La Ley de Prensa e Imprenta promulgada en 1966 había suprimido la obligatoriedad de la censura previa a la que, desde 1938, habían debido someterse todos los libros en España antes de su publicación o importación. Sin embargo, para asegurarse el mantenimiento del control sobre la edición de libros, la ley preveía, tras enunciar medidas muy restrictivas de la crítica a la religión, el honor, las costumbres, la moral, las instituciones y cargos políticos…, el mecanismo de la consulta voluntaria. Por esta censura de facto podían pasar autores y editores antes de arriesgarse a la prohibición del libro una vez editado e impreso.
La primera obra de Raúl Guerra Garrido que pasó por el trámite de la censura fue la novela Ni héroe ni nada, en la que Madrid y las diferencias socio-económicas que se establecen entre sus habitantes son las protagonistas. A finales de octubre de 1968, la editorial madrileña Literoy presentó el manuscrito a consulta voluntaria ante la Sección de Inspección de Libros, organismo dependiente del Ministerio de Información y Turismo. Apenas un mes después, se autorizó su publicación íntegra. El censor número 32, cuya firma resulta ilegible, presentó el siguiente informe:
Novela digna. Escrita en lenguaje desgarrado pero de una gran precisión en los madrileñismos y, pese a su crudeza, absolutamente limpio. El argumento también es duro pero sin demagogia alguna […] La mayor virtud de la novela, aparte la eficacia de los diálogos, es la ausencia de toda demagogia. […] No hay nada que objetar .
En cambio, el texto de Cacereño, segunda novela de Guerra Garrido, no salió indemne. A mediados de agosto de 1969, la editorial Alfaguara presentó la novela a consulta voluntaria, seguramente consciente de que había elementos potencialmente conflictivos. En un primer informe, fechado el 28 de agosto, el censor anotó las páginas y pasajes –más de cincuenta– que debían modificarse antes de proceder a su autorización, e hizo especial hincapié en el lenguaje utilizado por el autor:
Narración novelesca que describe con gran vigor realista las vicisitudes acaecidas en el País Vasco a los obreros llegados de otras regiones menos desarrolladas industrialmente, en especial Extremadura y Andalucía. Con un estilo literario nada más que mediano, contiene, no obstante, buenas descripciones de aspectos y ambientes y costumbres de Guipúzcoa, si bien incorpora el texto términos y formas de expresión soeces y obscenas, propios del lenguaje popular, en abundancia realmente inusitada.
La obra, por tanto, no puede admitirse si no se suprimen –o, si es posible, son substituidos por términos no procaces ni obscenos– las palabras y expresiones señaladas en las páginas 9 12 13 17 19 22 23 45 50 59 60 62 64 65 71 76 77 80 83 84 89 90 95 97 98 101 102 105 108 126 140 144 149 150 155 165 171 177 183 184 198 203 221 226 231 235 238 240 255 260 261 262 267 268 279 280 y 281.
Deben también suprimirse, por tendenciosos, los pasajes señalados en las págs. 94, 122, 162 y 250, así como el acotado en las páginas 172-173, por inconveniente.
En un segundo informe, firmado el 10 de septiembre, el censor número 12 remarcó la perspectiva humana de la que estaba dotada la obra y alabó sus méritos literarios. Rebajó el número de tachaduras, aunque siguió considerando oportuno prescindir de algunas expresiones y fragmentos:
Novela muy humana y bastante bien escrita. De fondo social pero sin resentimientos ni segundas intenciones. […] la novela es ante todo humana y en ningún sentido política, aunque la ETA salga a relucir en un par de ocasiones. De tener un sentido político, sería positivo, pues pinta cómo el gran capital vasco es enemigo de actividades separatistas que redundan en perjuicio de sus intereses económicos y cómo los vascos acaban por aceptar a castellanos, andaluces y extremeños a poco que éstos traten de entenderles y respetar sus peculiaridades regionales. […] Así, pues, novela no muy brillante pero sí humana y positiva.
Supresiones: Págs. 12, 65, 200.
