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Anna Clua y Dardo Gómez: «La prensa española ha intentado blanquear a la ultraderecha»

Pascual Serrano

Decir que la ultraderecha está avanzando en el mundo, y especialmente en Europa, no es contar nada nuevo, salta a la vista de todos, basta con observar el reciente aquelarre en Madrid con el presidente Javier Milei, o las encuestas sobre las inminentes elecciones al Parlamento Europeo. Lo necesario e interesante es lo que hace Anna Clua Infante y Dardo Gómez Ruiz-Díaz en el nuevo libro de la colección A Fondo de Akal, “De las fake news al poder. La ultraderecha ya está aquí”.  Nuestros autores diseccionan cómo es esa ultraderecha, en qué se parece o se diferencia de las ultraderechas y fascismos del siglo pasado, con qué discurso está avanzando, con qué técnicas y de qué se está aprovechando.

En esta entrevista adelantan algo de su contenido y nos muestran, como diría en su día Pietro Ingrao, que “indignarse no basta”. No es suficiente con advertir del peligro, hay que conocer las técnicas con las que avanzan, nuestras debilidades y el modo en que debemos enfrentar esa ultraderecha. 

Con mucha frecuencia se asocia ultraderecha y fascismo. ¿Creéis que es oportuna esa asociación? ¿En qué se parece y se diferencia la actual ultraderecha del fascismo del siglo pasado?

Anna Clua: En el libro hemos evitado utilizar el término ultraderecha y el término fascismo como sinónimos. La tentación era grande, dado que ambas palabras habitan lugares comunes en el imaginario colectivo actual. Hay tres razones para evitar caer en el error de tratar a la ultraderecha como mero fascismo y al fascismo como mera ultraderecha. 

La primera es que de hacerlo recalaríamos en una imprecisión histórica (a la que el historiador Stanley George Payne ya dedicó todo un libro). La segunda es que no podemos poner a todos los fascismos ni a todas las derechas radicales en un mismo saco. La tercera es que en este libro tenemos por objetivo renunciar a los reduccionismos, puesto que éstos están en la base de los discursos de la propia ultraderecha. 

Ante la simplificación de las ideas debemos reivindicar una mayor precisión del vocabulario. Si no utilizamos palabras precisas no provocaremos una mejor y mayor comprensión de las cosas. 

La segunda parte de la pregunta requiere, de hecho, un poquito de precisión. No quisiéramos dar a entender que para hablar de fascismo nos tengamos que remontar a tiempos pasados. Los fascismos siguen presentes, igual como las luchas antifascistas siguen a pie de calle. En cuanto al concepto “ultraderecha”, quizá lo más nuevo que tenga sea el vocablo. Ya hubo derechas radicales en el pasado. 

En el libro intentamos plantear esta cuestión no como un tema de renovación lingüística, sino como una forma de reivindicar que los significados se deben a sus contextos. ¿Qué no ha cambiado? El uso del discurso del odio, el ejercicio del control con estrategias de manipulación masiva, la expansión instrumental de la mentira, el activar emociones y desactivar razones, la negación de los derechos y el ataque a quienes los defiendan. ¿Qué ha cambiado? La globalización de los procesos, el aumento de velocidad de los mismos, la clara hegemonía del capitalismo rabioso con su lógica de acumulación por desposesión. 

La ultraderecha que tenemos aquí no está atizada solamente por la idea de dominio y el deseo de supremacía en una lucha entre identidades: está completamente alineada al simple y llano proyecto neoliberal de control del mundo.

Viendo el discurso de la derecha y la ultraderecha, parece claro que se han apropiado del concepto de “libertad”, ¿cómo lo veis vosotros?

Anna Clua: Forma parte de la estrategia a la que aludíamos en la anterior respuesta. La libertad no aparece en la narrativa de la extrema derecha como un valor intrínseco de la democracia sino como un concepto útil. Es un mero instrumento. Desde la teoría liberal ya se viene denunciando esa apropiación utilitarista desde hace tiempo. Jason Stanley lo explicó a la perfección en su excelente y siempre vigente libro “Facha”. 

Desde nuestro punto de vista, y situados dentro de lindes más meridionales, la máxima expresión de cinismo de la derecha (no hace falta que sea extrema) reside en su defensa del concepto de libertad de expresión. Pero lo que nos preocupa no es tanto su ostentación del discurso del odio desde esa defensa tan sui generis del derecho a expresarse libremente, sino que en nuestro contexto jurídico más inmediato se les venga dando la razón. 

Sin duda, esta impunidad instaurada contribuye a que la opinión pública vea los devaneos de la extrema derecha como algo legítimo y la mar de democrático. Otra cosa que nos hace ver que el tema es preocupante es que detrás de este arte de gesticulación está su defensa silenciosa (por descaradamente antidemocrática) de otra libertad más de tinte neoliberal, y que es la que da licencia para competir, medrar y afirmar unos privilegios a costa de atacar, pisar y negar los derechos de los demás.

Estos días he visto una noticia curiosa, en Alemania, las grandes empresas, incluida Siemens, que se lucró con el trabajo esclavo de los campos de concentración nazis, han preparado un manifiesta llamando a no votar a la ultraderecha en las próximas elecciones europeas. ¿Puede suceder que se estén apuntando al discurso de la lucha contra la ultraderecha determinados sectores interesados? Algo así como ha sucedido con el ecologismo.

