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¿Está el capitalismo destrozando la posibilidad de amar?

Pocas cuestiones suscitan más interés que el sexo y el amor. Nos pasamos gran parte de nuestra vida pensando -y hablando- sobre ambos, deseando muchas veces llenar nuestro corazón con la experiencia casi mística, romántica, de la pareja (o parejas) ideales. La pregunta que nos planteamos muchas veces es si es posible amar, o si es posible tener relaciones significantes, en un sistema que parece trabajar constantemente contra la idea desinteresada del amor. Y esta pregunta es la que se plantea la feminista italiana Jennifer Guerra en su nueva obra El Capital Amoroso.

EL CAPITAL AMOROSO

Con una prosa rápida y directa, y una amplia bibliografía que sustancia el conjunto de ideas expuestas, Guerra repasa a los grandes autores que han problematizado el amor. Desde Platón con su inmortal El banquete o del amor hasta bell hooks (Todo sobre el amor) pasando por Spinoza, Fromm, Marcuse, Engels o Illouz, el despliegue argumentativo de la italiana se vuelve más que sólido para analizar las principales cuestiones que plantea la monogamia, la familia, las relaciones sexuales y el propio amor.

Una idea recorre el conjunto del ensayo: el miedo colectivo al amor en los parámetros propuestos por la sociedad del rendimiento individual. Guerra lo expresa de la siguiente manera: “Nos vence el miedo colectivo al amor; nos aterroriza la idea de que los vínculos entre personas puedan tener más valor que el progreso, el avance económico y material, y nuestra afirmación como individuos” (página 46). Y no podía ser más acertado. Justamente, en el ensayo Tú no eres especial (Akal, 2023) intentaba explorar desde otro ángulo esta presión por generar un búnker de indiferencia como correlato necesario del individualismo total que promueve el capitalismo en su dimensión más antropológica. Es decir, la necesidad de construir sujetos a salvo de los demás, encastillados, aislados y que premian por encima de todo la expresión individual, el goce de la propia representación de mis fantasías más íntimas. Romper cualquier vínculo social sólido es necesario para que podamos desenvolvernos en el mercado, como átomos separados con los que solo valdría la pena encontrarse cuando la mano invisible nos junta. Es decir, es necesario romper cualquier idea que nos vincule a otro, como lo sería el amor.

Guerra afronta la problemática de la apatía frívola contemporánea, esta idea de afirmarse en el Yo desechando todo lazo con el Otro, como una expulsión del amor en su sentido más puro, que ella encuadra en la idea de ágape. Siguiendo a John Alan Lee y sus seis ideologías sobre el amor, Guerra toma partido por el ágape, que sería el “amor incondicional, basado en el altruismo y la compasión. No tiene en consideración ningún tipo de beneficio o ventaja personal, y puede estar dirigido hacia una única persona, o hacia un grupo o comunidad” (pag 25), y le opone el de pragma, el amor basado en el cálculo pragmático para ganar posiciones sociales o estatus, dominante en nuestra sociedad contemporánea junto al amor lúdico o de entretenimiento: el sexo rápido, esporádico, de consumo de cuerpos y que suma a la precariedad económica, la precariedad emocional.

No es nada sencillo reclamar, o hacer una apología, del amor más desinteresado en una época que se criminaliza cualquier expresión romántica, por considerarse ingenua, repleta de pasión (y, por lo tanto, incontrolable) y que rompe en su raíz la idea de sacar un beneficio económico del intercambio social entre personas. Pero Guerra se lanza a ello, con mucha fuerza de convicción y escapando a los cánones clásicos que se representan en las películas made in Hollywood, que pese a intentar dibujar una idea romántica de pareja se hace bajo preceptos machistas. En realidad, no estaríamos ante representación de un amor desinteresado, puro, sino más bien ante una representación de la dominación de un género por otro.

El ensayo de la autora italiana nos vuelve a situar frente a frente con nosotros mismos, ¿Es posible el amor hacia otro en una sociedad que alimenta el amor hacia uno mismo, bajo la idea del narcisismo colectivo? Nuestra sociedad ha provocado la mayor epidemia de soledad que se recuerda, generando numerosas incertezas existenciales y muchísimos malestares que se han privatizado. Cuesta, como bien señala Guerra, encontrar una certeza en una pareja cuando desde todas partes se nos empuja a competir contra el de al lado. Si estamos en una selva, en una competición salvaje de todos contra todos, donde el hombre es unlobo para el hombre, ¿por qué no sería también una amenaza hasta la persona más cercana, incluso la que comparte mi cama?

Del mismo modo, un sistema que no deja tiempo ni siquiera para cuidar del otro, porque debemos estar siempre conectados y produciendo, únicamente deja la salida fácil del Tinder para, al menos, tener un encuentro sexual sin tener ni siquiera que pasar por el enorme trabajo de tener que conocer de verdad a alguien en un bar, o en una cena con amigos. Nuestro sistema parece no dejar tiempo para el amor, nos recuerda Guerra y esto es sin duda un buen argumento para situar al amor en el campo de la revolución.

Porque, al final, esto va de poder recoser lazos colectivos, de poder ser personas que puedan sacar lo mejor de sí gracias a la fuerza del amor y de la construcción de colectividad implícita que contiene, todo ello solo puede pasar por un cambio radical del sistema. Si todavía no creéis en la capacidad revolucionaria que encierra el amor más puro, echarle un ojo a este rompedor texto de Jennifer Guerra.

Y, como cantaba Extremoduro, amad, para ensanchar el alma.

Alejandro Pérez Polo es autor de “Tú no eres especial. Mascotas, selfies y psicólogos”.

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