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  • Enfoque: Crecimiento y desarrollo
  • Acontecimiento clave: Las inversiones japonesas comienzan a fluir hacia Corea del Sur a partir de 1965.
  • Antes:
  • 1841 El alemán Friedrich List defiende que proteger a la industria ayuda a las economías a diversificarse.
  • 1943 El economista polaco Paul Rosenstein-Rodan afirma que los países pobres necesitan un «gran impulso» estatal para desarrollarse.
  • Después:
  • 1992 Según la estadounidense Alice Amsden, los criterios de rendimiento de Corea del Sur propiciaron el crecimiento industrial.
  • 1994 Para el estadounidense Paul Krugman, el despegue de Asia oriental fue debido a un incremento del capital físico

Tras la Segunda Guerra Mundial, las economías de un grupo de naciones de Asia oriental crecieron de forma drástica. Dirigidos por nuevos gobiernos activamente intervencionistas, en pocas décadas estos países pasaron de ser remansos económicos a dinámicas potencias industriales. A los llamados tigres asiáticos –Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán– les siguieron Malasia, Tailandia e Indonesia, y luego China. Dichos países lograron un crecimiento económico sostenido en sus ingresos per cápita más rápido que ninguna otra región.

Al calcular la riqueza de un país se acostumbra a emplear el PIB (el producto interior bruto, o los ingresos totales por bienes y servicios). En 1950, el PIB per cápita (PIB dividido por la población) de Corea del Sur era la mitad del de Brasil; en 1990, era el doble; en 2005, el triple. Un crecimiento tal resultó en una reducción extraordinaria de la pobreza, y a finales del siglo XX los cuatro tigres asiáticos originales tenían niveles de vida que rivalizaban con los de Europa occidental; este cambio sin precedentes se conoció como el «milagro de Asia oriental».

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El rápido desarrollo de Corea del Sur fue iniciado por el general del ejército Park Chung-hee, en 1961. Restableció las relaciones con Japón, antigua potencia ocupante, y atrajo inversiones japonesas.

El medio en el que los tigres asiáticos hicieron su aparición estaba configurado por la intervención gubernamental y unos vínculos estrechos entre el Estado y la economía, un modelo económico al que se vino a llamar «Estado desarrollista». Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, hubo grandes expectativas de desarrollo en los países pobres, y el objetivo del rápido progreso económico fue el motor de la política económica. Unas burocracias poderosas intervenían directamente en la actividad del sector privado de un modo que iba mucho más allá de lo visto en Europa occidental. Con todo, los gobiernos conservaron la empresa privada, por lo que el modelo tenía poco que ver con la planificación estatal del bloque comunista.

Los tigres asiáticos dieron forma al desarrollo dirigiendo la inversión hacia industrias estratégicas y promoviendo la puesta al día tecnológica de los productores. Esto produjo un movimiento de trabajadores agrícolas hacia un sector industrial en expansión. Las enormes inversiones en educación dieron a los trabajadores la capacitación necesaria para las nuevas industrias, y las empresas industriales pronto empezaron a exportar sus productos, convirtiéndose en motores de un crecimiento sostenido basado en el comercio.

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Un nuevo tipo de Estado

Esta clase de Estado no tenía precedentes, y suponía un desafío para las ideas ortodoxas acerca del papel del Estado en la economía. La ciencia económica común considera que el Estado debe corregir los fallos del mercado, aportando bienes públicos como la defensa y el alumbrado, de los que no suele ocuparse la empresa privada; garantiza que instituciones como los tribunales funcionen adecuadamente para obligar a respetar los contratos y proteger los derechos de propiedad, pero más allá de eso su papel es mínimo. Una vez asentados los prerrequisitos básicos para la actividad del mercado, la economía clásica supone que el Estado se debe retirar y dejar que funcione el mecanismo de precios. Se considera que unas instituciones favorables al mercado y un Estado limitado fueron las claves del éxito económico de Gran Bretaña durante la industrialización.

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Hong Kong, uno de los grandes centros de las finanzas internacionales, tiene un papel clave en el éxito económico chino, al tiempo que conserva su propio sistema de gobierno.

