Theodore Dreiser se dejó llevar en sus primeros años de novelista por la curiosidad y cierta fascinación por la vida de Charles T. Yerkes, responsable del desarrollo del tranvía y los metros de Chicago y de Londres; resultado de ello fueron El financiero (1912) y El titán (1914), las cuales conformarían las primeras entregas de la «Trilogía del deseo». Como un reportero fiel a la realidad y a la noticia, Dreiser dio cuenta en ellas de las grandes transformaciones que a finales del siglo XIX e inicios del XX había sufrido América y Europa, a través de la vida de un hombre singular, porque todo: el desarrollo de los transportes, de las comunicaciones, de los negocios y las finanzas, de la tecnología, de la ciencia y del arte… todo se condensaba en su biografía.
El conocimiento que Dreiser tenía de la vida de Charles Yerkes es evidente en los tres libros y la tarea de documentación sobre ella es encomiable si atendemos al paralelismo de la historia de Cowperwood con la biografía del personaje real y a la cantidad de datos sobre acontecimientos, lugares y personajes verídicos que Dreiser hace desfilar por sus páginas. Grandes banqueros, empresarios, financieros, políticos, pintores, escultores, arquitectos escritores, actores, bailarinas… se pasean por las tres novelas para, a través de unos protagonistas ficticios pero inspirados en personajes reales, hacer un retrato totalmente veraz de la sociedad de su tiempo. La biografía de Frank A. Cowperwood apenas se salta el guion de la de Yerkes. Aquellos que hayan leído El financiero y El titán, pasos previos recomendables por otra parte para emprender la lectura de El estoico, pueden juzgar la similitud de ambas trayectorias vitales:
Charles Tyson Yerkes nació en Filadelfia el 25 de junio de 1837 y, tras cursar estudios en la Friends’ School y la Central High School de su ciudad natal, comenzó a trabajar como empleado en la casa de comisión de harina y granos y reenvíos de James P. Perot & Brother. Pronto destacó como un joven prometedor y brillante. Fue en 1859 cuando abrió su primera empresa independiente: una oficina de bolsa de valores, y tres años más tarde cuando adquirió una casa bancaria especializada en la negociación de bonos de primera clase. Cuando la ciudad de Filadelfia se vio en la necesidad de cumplir con las obligaciones económicas derivadas de la guerra y de la adquisición de más terrenos, emitió una gran cantidad de bonos que luego no pudo vender por su valor nominal. Fue Yerkes quien la sacó del aprieto concibiendo un plan para elevar el precio de los bonos, pero lo que resultó ser un éxito para la ciudad no lo fue tanto para el propio Yerkes.
Al estallar el pánico financiero de 1871 causado por el incendio de Chicago, Yerkes se vio dueño de gran cantidad de valores que él mismo había adquirido pero que ahora no tenían comprador, lo que le abocó al endeudamiento. Las autoridades de la ciudad, temerosas de los efectos que el pánico pudiera causar, no le permitieron establecer acuerdo alguno y exigieron la devolución inmediata del dinero. Incapaz de abonar lo que se le exigía, fue condenado por hurto y sentenciado a 33 meses en la temida Penitenciaría del Este del Estado. Trató de evitar la cárcel negociando con dos influyentes políticos de Pensilvania, pero esto se hizo público y, temiendo que el asunto pudiera influir negativamente en las siguientes elecciones, se le prometió a Yerkes el perdón si negaba las acusaciones que había hecho. Este aceptó y quedó libre tras haber permanecido en la penitenciaría siete meses.
Animado por destacados banqueros y otros hombres de negocios que seguían confiando en su buen hacer como inversionista, Yerkes reanudó su actividad y pronto comenzó a recuperar sus pérdidas, particularmente en 1873, gracias al fracaso financiero del magnate Jay Cooke, que Yerkes supo aprovechar vendiendo las acciones para posteriormente comprarlas a precios mucho más bajos, lo que le permitió obtener inmensas ganancias. Además, el concejo de la ciudad, en reconocimiento a los grandes servicios que había prestado al municipio en el pasado, terminó aprobando una ordenanza que lo absolvió de todo endeudamiento con la ciudad.
