ÓSCAR WELLS / VIAJANDO AL PASADO
Mi primer viaje al pasado fue corto y sencillo. Me limité a retroceder hasta la década de los 80 del siglo I d. C. para conseguir un casco de legionario entre los caídos en los Cárpatos.
Este fue el casco que me encontré. No cabía duda que procedía de los talleres galos, su buen estado y el hierro de alta calidad delataban su origen. Se trata de un último modelo que presenta la placa transversal en la frente para enfrentarse a los dacios, tan aficionados a partir cabezas de legionarios con un solo golpe asestado de arriba hacia abajo.
Desconozco la fecha exacta a la que viajé, así que sólo puedo suponer que pertenecía a algún legionario de la V Alaudae o la IV Flavia Félix. La primera desapareció tras una incursión encabezada por su general en Dacia, mientras la segunda consiguió igualar temporalmente el marcador tras una trabajada victoria. A pesar de ello, los dacios siguieron provocando innumerables problemas a los romanos durante los años posteriores.
Me llamó especialmente la atención el apéndice superior para prender plumas y la argolla sobre la amplia guarda de la nuca, que permite colgar el casco durante la marcha. En sus orígenes los legionarios plantaban cara con plumas, pero esa tendencia desapareció para mostrar al ejército romano como una auténtica máquina de matar que no pierde el tiempo con pamplinas. No obstante, se seguían fabricando los cascos para poder incluir plumas en determinados desfiles.
No es la gran aventura que espera un lector sobre un viajero en el tiempo. Limitarse a recorrer durante un par de horas una montaña en búsqueda de armaduras romanas puede parecer poco provechoso, sin embargo, prefiero la prudencia al riesgo. Se trataba de una primera prueba para no perderme en el tiempo y ver si era capaz de volver entero.
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