Algunos economistas mantienen que esto se produjo también en las exitosas economías de Asia oriental, que habrían promovido el desarrollo apoyando a los mercados y no interfiriendo en ellos. Sus intervenciones ayudaron a destinar recursos e inversiones de acuerdo con los mercados: en cierto sentido, el Estado «acertó» con los precios. Para lograrlo, los gobiernos cultivaron la estabilidad macroeconómica, vital para dar seguridad a los inversores. Intervinieron para corregir fallos del mercado por medio de la defensa y la educación, y construyeron infraestructuras como puertos y ferrocarriles, cuyas elevadas inversiones iniciales desanimaban a la empresa privada. Los estados desarrollistas del este de Asia, se decía, habían tenido éxito por seguir al mercado.

Dirigir el mercado

El economista neozelandés Robert Wade sostiene que todos estos estados dirigieron y asimismo siguieron al mercado. Lograron impulsar la expansión de las industrias favorecidas con créditos baratos y subsidios. Al dirigir los mercados, la distribución de los recursos fue muy distinta de lo que hubiera sido de haberla dictado solo los mercados.

El Estado ha establecido precios deliberadamente «equivocados» para crear oportunidades de inversión rentable. Alice AmsdenLa estadounidense y economista Alice Amsden ha explicado esto afirmando que el Estado «se equivocó» con los precios deliberadamente para obtener nuevos tipos de ventaja competitiva. Un factor clave en ello fue el crecimiento de las industrias nacientes, alimentadas por medio de subsidios y de aranceles. El Estado podía imponer sus criterios de rendimiento a dichas empresas porque podía retirarles el trato preferencial cuando fuera necesario.

Robert Wade sostiene que la manera en que estos estados dirigieron los mercados explica la creación de ventajas comparativas en industrias donde antes no las había. En un principio, los precios de los bienes de cualquier industria nueva no serían competitivos a nivel internacional. Además, producir bienes nuevos a menudo requiere crear simultáneamente otras industrias e infraestructuras. Coordinar este proceso resulta difícil si se deja en manos de la empresa privada, y las industrias nacientes se volvieron competitivas al darles incentivos clásicos para aprender a ser más eficientes. Para poder conseguir la educación económica de las nuevas empresas y coordinar la producción inicial, los gobiernos tenían que violar unos estrechos precios de mercado. Este fenómeno se dio en la industria del acero surcoreana: en la década de 1960, el Banco Mundial aconsejó al gobierno coreano no entrar en el sector del acero por carecer en él de ventaja comparativa alguna; otras naciones podían superarles fácilmente en precio. Sin embargo, en la década de 1980, Posco, una gran empresa coreana, se había convertido uno de los productores de acero más eficientes del mundo.

Política e incentivos industriales

Los estados desarrollistas de Asia oriental dieron un trato preferente, así como incentivos al rendimiento, a empresas de ciertos sectores. Exigían a estas empresas cumplir unos criterios de rendimiento determinados, en parte mediante concursos en los que las empresas competían por un premio. El criterio para ganar solían ser el número de exportaciones, y el premio, líneas de crédito o el acceso a divisas. En Corea del Sur y Taiwán, por ejemplo, las empresas debían demostrar que habían conseguido pedidos de exportación; solo entonces obtenían el premio. El gobierno de Corea del Sur también llevó a cabo concursos para grandes proyectos en nuevas industrias como la naval. A las empresas prósperas se las protegía de la competencia extranjera durante algún tiempo, y los criterios de rendimiento suponían que estas debían ser competitivas al cabo de cierto plazo. Paralelamente, las empresas que fracasaban eran castigadas

Interferencia política

Los intentos de política intervencionista fuera de Asia oriental no tuvieron éxito, lo cual empañó el prestigio del Estado desarrollista. Por ejemplo, en América Latina y África, el trato preferencial a las empresas generó incentivos pobres: las empresas estaban protegidas de la competencia, pero el Estado no impuso criterios de rendimiento. Las industrias nacientes no se convirtieron en exportadoras de éxito.

