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El rey Alfonso XIII de España pasando revista a las tropas destinadas en África (1920)

Gerardo Pisarello | Un Borbón con veleidades neocoloniales y fascistas | Dejar de ser súbditos

Al igual que otros borbones, Alfonso XIII no se caracterizó por la autocontención. Creció aislado en la Corte de Madrid, con preceptores muy conservadores, no fue a la escuela y menos a la universidad. Ya desde muy joven desarrolló una personalidad autoritaria y frívola. Se aficionó al deporte, a los automóviles de lujo, a las aventuras extramatrimoniales y se entusiasmó con la producción de películas pornográficas. Siempre se sintió más cómodo entre militares que entre intelectuales.

Nadie se sorprendió que durante la Semana Trágica apoyara la represión de los obreros o que, interpelado por la suerte de Ferrer i Guàrdia por el rotativo francés Le Journal, respondiera con indisimulado cinismo:

«Yo soy un monarca constitucional, tan constitucional que ni siquiera tengo iniciativa de indulto [..] ¿No habéis tenido en vuestra casa un caso Dreyfus? ¿Nos hemos mezclado nosotros con él?»

Tuvo más suerte, eso sí, que Carlos I de Portugal (1863-1908), que acosado por la corrupción de la Corona y por el desprestigio del turnismo entre progresistas y regeneradores, fue asesinado el 1 de febrero de 1908 por un grupo de republicanos y carbonarios. Así, la crisis de la monarquía dio paso en Portugal a la proclamación de la República en 1910, un hecho que intelectuales como Fernando Pessoa (1888-1935) vieron como un posible paso hacia una Confederación federal ibérica. Alfonso XIII, en cambio, intentaría sobrevivir dando apoyo a la dictadura militar de Primo de Rivera, y cuando se vio forzado a dejar el trono, poniéndose al servicio de Francisco Franco.

En el camino, el nuevo rey se dedicó desde muy temprano a engrosar su fortuna personal, que en pocos años pasó de 9 a 30 millones de pesetas. Viendo la disminución de la rentabilidad de fondos que tenía en bancos franceses e ingleses, invirtió en el Metro de Madrid, la Hispano-Suiza y la Compañía Transmediterránea. Para no ser descubierto, llevó a cabo muchas de sus inversiones con el seudónimo «Duque de Toledo».

Lo más oscuro de sus negocios provino de las inversiones que tenía en Marruecos. Concretamente, con la Compañía Española de Minas del Rif S.A., que explotaba unas minas de hierro en Nador siguiendo el modelo colonial. Un monopolio que, con mano de obra prácticamente esclava, pretendía rivalizar con la industria siderúrgica vasca y convertir Melilla en la Bilbao del norte de África. Alfonso XIII tenía acciones de la empresa y cuando los caudillos rifeños pusieron el negocio en peligro con sus acciones bélicas, no dudó en enviar tropas.

Lo hizo en 1909, impulsando un reclutamiento que indignaría a las clases populares, desencadenado huelgas y protestas –«¡Abajo la guerra! ¡Que vayan los ricos! ¡Todos o ninguno!»– que desembocarían en la Semana Trágica. Y volvió a hacerlo en 1921, encomendando al general Manuel Fernández Silvestre (1871-1921) que desembarcara en Marruecos e invadiera los territorios del caudillo rifeño Abd el-Krim (1882-1963). Esta última operación condujo al Desastre de Annual –nombre de la localidad marroquí situada entre Melilla y Alhucemas–, una derrota sin paliativos del Ejército español en la que murieron 8.000 hombres.

El Desastre de Annual y el Expediente Picasso

El Desastre de Annual fue uno de los capítulos más oscuros del reinado de Alfonso XIII. El general de división Juan Picasso González (1857-1935), tío del gran pintor malagueño, fue el encargado de realizar una investigación para depurar responsabilidades, pero el monarca decidió limitar su alcance desde el inicio.

El PSOE, que había sido fundado en Madrid en mayo de 1879 por Pablo Iglesias Posse (1850-1925), fue quien lideró las críticas más demoledoras contra el monarca, exigiendo que la investigación llegara hasta las últimas consecuencias. Julián Besteiro (1870-1940), Indalecio Prieto (1883-1962) y el socialista gallego Manuel Cordero Pérez (1885-1941) emprendieron una ofensiva implacable contra el «ejército inepto y corrupto» y contra el rey, «su gran valedor».

«La monarquía –escribió Cordero siendo diputado– inició esta guerra para entretener y sostener a un ejército superior a nuestras posibilidades económicas, por si llegaban momentos difíciles para ella [la monarquía] poder utilizarlo contra el pueblo. Y la guerra de África, que es la ruina material de España, se sostiene únicamente para no declarar a la monarquía fracasada y por no saber dónde colocar a los militares que sobran.»

Indalecio Prieto, por su parte, llegó a trasladarse a Melilla, al lugar de los hechos, y desde allí escribió una serie de «Crónicas de la Guerra». Estas crónicas se publicaron en el periódico El Liberal, de Bilbao, y luego fueron reproducidas asiduamente por El Socialista, un boletín del partido, entre agosto y octubre de aquel año. Más tarde, como diputado, Prieto intervino como miembro de la Comisión Parlamentaria constituida para estudiar el informe elaborado por Juan Picasso. En el debate sobre el «Expediente Picasso», Prieto apuntó directamente a la responsabilidad del rey, que comenzó a acusar las críticas vertidas en el Parlamento.

Para el PSOE, la actuación española en Marruecos venía determinada por los intereses económicos de la Corona y por la necesidad de apuntarse un éxito en el terreno internacional después de la pérdida de Cuba y Filipinas. Al igual que Prieto, el propio Besteiro señalaría al rey como responsable último de lo ocurrido:

«Por el camino que vamos –sostuvo en un célebre discurso en las Cortes– se va a la ruina y la deshonra ante el mundo entero; yo creo que si se ama a España ha llegado el momento de establecer una línea divisoria y decir lo que es verdad: que España no ha ido a Marruecos; a Marruecos ha ido la monarquía española, ha ido el rey; nosotros no».

La investigación del desastre de Annual hizo evidente que el oligárquico edificio canovista amenazaba ruina. Por ese entonces, todo el mundo comenzó a hablar sobre la reforma constitucional. El Partido Liberal del gaditano Segismundo Moret (1833-1913) y algunos otros partidos llegaron a preconizar la necesidad de modificar aspectos concretos, como el artículo 11, para introducir la libertad de cultos. Las resistencias a que las reformas específicas pudieran ser planteadas seriamente condujeron a un inmovilismo suicida que, a la larga, sería el que precipitaría el final del régimen.

(…) Asediado por una impopularidad creciente, Alfonso de Borbón decidió seguir el ejemplo de Victorio Emanuel III (1869-1947) con Benito Mussolini (1883-1945) en Italia. Así, haciendo oídos sordos a las fuerzas más dinámicas de la economía, incluidas las burguesías vasca y catalana, apoyó la salida golpista perpetrada por Primo de Rivera en 1923.

Una vez más, el socialista Indalecio Prieto fue de los primeros en denunciar los motivos profundos del rey para avalar el nuevo gobierno dictatorial. En su opinión, una de las razones principales que había llevado a Alfonso XIII a sumarse al golpe de Primo de Rivera había sido sortear las responsabilidades por la hecatombe de Melilla y evitar sentarse ante una Comisión de investigación parlamentaria.

El texto de esta entrada es un fragmento de Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica

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