Vampiros

Vampiros: Una antología de relatos escalofriantes

Vampiros. Edición anotada contiene una recopilación de los mejores relatos de vampiros dentro del ámbito anglófono desde la Edad Media hasta la década de los años cincuenta del siglo XX, si bien todos los incluidos en la primera parte fueron escritos en latín, y han sido traducidos y editados por primera vez en lengua española. Nuestra antología, a diferencia de otras publicadas con anterioridad, se adentra en las sombras procelosas de los tiempos medievales, sondeando orígenes que apenas han sido estudiados y a los que no se les ha prestado demasiada atención previamente.

Precedidas de una introducción de índole general, las narraciones, cuidadosamente anotadas e ilustradas, van acompañadas por introducciones específicas relativas a sus autores y a los relatos en sí, respectivamente. En este sentido, nuestra antología proporciona una completa información biográfica y crítica con respecto a los textos seleccionados.

En definitiva, apreciado lector, apreciada lectora, parafraseando las irónicas palabras de bienvenida a su lúgubre morada por parte del conde Drácula en la inmortal novela de Stoker, «Entre libremente, salga sin peligro, y deje parte de la felicidad que trae consigo»


GEOFFREY OF BURTON «EL DIABLO DE DRAKELOW» (SIGLO XI)

La Inglaterra de los siglos XI y XII debe ser tenida en cuenta a la hora de trazar el desarrollo del mito vampírico en la Europa occidental. Geoffrey of Burton (1107-1150), abad del monasterio benedictino situado en Burton upon Trent (Staffordshire), desde 1114 hasta 1150es autor de la obra hagiográfica Sanctae Modwennae Vita et Tractatus de Miraculis eius, que tenía como objetivo promover el culto y la devoción por esta santa, cuyos restos eran custodiados en el citado monasterio.

«El Diablo de Drakelow» es un relato contenido en la segunda (y más breve) parte de la citada Sanctae Modwennae, que recoge hechos milagrosos atribuidos a esta santa y acontecidos en las inmediaciones del monasterio. Como algunos expertos han señalado, «en verdad, estas historias funerarias, como otras en las que se cree que el cadáver del hombre malvado por obra del demonio merodea tras su muerte, los ingleses las creen casi con credulidad innata, habiéndolas tomado evidentemente de los paganos, como dijo Virgilio: “Como esos espectros que, así se dice, revolotean tras la muerte”»

En definitiva, los motivos y elementos de las posteriores narraciones vampíricas están ya presentes en estos relatos del siglo XII, quizás no tanto en su vertiente de bebedores de sangre, pero sí en su faceta de revenants; seres condenados a una existencia en la que ni han abandonado el mundo de los vivos ni tienen acceso al reino de los muertos.

BRAM STOKER «EL HUÉSPED DE DRÁCULA» (1897-1914)

Pese a que Drácula ha hecho palidecer al resto de la prolífica producción de Bram Stoker (1847-1912), esta merece ser leída y reconocida, sobre todo en lo que respecta a sus relatos góticos y fantásticos, que el dublinés se vio obligado a escribir principalmente en los últimos años de su vida, cuando en 1899, tras un pavoroso incendio, se quema el «Lyceum» y en 1905 muere Henry Irving, al que Stoker, su adorador hasta el final, dedicaría una voluminosa biografía al año siguiente. Aquejado de diversas afecciones, el autor escribiría copiosamente para ganarse el sustento. Después de varios derrames cerebrales menores, moriría de una apoplejía el 20 de abril de 1920.

En 1914, Florence, su viuda, publicaría un volumen póstumo de relatos del gran escritor  irlandés bajo el título Dracula’s Guest and Other Weird Stories. El más destacable de ellos es precisamente el que da título a la colección, uno de los principales exponentes narrativos del magno configurador del género vampírico que, en consecuencia, recogemos en nuestra antología

«El huésped de Drácula» ha sido objeto de especulaciones en lo que respecta a su origen. En general, se ha postulado que se trata de un capítulo primigenio de Drácula que,  posteriormente, Stoker decidió eliminar de su obra maestra. Otra opción –más plausible a nuestro entender– es que el autor lo redactara previo a la composición de la novela como tal. Más tarde, pensando en su publicación, el autor reformaría y adaptaría parte del cuento.