Especialmente en América Latina, el trato preferencial se vinculó a cuestiones políticas, y tuvo escasos resultados económicos: las empresas con buenos contactos recibieron subsidios y protección arancelaria, pero no se volvieron más productivas. Con el tiempo, estas empresas fueron un sumidero para los presupuestos estatales, absorbiendo recursos en lugar de generarlos. Aquí, la «equivocación» con los precios no contribuyó a crear ventajas comparativas en las nuevas industrias; llevó a una producción ineficiente y al estancamiento económico.

Puerto de Singapur
El rápido ascenso de los tigres asiáticos se basó en la exportación. Los gobiernos construyeron grandes infraestructuras para el transporte de mercancías, como esta de Singapur, para promover el crecimiento.

En Asia oriental, aquellos estados que prosperaron parecían mucho más capaces de resistir las presiones de los intereses privados. Después de levantar su nueva empresa del acero en la década de 1960, el gobierno surcoreano se aseguró de que cumpliera los criterios de eficiencia. De haber surgido intereses políticos que impidieran al Estado imponerse a la empresa, el Estado se habría visto sometido a tales intereses, desatendiendo la eficiencia económica general. El Estado debía conservar su autonomía y ser capaz de resistir a las presiones de grupos particulares. A la vez, debía aportar a las empresas crédito y ayuda técnica; para hacer esto y supervisar el rendimiento de las empresas, era necesario controlar cada uno de los mecanismos de la economía: se requería una burocracia económica suficiente para tener una información detallada de todas las inversiones potenciales y mantener relaciones eficaces con los gerentes industriales.

A propósito del Estado desarrollista, el economista estadounidense Peter Evans habló de «autonomía incrustada», y argumentó que sola- mente cuando esta se da existe la posibilidad de que el Estado «se equivoque» con los precios sin verse desviado por intereses creados. Dicha autonomía no es fácil de lograr, y su ausencia podría ser una de las causas de los pobres resultados de la intervención estatal en otras regiones en desarrollo.

El auge de China

La crisis financiera de Asia oriental en la década de 1990 provocó que el modelo del Estado desarrollista fuese cuestionado de nuevo. Al parecer, las instituciones que habían alimentado el rápido crecimiento industrial tras la Segunda Guerra Mundial habían perdido fuerza a finales de siglo. Posteriormente, el espectacular ascenso de China ha resucitado la idea del Estado desarrollista, o al menos de políticas e instituciones que producen una transformación económica rápida al margen de los esquemas de la economía clásica.

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Como la mayoría de las ciudades chinas, Hangzhou ha experimentado un rápido crecimiento al ritmo de la industrialización del país.

A finales de la década de 1970, China puso en marcha una serie de reformas de su sistema comunista y creó una variante propia del Estado desarrollista, muy semejante a la de los tigres asiáticos, con un gobierno autoritario que se hizo responsable de promover tanto el sector privado como las exportaciones. Se descolectivizó la agricultura y la industria de propiedad estatal obtuvo una mayor autonomía y se sometió a mayor competencia. Todas estas reformas desencadenaron una expansión sin precentes de la actividad económica en el sector privado, y ello sin introducir los derechos de propiedad propios del mundo occidental.

Las singulares instituciones chinas han dado lugar a incentivos alternativos; sirva de ejemplo el «sistema de responsabilidad por contrata», en virtud del cual los gerentes locales son los responsables tanto de los beneficios de la empresa como de sus pérdidas, sin necesidad de propiedad privada. Los resultados han sido extraordinarios: China continúa siendo pobre comparada con Europa occidental, pero su imparable crecimiento sacó de la pobreza a 170 millones de personas en la década de 1990, lo cual representa tres cuartas partes de la reducción de la pobreza en el conjunto de los países en desarrollo.

Los casos de China y de los tigres asiáticos demuestran que no existe un único camino hacia el desarrollo: la manera en que sus estados intervinieron en la economía fue muy diferente a la de cualquier región de Europa cuando esta se desarrolló. Sin embargo, todos los sistemas, sea cual sea su éxito, encuentran finalmente unas limitaciones. Los beneficios del Estado desarrollista decayeron entre los tigres asiáticos durante la década de 1990, y el Estado chino puede asimismo perder su ímpetu y tener que reinventarse para continuar en su espectacular auge.

El texto y las imágenes de esta entrada son un fragmento de: “El libro de la economía»

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