El desarrollo del transporte de pasajeros
No obstante, su interés principal se centró muy pronto en los tranvías. Cuando tenía tan sólo veintidós años, compró junto con otros colegas una participación mayoritaria en la Compañía de Tranvías de las calles Decimoséptima y Decimonovena de Filadelfia. Su profundo interés por el desarrollo del transporte urbano de pasajeros y sus inversiones en este ámbito fueron lo que le convirtieron en un gran hombre de negocios de fama casi mundial. Por entonces ya había contraído su primer matrimonio, en 1859, con Susanna Guttridge Gamble ‒Lilian en El financiero‒, con quien tuvo cinco hijos: Josephine Yerkes (n. y m. enero de 1986), George Gamble Yerkes (29 de mayo-13 de agosto de 1862), Charles Edward Yerkes (1863-1925), Elizabeth Laura Yerkes (3 de noviembre de 1866-,¿?), y Robert Kenderdine Yerkes (14 de febrero-18 de abril de 1868). Charles y Bella, los dos únicos hijos que llegaron a la edad adulta, tienen su correspondiente personaje de ficción en los pequeños Lilian (Ann en El estoico) y Frank Jr.
En 1880, Yerkes realizó su primera visita a Chicago y en su gira por el Medio Oeste se detuvo en Fargo, en Dakota del Norte, donde hizo importantes inversiones con la compra de terrenos y construcción de edificios comerciales. Sería en Fargo donde obtendría el divorcio de su esposa Susan y en 1881 contraería matrimonio con la joven de veinticuatro años Mary Adelaide Moore, de Filadelfia ‒Aileen en la trilogía de Dreiser‒, con quien no tendría descendencia. No obstante, al igual que el personaje de ficción Frank Cowperwood (o deberíamos decir el de ficción igual que el real), Yerkes tendría a lo largo de su vida numerosas amantes, si bien fue Emily Grigsby ‒que inspiró a la Berenice de la novela‒ quien conquistaría su corazón los últimos años de su vida.
En el otoño de 1881 estableció en Chicago una casa bancaria y cinco años después comenzó con las negociaciones para adquirir el control de los ferrocarriles urbanos de Chicago. Sus logros en esta ciudad fueron impresionantes, pero la oposición contra la que tuvo que luchar, también; aunque no dudó en emplear el soborno y el chantaje para salvar cualquier obstáculo. Obtuvo el control de la North Chicago City Railway Company y fue nombrado su presidente. Inició el cableado de los tranvías y consiguió la reutilización del túnel de la calle La Salle para sortear el inconveniente de los puentes colgantes, que ralentizaban el desplazamiento de las personas que vivían en el lado norte de la ciudad. Dos años más tarde cerró las negociaciones para una participación mayoritaria en la Chicago West Division Railway Company, convirtiéndose también en su presidente. En ambas empresas, la confianza de sus asociados era tal que lo dejaron actuar por completo.
Yerkes se convirtió en el hombre más determinante en el desarrollo del sistema ferroviario de Chicago. Reorganizó la Lake Street Company y se encargó de construir un ferrocarril elevado en el lado norte de la ciudad. En 1897 formó la Union Loop Company, que se encargó de dotar de terminales a todas las líneas en el corazón de la ciudad y las líneas se extendieron más allá de los límites de esta, lo que llevó a un aumento de la demanda de terrenos en los distritos suburbanos. Yerkes concibió un sistema de vías suburbanas que permitía a los que vivían en el extrarradio llegar al centro de la ciudad. En total se construyeron 400 kilómetros de vías y todas las corporaciones que se constituyeron para esta labor se unieron finalmente en la Chicago Consolidated Traction Company.
No obstante, la presión de quienes tenían intereses contrarios era tal que Yerkes fue abandonando sus inversiones en Chicago y a partir de 1899 trasladó su base de operaciones a Londres. Su sueño era dotar a las instalaciones londinenses de un carácter moderno y revolucionar por completo los métodos que entonces se utilizaban. Pero su fallecimiento a causa de una enfermedad renal en 1906 a los 69 años de edad impidió que la huella de Yerkes en Londres fuera más profunda. Los periódicos se hicieron eco del funeral de uno de los hombres más ricos de Estados Unidos, que fue enterrado en la más estricta intimidad en un mausoleo hecho construir por él mismo en el cementerio de Greenwood.