La narración se asemeja en algunos aspectos temáticos y estructurales al «Diario de Jonathan Harker», con el que comienza la novela stokeriana, presentando un viaje que culmina en un encuentro con lo extraño y lo numinoso, y siguiendo un patrón común en la literatura gótica y fantástica, así como en el folclore universal. El narrador, sin ser consciente de ello, se adentra en el espacio sobrenatural en una de las fechas mágicas del calendario: la noche de Walpurgis, del 30 de abril al 1 de mayo, en la que, de acuerdo con la tradición de muchos pueblos del centro y norte de Europa, las brujas celebran sus aquelarres. Así, el narrador, sin saberlo, abandona un ámbito que considera pintoresco para conectar con un mundo ancestral e inexplorado para él que le conducirá a una experiencia terrorífica. Se ve en la encrucijada –lugares en los que se enterraba a los suicidas– que marca un umbral entre la aparente certeza que proporciona lo que llamamos «normalidad» y el peligro que implica un entorno adverso e ignoto. Tras dejar marchar a Johann, el aterrorizado cochero, que desea regresar a la «civilización» antes de que caiga la noche, y llevado por la curiosidad y la despreocupación inherentes a los protagonistas de los relatos –y películas– de terror, el narrador se verá inmerso en una inquietante atmósfera onírica.

EDWARD FREDERIC BENSON «LA HABITACIÓN DE LA TORRE» (1912)

Edward Frederic Benson (1867-1940) fue un creador nato, una pluma consagrada abnegadamente al oficio literario. ambientó sus relatos de terror en entornos familiares y cotidianos, alejados de los espacios ya manidos del género gótico –ruinas, mazmorras, corredores subterráneos, criptas…–, si bien exhumó trazas del horror y lo desconocido en tales perímetros de lo ordinario. Así, en «La habitación de la torre» (1912), explora los intersticios y ángulos más primitivos y ominosos –plasmación alegórica de las zonas oscuras de la psique– de una mansión singular. Provocan escalofríos sus coreografías de lo silente, la fuerza expresiva de esa congregación en torno a la mesa de te en el jardín, símbolos varios de lo funesto y el ritual recurrente de subida al espacio tematizado de la habitación en la torre. Es este un relato en el que se diluyen por completo las fronteras entre la realidad y el sueño –mundos paralelos, retroalimentados, generadores de dobles–, siendo este último una dimensión y un modo de existencia escalofriantemente tangible y orgánico, habitable y proteico, si bien difícil de interpretar, en el que también rige el paso del tiempo.

«La habitación de la torre» plantea una invitación al placer hórrido a la vez que un reto al lector activo, con la incursión en el mundo de los sueños –la narración en primera persona por parte de una voz sin nombre multiplica la identificación vivencial del lector con la experiencia– y el funambulismo efectivo entre parámetros temporales, basculando entre las teorías de la  anticipación y la persistencia del ayer, a modo de eco espectral invasivo. Independientemente de su consabida asociación a lo fálico, la torre –espacio fundamental en «El extraño», de H. P. Lovecraft, incluido también en la presente antología– está relacionada con lo pinacular, con lo que tiende al infinito y escapa al entendimiento, es decir, lo no alcanzable –se llega a ella ascendiendo por una larga escalera de caracol–, lo recóndito, lo apartado, y más precisamente, el ayer residual y ominoso.

El de Benson es terror psicológico y agónica sugestión en estado puro, con una atmósfera suspendida, malsana y vívida, siendo esta un personaje más. Exhibe el autor un dominio admirable de la secuencia episódica –la repetición, el eco y el presagio tienen peso seminal– como generadora de una tensión lenta, creciente, sin artificios, que se fundamenta en un estilo depurado y preciso, giros de guion sorpresivos, la revelación de detalles inquietantes y, por encima de todo, la postergación de la entrada en la habitación de la torre, que llevan al lector al paroxismo límite del terror.

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