Dardo Gómez: Es indudable que los conservadores tanto en lo político como en lo económico se sienten próximos a la ultraderecha, aunque lo disimulen; pero también pueden haber aprendido de que a lo largo de la historia haber apoyado el mensaje de los ultras les hizo perder identidad política y que el mensaje ultra terminó comiéndoselos.

En lo económico, se está haciendo evidente que las economías ultras son un fracaso para todos en todos los lugares en que se implantan. Los obreros pueden vivir de las migajas de una economía en crecimiento y desarrollo; pero los grandes capitales no se alimentan de las miserias de sus obreros. Una economía de mercado necesita consumidores.

Además, creo que a muchos ultraderechistas les da vergüenza serlo, a pesar de la falta de complejos que alientan esperpentos como José María Aznar o Milei. 

Os hago una pregunta perversa. Desde la izquierda muchas veces denunciamos que la derecha intentar alarmar con la amenaza de que viene el comunismo, algo que todos sabemos que no es así, ¿no podría ser que la izquierda tenga el mismo comportamiento diciendo que viene la ultraderecha y el fascismo? ¿cómo defenderíais que la afirmación de la izquierda sí es verdad frente a la falsedad de la alarma comunista de la derecha?

Dardo Gómez: Una mirada al mapa europeo y americano de los resultados electorales nos está haciendo evidente que quienes defendemos la libertad común tenemos motivos para preocuparnos. Además, desde hace años que se están reabriendo antiguos debates que ya están técnicamente cerrados y que, en muchos lugares, ese revival perverso está funcionando.

En Perú se ha recurrido al Parlamento para dictar por ley que la homosexualidad es una enfermedad; lo que es una  barbaridad médica y científica. De la misma manera muchos de los valores consagrados en la Carta Universal de Derechos Humanos se llaman a debate por la ultraderecha y hay quienes entran en esa disputa pseudointelectual que quiere llevarnos a que perdamos derechos adquiridos. 

Además, deberíamos tener claro que los derechos universales no pueden estar en debate ni en revisión si no es para nuevos avances en ellos. Es decir, que no se debe aceptar debatir con los negacionistas, de la misma manera que no discutimos que la tierra no es plana aunque hay quién lo sostenga. Admitir el debate es admitir la posibilidad irreal de que podrían llevar razón.

Parece claro que en las próximas elecciones europeas se prevé un aumento del voto de la ultraderecha, ¿a qué creéis que es debido?

Dardo Gómez: Enlazando con la respuesta anterior haber aceptado debatir sobre los supuestos inhumanos de la ultraderecha ha llevado a admitir la legalización de los partidos que los sustentan como si fueran un resorte más de la democracia cuando no lo son. Esto ha sido doblemente dañino en países como España donde no hemos sabido/querido legislar para evitar la recuperación de la simbología nazi o penalizar legalmente la exaltación del franquismo por los nostálgicos. Lo que se alimenta crece.

También es cierto que la ausencia de respuestas del capitalismo a las necesidades de bienestar de la ciudadanía y a su búsqueda de la felicidad ha contribuido a deslegitimar la función del Estado para reemplazarlo por la entelequia cruel, machista y hueca que llaman patria.

Además, el recurso de la difusión de fake news en las redes les ha funcionado muy bien, ya que son mensajes no dirigidos a la reflexión o a la razón sino a los pasiones irreflexivas o a las emociones de los menos informados.    

Vuestro libro insiste en cómo aprovecha esta ultraderecha los bulos y las fake news, incluso proponéis un listado de entidades verificadoras de noticias. El propio Pedro Sánchez advirtió en su carta a la ciudadanía de la amenaza de esas fake news. ¿Qué creéis que debería hacer el Estado para enfrentarlas más allá de unas empresas privadas verificadoras? Al fin y al cabo la Constitución española dice que los ciudadanos tienen derecho a un información veraz.

Dardo Gómez: Bulos y noticias falsas han encontrado su medio de difusión en las redes y la ultraderecha las ha convertido en su herramienta esencial; aunque no hay que olvidar la colaboración de blanqueo de esas mentiras por parte de los medios de comunicación al uso. En el caso de la prensa española ha sido evidente la intención de blanquear a la ultraderecha y el atrincheramiento de los medios halló metralla en los bulos. Además de la falta de profesionalidad amparada en una falsa objetividad que permite mentir impunemente al entrevistado sin que el informador se anime a intervenir y hacer que esa falsedad no llegue a la ciudadanía. 

Ahora casi todas las organizaciones de la comunicación y algunos de sus profesionales buscan soluciones viejas para un problema que quieren hacer creer que es nuevo. Los medios españoles, en general, siempre han distorsionado la información según sus intereses; ahora protestan porque las redes les han quitado la exclusiva de hacerlo y piden soluciones, pero sin que se legisle. Lo que es un disparate.

La responsabilidad de poner fin a esto es del Estado; tanto la Corte Interamericana de DDHH como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ya han dicho que son los Estados quienes deben garantiza la pluralidad y del equilibrio informativo. 

En 2012 el TEDH ante un litigio señaló en su fallo que “además de un deber negativo de no interferencia, el Estado tiene una obligación positiva de contar con un marco administrativo y legislativo adecuado para garantizar el pluralismo y la diversidad” (Centro Europa 7 S.R.L. y Di Stefano vs. Italia – 2012).

Este concepto de “obligación positiva” es básico en la nueva interpretación que obliga a los Estados a legislar para proteger a la ciudadanía de la desinformación y la nueva ley europea de protección a la prensa independiente también lo señala.

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