La fortuna que dejó Yerkes a su muerte era inmensa ‒se calcula que su viuda recibió más de tres millones de dólares‒, pero fue posteriormente desmantelada por los numerosos acreedores que fueron surgiendo. Su deseo de que parte de su herencia fuera empleada en la construcción de un hospital nunca llegó a cumplirse, como tampoco que su mansión de Nueva York, que albergaba su extensa colección de arte, quedara abierta al público. La compra de obras de arte le había procurado la formación de una de las mejores galerías privadas de Estados Unidos, pero fueron subastadas y su colección dispersada. Su viuda, Mary Adelaide, tuvo que trasladarse a un apartamento en la avenida Madison, en el que murió en 1911. Sí quedó para la posteridad, no obstante, el observatorio Charles Yerkes de la Universidad de Chicago, al que en 1897 dotó con el telescopio más grande construido hasta el momento.
Yerkes tampoco ha desaparecido de la memoria colectiva; en ella pervive como uno de los hombres más singulares de la historia de Estados Unidos, uno de los robber barons que dieron forma a la América del siglo XX y al que se han dedicado numerosos libros que muestran al mecenas, al filántropo, al genio de las finanzas, pero también al hombre sin escrúpulos que no dudó en jugar con el dinero público para su propio enriquecimiento. No es de extrañar que Dreiser se dejara cautivar por este personaje dado que la historia de su vida ofrecía por sí misma todo un guion para una novela. Yerkes fue Cowperwood, y su biografía la «Trilogía del deseo».
La conclusión de la «Trilogía del deseo»
Tras la publicación en 1914 de El titán, Dreiser interrumpía el relato de la vida del magnate de las finanzas Charles T. Yerkes en plena madurez, pero con la idea de proseguir y completar la trilogía que dos años antes comenzara con El financiero (1912). Sin embargo, no fue hasta poco antes de su muerte en 1945 cuando el autor trató de completar la tarea que se había impuesto, con la ayuda de su esposa Helen, y escribió la última entrega a la que titularía El estoico, que se publicó, no obstante, póstumamente y de manera inconclusa.
En El estoico se relatan los años finales de Cowperwood, el alter ego ficticio del magnate Charles Tyson Yerkes, quien, como el personaje real, una vez concluida su odisea empresarial con los tranvías de Chicago, pone sus ojos en las posibilidades de negocio en Europa, concretamente en Londres.
El texto y las imágenes de esta entrada son un fragmento de la introducción de «El estoico» publicado en Ediciones Akal
El estoico
El estoico nos trae el desenlace de la historia de Frank Cowperwood, el protagonista de la Trilogía del deseo, inspirada en la vida real del magnate de los negocios estadounidense Charles T. Yerkes.
La obra relata los años de senectud de un hombre enérgico, que si bien ha conseguido la riqueza y el control de grandes negocios, llega a su vejez con un logro pendiente: el reconocimiento de su valía por la alta sociedad de su país. Y para colmo, tampoco su matrimonio ha resultado ser satisfactorio y estar a la altura de sus aspiraciones sociales y su sensibilidad cultural y artística.
Pero Cowperwood no conoce la palabra fracaso y es capaz de vencer cualquier adversidad dadas sus ganas de vivir, de amar, de triunfar. Ahora es Berenice su musa y Londres el «Nuevo Mundo» por conquistar con su experiencia en el campo de los negocios y del ferrocarril. El estoico (1947), concluido por el autor poco antes de su muerte y publicada póstumamente dos años después de esta, pone fin a una historia ‒iniciada en El financiero y continuada en El titán‒ que cautiva no sólo por la fuerza y singularidad de sus actores, sino también porque es un retrato sin igual del nacimiento del mundo financiero que sigue rigiendo nuestros destinos.