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[El texto comienza en Friedrich Engels. Karl Kautsky (1 de 7)]

EL SOCIALISTA | 20 de septiembre de 1895, n.º 498 | Karl Kautsky

En realidad, parecía haber pasado la época del viejo socialismo antipolítico. En todas partes se formaban Partidos Obreros con su programa socialista y político. Todos los trabajadores inteligentes sabían desde 1848 que entre ellos y la burguesía había algo más que una mala inteligencia. La lucha de clases había estallado en toda Europa. Ya no había lugar para el socialismo pacífico antipolítico; la cuestión de la acción política no era ya para la clase obrera cuestión de médico, sino cuestión de vida.

La división de la Internacional

Sin embargo, debía aparecer todavía un socialismo antipolítico, nacido, sobre todo, en los países económicamente atrasados, donde la clase obrera apenas empezaba a moverse, como España e Italia; en sitios donde la pequeña burguesía todavía predominaba, como París; en países donde la clase obrera no tenía derechos políticos, como Bélgica, y por fin, donde no había absolutamente que hablar de una clase obrera empeñada en la lucha de clases, como Rusia. Mas este nuevo socialismo antipolítico ya no podía ser pacífico. La lucha de clases se había hecho muy manifiesta. En lugar de la «propaganda por el hecho» de individuos aislados por medio de colonias y de asociaciones, apareció la «propaganda por el hecho» de las conjuraciones y motines. El hombre que de esa manera adaptó el antiguo socialismo antipolítico de Proudhon a la nueva situación de combate, y creó el nuevo anarquismo, fue Bakunin.

Su influencia en la Internacional era cada día mayor, y hubo que oponerse a él si no se quería ver destruida la obra a que Marx y Engels habían dedicado su vida entera, y el socialismo, poder político ante el cual temblaban todos los viejos partidos, rebajado al nivel de una secta oculta u desorganizada, cuya persecución podían confiar tranquilamente las clases dominantes a la Policía, como la de los criminales vulgares. Tal fue el origen de la reñida lucha entre Marx y Bakunin, que produjo la división de la Internacional y fue el preludio de su muerte.

En esas luchas tomó Engels una gran parte, como miembro del Consejo General de la Internacional (en 1871 era secretario corresponsal para Bélgica y España, y después lo fue para Italia y España). Tenemos que limitarnos a estas indicaciones. La exposición detallada de la obra de Engels en la Internacional no solo excedería el estudio de protocolos y de la correspondencia del Consejo General, los cuales todavía no han sido dados a la publicidad.

Con la disolución de la Internacional terminó por el momento la actividad política práctica tanto de Engels como de Marx. Pero su acción no perdió por eso en importancia para el desarrollo científico y político del socialismo.

La discordia y la persecución no hubieran muerto a la Internacional, si es que apresuraron su fin. La razón principal de este fue que había vivido demasiado, puesto que sus fines estaban cumplidos: en todas partes el movimiento obrero iba adelante, y la solidaridad internacional de la clase obrera estaba tan arraigada, que una asociación expresamente formada con ese objeto era ya un obstáculo. En Alemania la Democracia Socialista obtenía uno tras otro triunfos electorales, y ya podía pensar en influir en la legislación. Donde se había alcanzado tanto, la actividad del Partido tenía que subordinarse a las peculiaridades políticas y económicas del país más que antes, cuando solo se había tratado de propaganda de principios.

El movimiento tomaba allí cada vez más carácter nacional, no en el sentido de que se olvidara la solidaridad internacional, sino en el de que influían más sobre él las particularidades del pueblo y del Estado sobre que tenía que actuar.

Debido a los progresos del socialismo, como organización, la Internacional llegó a ser tan innecesaria, como en otro tiempo la Liga de los justos. Pero la solidaridad internacional del proletariado subsistió, y por sus cualidades, sin nombramiento ni estipulación alguna, Marx y Engels quedaron como sus representantes.

Habitando en Londres, centro del mundo capitalista moderno; en continuo trato con los hombres más importantes del Partido Socialista de todos los países, abarcaban en conjunto el desarrollo económico y político universal, así como la situación del Partido. Esto, unido a sus extensos conocimientos científicos, y a la vasta experiencia que les habían dado cerca de cincuenta años de actividad en el movimiento proletario, los habilitaba especialmente para distinguir lo esencial de lo accesorio en el desarrollo de los diferentes Partidos, y para conocer la actitud que debían adoptar los trabajadores socialistas de cada país ante las cuestiones que se les presentaban. No es, pues, asombroso que, en las situaciones críticas, los elementos socialistas inteligentes de todos los países se dirigieran con gusto a los veteranos de Londres pidiéndoles consejo. Y ellos nunca lo rehusaron. Expresaban su convicción libre y francamente, sin rodeo alguno y tampoco sin querer imponerla. Jamás un proletario y otra persona seriamente interesada por los proletarios se habrán dirigido a ellos en vano. Eran los consejeros de todo el proletariado combatiente de Europa y América, como lo atestiguan bien los folletos, numerosos artículos e innumerables cartas que publicaron en diversos idiomas.

La muerte de Marx

Desde 1883 Engels tuvo que desempeñar solo esa función, pesada y de gran responsabilidad, y al mismo tiempo terminar lo que Marx había dejado sin concluir. A esto se agregaba la continuación de la tarea, que había tomado Engels para sí, al dividirse el trabajo con Marx, la aplicación de la interpretación materialista de la historia a las cuestiones de actualidad y la defensa de las teorías de Marx-Engels contra los ataques y las malas interpretaciones. Además de todo esto, Engels tenía que proseguir con sus investigaciones propias, sobre todo de orden histórico, que había empezado antes, y mantenerse al día en casi todos los ramos del saber humano.

La primera y más importante de esas tareas fue para Engels la ejecución del testamento de Marx. Primero cuidó de la tercera edición del primer libro de El capital, que fue revisado, aumentado y anotado según indicaciones dejadas por el autor. Este libro apareció a finales de 1883.

En verano de 1884 publicó Engels su trabajo sobre el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, en que realizó lo que Marx mismo se propuso hacer, divulgar y ampliar al mismo tiempo las investigaciones de Morgan. En sus estudios de prehistoria, Morgan había llegado a la misma concepción materialista que Marx y Engels habían descubierto en sus investigaciones históricas. La ciencia oficial trató de hacer que la obra de Morgan no fuese conocida, como en otro tiempo había hecho con la de Marx. Había, pues, que sustraerla al olvido que amenazaba; pero había también que llenar los claros de las investigaciones de Morgan, y encuadrar estas en la concepción materialista de la historia, fusionando la prehistoria y la historia materialistas en un mismo y único proceso de desarrollo. Nada menos que eso ha hecho Engels en su librito de 146 páginas.

Un año después apareció el segundo libro de El capital, que trata de la circulación del capital. En el primer libro se investiga cómo son producidos el valor y la supervalía. El segundo se ocupa de la investigación de las diversas formas de circulación del capital, circulación determinada al vender el capitalista el valor y la supervalía producidos, para con el producto de esa venta –menos lo que él consume– volver a comprar medios de producción y fuera de trabajo, y producir de nuevo valor y supervalía.
[El texto continúa en Friedrich Engels. Karl Kautsky (7 de 7)]

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