ARTURO NOAIN
No son pocos los autores que han visto censuradas sus obras, tampoco es extraño que los poderosos se escandalicen ante cierta novela; es más, escuchar una dura crítica con su consiguiente condena del libro a la hoguera provoca una profunda curiosidad en el lector, que sólo saciaría tras la adquisición de la historia. Sin embargo, sólo unos prodigios son capaces de provocar a todo un establishment puritano y represivo con una breve obra maestra; sin duda, este es el caso de Leon Tolstoi con Sonata a Kreutzer (1889).
Recordemos la situación: el escritor ruso ya llevaba casi treinta años ejerciendo su profesión, se rumoreaba que su primera novela había hecho llorar al zar y había publicado la obra maestra Guerra y paz. No obstante, cada día parecía irritar más a la clase dominante, inquieta con sus ideales anarquistas, y escribía unas obras realistas que trataban temas incómodos. En ese contexto en el que publica Sonata a Kreutzer, ofrece un desolador análisis de la naturaleza de las relaciones humanas donde amor y odio se entrelazan en una historia de un matrimonio repleta de celos.
Al poco de que la novela estuviese en la calle, fue censurada en Rusia. Eso no detuvo su difusión: copias mimeografiadas circularon rápidamente entre la población e incluso cruzaron el Atlántico llegando a manos de estadounidenses. La Oficina de Correos de Estados Unidos también intentó evitar su lectura y prohibió, en 1890, el envío de cualquier periódico que contuviese fragmentos de la novela. Quizás el claro carácter autobiográfico de la obra llevó al presidente Theodore Roosevelt a calificar al escritor ruso como «un pervertido sexual y un desvirtuador de la moral”.
No cabe duda de que muchos no comprendieron esta historia. Aunque en ella se exalta el amor carnal, pensamientos libidinosos y reacciones “amorales”, la pretensión de Tolstoi es precisamente criticar esta situación en una defensa de los valores cristianos que pretenden el servicio a la humanidad. Sus ideales religiosos provocaron más de un avatar en su vida, aunque probablemente el más simbólico se produjera al acercarse a su muerte, cuando renunció a su obra y aceptó una vida altruista.
En definitiva, entender a un genio como Tolstoi tiene grandes complicaciones. Por ello, simplemente proponemos un primer paso antes de la lectura de Sonata a Kreutzer: escuchar un fragmento de la composición homónima para violín y piano de Ludwig van Beethoven, obra que inspira este relato, de la mano de dos excepcionales intérpretes.