No cierres los ojos Akal

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Este libro se escribió en el contexto del fin de la Historia. Ahora el mismo fin de la Historia es historia. Contemplado desde el futuro ya en marcha, esta época comenzó en 1991 y ha durado 20 años justos hasta la Primavera Árabe de 2011. Como en los grandes ciclos revolucionarios del siglo xx –1917, 1968 y, de un modo limitado, también 1989– las revoluciones se movían de ciudad en ciudad, de región en región, pasando por encima de las fronteras estatales. Y, como los ciclos previos, éste también empezó en la periferia del orden global, para desde allí avanzar con mayor o menor éxito hasta el centro, hasta el «corazón de la bestia». De Sidi Bou Said al Cairo y luego a Bengasi, Daraa, al-Manama y Saná, pasando por Atenas, Madrid, Tel Aviv, Londres, Santiago de Chile y Wisconsin, hasta Nueva York, Frankfurt, Oakland, Moscú, Río de Janeiro y Estambul.

Muchas de las revolucionarias rusas de 1917 estaban convencidas de que sólo tendrían éxito si la revolución se extendía a todo el mundo capitalista; pusieron todas sus esperanzas en Alemania… y quedaron decepcionadas. Hoy también vuelve a desempeñar Alemania un papel especial, sobre todo en Europa: el de centro contrarrevolucionario, que tan bien le sienta históricamente; con sus políticas deflacionistas y de salarios bajos, moneda fuerte, exportaciones baratas, ha colaborado a producir la crisis europea, cuyos efectos agudiza con sus dictados de austeridad y de los que es la primera en beneficiarse.

También hoy el éxito de las revoluciones dependerá no en último lugar de su capacidad para dinamizarse recíprocamente, radicalizarse, globalizarse. Del mismo modo que son distintas, como las condiciones en que surgen los diferentes movimientos, también son patentes sus puntos de conexión entre sí. Movilización digital, ocupaciones de plazas y espacios públicos –la plaza Tahrir, la Puerta del Sol, la plaza Syntagma, Liberty Square, la plaza Taksim–, una organización lo más libre de violencia posible, antiestatal y, sobre todo, democrática radical, que excluye las instituciones centralistas como los partidos y al mismo tiempo incluye la exigencia de democratización social, es decir, tanto política como económica.

La globalidad del movimiento revolucionario se hizo patente a nuestros ojos cuando en las manifestaciones egipcias emergían pancartas que se solidarizaban con las trabajadoras de Wisconsin en huelga. Mientras que unas enseñan al mundo formas tan nuevas de protesta y organización, del hecho de que las otras las acepten pueden aprender que ni la caída de un dictador ni de una junta militar conduce a una democracia que merezca tal nombre: en el mismo momento en que, con la lucha, en Egipto se conseguía la libertad de prensa política, en Grecia tenían que dejar de publicarse periódicos –luego les tocó a los canales públicos de radio y televisión–, pues su existencia ya no era rentable econó­micamente. Pero de ciclos de lucha anteriores, como, por ejemplo, el de Argentina en 2001, se podía aprender que el fin de la rentabilidad no tiene por qué significar el fin de la producción. También puede significar un comienzo diferente. Por ejemplo, en Grecia (cfr. Tsomou 2014). ¿Acaso la fábrica ocupada, el comedor colectivo, el hospital autogestionado no son los intentos –que deben vincularse entre sí– con los que, bajo la presión de la crisis, se va en pos de posibilidades de un futuro distinto?

Mientras que los movimientos revolucionarios, como todas sus predecesoras, están amenazados por su propia corrupción –no en último lugar, antisemita–, por todo el mundo hay preparados movimientos reaccionarios, fascistas, islamistas. De Hungría a Siria y Ucrania pasando por Grecia. En las estrategias reaccionarias para salir de la crisis resuenan segregación sexista, exclusión racista y –algo con un éxito probado históricamente– nacionalismo, keynesianismo militar, eliminación de la competencia, destrucción «productiva» del capital – es decir, guerra.

Las revoluciones democráticas tienen, a un tiempo, que terminar con lo malo e impedir lo peor. En esta situación histórica, parece que vuelve a hacer su aparición la célebre máxima de Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie. Pero hasta el socialismo histórico desembocó en nuevas formas de barbarie. En su intento histórico mundial de abolir el poder, se ha puesto en ridículo de forma tan dolorosa como persistente. Sin embargo, con la crisis de la economía mundial y las rebeliones globales, también el modelo del capitalismo propio de la democracia liberal pierde buena parte del atractivo que aún tenía hace veinte años frente a los Estados del Pacto de Varsovia. El «presente eterno» del capital ha llegado de momento a su fin. Por primera vez desde hace mucho tiempo, la Historia vuelve a estar abierta… a propuestas.

El texto y la imagen de esta entrada es un fragmento del libro “Comunismo para todxs”  de Bini Adamczak

Comunismo para todxs. Breve historia de cómo, al final, cambiarán las cosas

portada-comunismo-para-todxsÉrase una vez gente que anhelaba verse libre de la miseria del capitalismo. ¿Cómo hacer realidad sus sueños? Este pequeño libro propone un tipo de comunismo diferente al que estamos habituados a asociar a dicho término; uno que sea fiel a sus ideales y que esté libre de cualquier atisbo de autoritarismo. En él encontrarán alivio los lectores «entumecidos» por la exégesis marxista y aquellos a los que la pomposidad formal de la política socialista ha generado dolores de cabeza. Acompañado de ilustraciones que muestran a pequeños revolucionarios experimentando su despertar político, ofrece una teoría política que tiene dos niveles de lectura: una sencilla para niños y jóvenes, y otra para adultos con formación, a partir del epílogo, en el que la autora traza las coordenadas históricas y teóricas para la construcción del anhelo comunista.

Alejado de las habituales interpretaciones de la izquierda, y desde planteamientos que podríamos calificar como libertarios, en los que se ve latir el espíritu de Rosa Luxemburgo, un libro sorprendente, polémico, necesario en su voluntad provocadora para pensar nuevas formas de llevar a la práctica la más bella de las utopías.

Bini Adamczak

Teórica social y artista alemana radicada en Berlín y vinculada a la izquierda radical, publica con frecuencia sobre temas relacionados con la teoría política y la política queer. En 2004 vio la luz su libro «Comunismo» y en 2007 «Gestern Morgen», en torno a la historia de la revolución comunista desde la Revolución de Octubre.

Comunismo para todxs. Breve historia de cómo, al final, cambiarán las cosas – Bini Adamczak – Akal

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