No cierres los ojos Akal

Pablo de Tarso, los autores de los evangelios y los principales escritos cristianos de la Antigüedad testimonian que para muchos de los seguidores de Jesús la crucifixión no representó el final de su historia, pues el crucificado habría resucitado y se habría aparecido a sus seguidores. A pesar de las numerosas incongruencias de los relatos sobre la resurrección, esa idea se impuso en la comprensión del personaje, y forma parte hasta hoy del credo cristiano.

La concepción de la resurrección de Jesús que acabó imponiéndose posee un conjunto de rasgos característicos. En primer lugar, presupone una muerte real, que es descrita explícitamente en los evangelios con los verbos «expirar» (exépneusen), «exhalar el espíritu » (aphēken tò pneûma) o «entregar el espíritu» (parédōken tò pneûma). No se trata de ser arrebatado en vida –como en el caso del profeta Elías– ni de una muerte aparente. Los evangelios dejan claro este punto también al insistir en que la resurrección tiene lugar días después de que acontece la muerte.

'Crucifixion' (1457-1459) de Andrea Mantegna.
‘Crucifixion’ (1457-1459) de Andrea Mantegna.

Segundo, la resurrección se habría producido de manera corpórea. No consiste, por tanto, en la liberación del alma, como en la comprensión platónica. Ello se refleja en la preservación de una identidad que permite que Jesús sea reconocido:

Mientras hablaban, él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Amedrentados y atemorizados, creyeron contemplar a un espíritu. Y les dijo: «¿Por qué estáis turbados y por qué surgen pensamientos de duda en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, pues soy yo mismo (hóti egō eimi autós). Tocadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo». Y dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como todavía no creían a causa de la alegría y estaban asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Y tomándolo, lo comió en su presencia(Lc 24,36-43).

La morosa descripción está destinada a persuadir de que el Jesús resucitado no es una aparición fantasmática –el Codex Bezae lee phántasma– o un espíritu (pneûm sino un sujeto de carne y hueso, palpable y con un aparato digestivo en funcionamiento.

El Cuarto Evangelio es aún más gráfico, al presentar la figura de un Tomás dubitante y hacer que Jesús le sugiera: «Trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo». Esta insistencia en la corporeidad parece deberse a que algunos deben de haber negado que Jesús hubiera resucitado en carne.

En tercer lugar, la resurrección contemplada supone la obtención de una forma de vida cualitativamente distinta. No se trata, por tanto, de una mera resucitación o retorno a una vida humana ordinaria, como los sucesos narrados con cierta frecuencia en la literatura grecorromana y bíblica: el resucitado no volverá a morir porque su cuerpo no está sometido a las limitaciones intrínsecas al cuerpo terrenal. En la explicitación de este punto se detectan, no obstante, tensiones en las fuentes. En su polémica con los corintios, Pablo habla de un sōma pneumatikón o «cuerpo espiritual», lo que designa algo íntimamente conectado a la identidad del muerto pero al mismo tiempo transformado y glorificado (1 Cor 15,44); esta es la razón de que el tarsiota afirme que «la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni lo perecedero heredar lo imperecedero».

Libro ‘La invención de Jesús de Nazaret’ de Fernando Bermejo

Los evangelios parecen asumir la idea de un nuevo estado ontológico, en la medida en que incluyen episodios donde Jesús aparece con un cuerpo, aunque cualitativamente diferente: es reconocido solo con dificultad, y es capaz de llevar a cabo acciones imposibles para un cuerpo material ordinario, como atravesar paredes, aparecer en una localidad muy alejada o manifestarse y ausentarse a voluntad. No obstante, dado que según los evangelios el cuerpo de Jesús durante su vida tenía ya capacidades sobrehumanas –como la de caminar sobre las aguas o ser transfigurado–, y dado que Lucas y Juan insisten en la fisicidad de ese cuerpo (Lc 24,39 habla de «carne y huesos»), estos autores parecen haber sostenido con más firmeza que Pablo la continuidad entre el cuerpo de Jesús tal como era antes de su muerte y aquel con el que resucita.

Aunque el conjunto de rasgos señalado ha sido a menudo considerado idiosincrásico respecto a la cultura contemporánea, tanto la génesis como el carácter de la creencia en la resurrección de Jesús son inteligibles como una adaptación a nuevas necesidades de creencias existentes en el entorno mediterráneo. En una concepción del mundo transida de esperanzas apocalípticas, resulta esperable el desarrollo de la idea de una resurrección individual, máxime cuando esta se entendió como primicia de la resurrección general (1 Cor 15,20).

Este fragmento pertenece al libro ‘La invención de Jesús de Nazaret’ de Fernando Bermejo.

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