¿Y si no existiese la crisis?

LEVERKÜHN

El ambiente empieza a resultar opresivo en exceso. Basta despertarse, salir a la calle, leer cualquier periódico, hablar con el primer conocido con el que te cruces, para ser consciente de la ominosa amenaza que se cierne sobre nuestro futuro; y cada vez hay menos resquicio para la esperanza. Bueno, tal vez el que auténticos profesionales en sus campos asuman la gestión que los políticos han demostrado ser incapaces de realizar; ahí están los casos de De Guindos y Monti.

De ocurrir un intento de dicha sustitución de las democracias por tecnocracias (al principio seguramente encubiertas por las votocracias), se producirá un aumento constante, sin solución, de las contradicciones paradigmáticas. Cualquier praxis y práctica democráticas saldrá enrarecida si se decide dar el paso al abismo de los tecnócratas en el poder. De las democracias a las tecnocracias sólo hay un camino seguro, la implantación invariable del «discurso único» como obligado camino recorrible para resucitar la conjugación convulsiva entre sistema y modelo del capitalismo. Concretamente, la implantación del totalismo como sistema de gobierno.

En los sistemas totalistas, esos totalitarismos simpáticos y seductores, tan llenos de oportunidades como de imaginario saturado, cualquier movimiento que desafíe al total es abatido: «o estás con nosotros o contra nosotros», es la eliminación lógica y de retórica irreductible, encubridora.

Primas de riesgo, Ibex, agencias de calificación, rescates…, todo es demasiado complejo para mí. Ellos al menos entienden y saben interpretar correctamente lo que está pasando, y, por tanto, están en condiciones de encontrar soluciones adecuadas.

La jerga económica no llega siquiera a convertirse en una lengua muerta porque, en realidad, funciona como la negación de la dinámica del habla. De esa jerga los economistas del sistema extraen un producto total que no está sostenido en ninguna actividad real sino en la justificación de volver necesario aquello que sostiene la madeja de esa jerga como dispositivo de actividades imaginarias.

Lo único que debemos hacer es esperar a que el mercado se regule. Es duro lo que exige, cierto, pero es el peaje a pagar para salvar los muebles. Son sacrificios necesarios, por extremos que resulten; sin duda merecerá la pena, porque nos beneficia a todos.

Es cierto y verificable: el mercado se regula solo. El mercado es total o, su nombre eufemístico y cariñoso, global. Por más que en los primeros meses del colapso algunos economistas hayan dicho que fracasaron «los controles», «la supervisión», que «el mercado no se regula solo», es falso. Ellos saben que la única forma que tienen de detener este oprobio para los pueblos es, o bien desarticular el total, o bien, lo que es más probable y visible, darle todo al total e imponer el totalismo como régimen cooligan, simpático, lleno de felicidad en el horror.

Es lo que tienen las crisis, cualquier tipo de crisis; los ejemplos a lo largo de la Historia son múltiples. Es lógico que nos sintamos amedrentados, huérfanos, desorientados, pues son momentos de incertidumbre, de cuestionamiento de modelos, pero de ellos siempre sale algo nuevo que mejora lo anterior (eso sí, dejando la sustancia bien a salvo).

La crisis sostiene la creencia en la eternidad del modelo económico y sus efectos en los modos de vida publicitados, como producto de consumo, como sistema político o como modo reproductivo de la cohabitación urbana. Ese reino ilusorio fue sostenido como imaginario de eternidad del modelo imantándole lexicografía unidireccional, en este caso la dirección obligatoria de aceptar este momento de callejón sin salida de los humanos como una crisis.

¡Cuidado! Esto no estaba en el guion. ¿La crisis una invención? No es posible. ¿Quién habla con tan desasosegadora clarividencia? Se llama Oscar Scopa. Te recomiendo que le escuches. En ocasiones, sus palabras te llegarán como puñetazos en la boca del estómago, pero si lo lees con atención te darás cuenta de que todo cuadra.

Casi 2000 años preparándonos para el apocalipsis y resulta que ya ha pasado; ni valle de Josafat, ni sellos abiertos, ni grandes cataclismos. Y lo mejor es que tal vez no sea tan malo. Puede que no les interese que lo sepamos, pues entonces tendríamos la oportunidad de empezar a trabajar en serio por un cielo nuevo y una tierra nueva.

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