en los años veinte.
En 1961, el antistalinismo cada vez más radical de Jruschov sacó a relucir la cuestión de Bujarin, representante del antistalinismo en la historia del partido. A finales de ese mismo año, cuatro viejos bolcheviques sobrevivientes solicitaron del Politburó su plena rehabilitación. «Un hombre a quien Lenin llamó legítimamente el favorito de todo el partido», escribían, «no puede permanecer en la lista de traidores y expulsados del partido». Aunque no se dio respuesta a su petición, al año siguiente obtuvo una audiencia personal con Jruschov la viuda de Bujarin, quien en compañía de su hijo había sido liberada en los años cincuenta tras pasar casi veinte años en los campos de prisioneros. Pidió que se repudiaran oficialmente los cargos criminales contra Bujarin, que se les permitiera a ella y a su hijo reanudar sus vidas en Moscú y que el partido rehabilitara la memoria de su marido. Jruschov accedió a las dos primeras cosas, y prometió considerar la tercera. En diciembre de 1962, un portavoz oficial descartó lacónicamente los cargos criminales: «Ni Bujarin ni Ríkov fueron, por supuesto, espías a terroristas.»
Pero no siguió la rehabilitación política. La «cuestión Bujarin», que ineluctablemente implicaba la legitimidad de la colectivización forzosa de Stalin se había convertido ya, por lo visto, en fuente de controversia entre Jruschov y sus adversarios en la dirección soviética. Con su expulsión en 1964 y el acceso de una dirección conservadora, decidida a limitar las reformas y a reimponer al menos un silencio parcial sobre el pasado stalinista, se concluyó la cuestión de la rehabilitación de Bujarin. Ya no se mencionaban los cargos criminales contra él, y su nombre aparecía de vez en cuando sin comentarios peyorativos. Pero a los treinta y cinco años de su ejecución Bujarin seguía excluido de las enciclopedias soviéticas y continuaba siendo objeto de intenso oprobio oficial, como «antileninista» y «seudo-bolchevique», se dice, cuyas ideas políticas y «oportunismo de derecha» pusieron en peligro la revolución y amenazaron con restaurar el capitalismo en la Unión Soviética.
Pero el trato recibido por Bujarin en la literatura oficial soviética no reflejaba correctamente la influencia de sus ideas en el mundo comunista. Durante los veinte años que pasaron desde la muerte de Stalin, la cuestión fundamental de Europa oriental fue reforma del orden stalinista creado en la Unión Soviética en la década de los 30 e impuesto a los países que cayeron bajo su hegemonía tras la segunda guerra mundial. En cada una de estas sociedades donde el reformismo antistalinista se convirtió en una fuerza efectiva, dentro o fuera del poder, resucitaron las ideas y la política bujarinistas. En Yugoslavia, Hungría, Polonia y Checoslovaquia, los reformadores comunistas se convirtieron en defensores del socialismo de mercado, la planificación y el crecimiento económico equilibrado, el desarrollo evolucionista, la paz civil, el sector agrícola mixto, y la tolerancia del pluralismo social y cultural dentro del marco del Estado de un solo partido. Para muchos, el «humanismo socialista» se convitió en una consigna y en una visión. La reputación oficial de Bujarin se elevó de modo significativo en algunos de estos países. Pero sería erróneo pensar que es precisamente su memoria o sus escritos los que inspiraron las ideas reformistas. Más bien, sin dejar por ello de suponer un tributo a su perdurable pertinencia, esas ideas surgieron, junto con el renovado interés por la NEP y los años veinte soviéticos, como resultado natural de la búsqueda de un orden comunista no stalinista.
Esto sucedió también en la misma Unión Soviética. Durante la pleamar del reformismo de Jruschov y la relajación de la censura en 1959-64, la crítica profunda de la historia y la práctica stalinistas produjo una explosión de lo que pudiera llamarse bujarinismo seudónimo: un renacimiento de las ideas y métodos bujarinistas que no podían identificarse, ni se identificaron, con su nombre. Se podrían citar muchos ejemplos. La propia dirección de Jruschov repudió la tesis stalinista de la lucha de clases y adoptó una variante de la concepción de Bujarin de que la sociedad soviética tenia que evolucionar pacíficamente, «crecer» en el comunismo. Planificadores y economistas reformistas empezaron a hacerse eco de las famosas advertencias de Bujarin en lo referente a la planificación científica, el desarrollo proporcional, la utilidad del mercado y el consumo social. Los partidarios del liberalismo cultural proponían como modelo la política del partido durante los años de la NEP y su resolución sobre literatura, escrita por Bujarin. Mientras tanto, los historiadores revisionistas soviéticos, libres de los mitos stalinistas, y disponiendo de acceso a los archivos, formularon una crítica de la agricultura campesina bajo la NEP y de la política de colectivización de Stalin que se parecía mucho a la de Bujarin; los historiadores de la industrialización de Stalin y, en menor proporción, de su política con respecto a la Komintern, hicieron lo mismo.