A la vista de estos informes, el jefe de la sección fijó un número medio de tachaduras. Estas pueden clasificarse en tres grupos: referencias a la moral sexual, expresiones vulgares y un pasaje de carácter político. Las primeras y las segundas son relativamente abundantes. Consideradas «soeces», «obscenas» y «procaces» por los censores, resultaban necesarias para representar el habla real de los trabajadores de la época y también determinados matices de su cultura: «viva el coño de las mujeres de la Guardia Civil» (12), «¿La meto mano?» (23), «Me ha puesto cachondo», «la picha española nunca mea sola» (65), «¿le has tocado las tetas?» (77), «¡no se quiere tirar a la hija!» (84), «¿hay que poner el culo?» (89), «lo mismo te dan la mano que te tocan el culo» (97), «tiene un furor uterino del carajo» (98), «soy enano porque me pesan tanto los huevos que no me dejan crecer, lacayo» (108), «cortando cojones se aprende a capar» (126), «si tiene una hermana me la tiro» (203), «peor. Cada vez que vuelve a casa el padre le mete el dedo para comprobar si sigue virgen. Lo hace con todas las hermanas. No me extraña que sienta pánico de volver» (221), «abierta de piernas», «Mi pene estéril» (238), «del pito es peor, llevo una semana que no puedo hacer nada a la mujer, humo me sale, no leche. No jorobes. Yo también noto que no se me pone duro» (260) y «[ponerlos] así de gordos [encima de la mesa del ingeniero]» (261).
Según ha explicado Guerra Garrido en varias ocasiones, algunas de estas expresiones –como «cortando cojones se aprende a capar»–, tras la negociación oficiosa, pudieron finalmente permanecer en la versión impresa gracias a la intervención de Jorge Cela, que justificó su utilización y presencia ante la censura con el pretexto de su inclusión en el Diccionario secreto, escrito por su hermano, Camilo José, y que había sido autorizado y publicado tan sólo un año antes . Las demás fueron sustituidas por expresiones similares o, incluso, suprimidas.
Además de estas supresiones –que, según Guerra Garrido, no alteraron el sentido general de la obra –, la censura tachó con su lápiz rojo un fragmento en el que se describía, en el contexto de una huelga, una pintada aparecida en la tapia de la empresa Lizarraga en la que trabaja el protagonista de la obra:
La cosa se puso muy seria cuando una mañana apareció ondeando del pararayos (sic) que remata la cruz de la iglesia de Eibain la bandera de Euzkadi, hacía viento y mostraba claramente su cruz roja y blanca, en aspa, sobre fondo verde. En las tapias de Lizarraga n.º 2 aparecieron las siglas ETA, los del partido separatista querían apuntarse el tanto de lo que allí ocurriese. Las letras estaban hechas con un alquitrán poco menos que indeleble y para disimularlas no quedó más remedio que escribir encima: Gora España. Lo de la bandera fue más difícil de arreglar, pues la ascensión hasta el pararrayos era francamente peligrosa, a pesar de la prima que ofrecieron no se atrevió nadie a subir. Estuvo dos días ondeando hasta que llegó ex profeso un alpinista de Bilbao a quitarla. Por poco se mata, habían untado las tejas con grasa consistente (172-173).
Sobre esta modificación se pronuncia el autor con las siguientes palabras:
Hay una pintada, los obreros pintan un «Gora ETA» y con ese «Gora ETA» no hubo forma de pasar la censura. En esas Navidades, 69-70, en ningún papel de España podía imprimirse la palabra, la sigla ETA, y seis meses después estaba en la primera plana de todos los periódicos [….] Ese «Gora ETA» me dolió, pero sabía que no iba a afectar para nada a lo que yo quería decir de los cacereños, de los inmigrantes, que habían venido a trabajar al País Vasco y con toda la problemática social que había en aquellos años.
El tabú que entonces suponía ETA resulta absurdo a los ojos del lector contemporáneo, mucho más en una obra que está tan lejos de hacer apología de la naciente banda, de sus métodos y de su ideología. Lo que se impidió fue el reconocimiento de su existencia, pero también el del apoyo de cierto sector popular. El hecho de que apareciera precedido de un «viva», emitido no por el narrador ni por el protagonista, ni mucho menos por el autor, pudo haber influido en la prohibición del pasaje.
Hechas todas las modificaciones consideradas pertinentes por el organismo censor, el depósito del texto definitivo se produjo a principios de noviembre de 1969 y la novela pudo ver la luz antes de las Navidades. Los cortes y supresiones a los que debieron someterse autor y editorial no han sido repuestos hasta el presente, de manera que los lectores de Cacereño llevan cincuenta años accediendo a una versión censurada que dista, en cierto modo, de la voluntad de Guerra Garrido.
El resto de las obras del autor no tuvo problemas con la censura, a pesar de que todavía ¡Ay!, La fuga de un cerebro, Hipótesis y Lectura insólita de «El capital» tuvieron que pasar por las manos de los lectores oficiales.
El texto de esta entrada es un fragmento del estudio preliminar de la edición de “Cacereño” publicada en Akal