Friedrich Engels, biografía según Karl Kautsky (7 de 7)

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[El texto comienza en Friedrich Engels. Karl Kautsky (1 de 7)]
EL SOCIALISTA | 29 de septiembre de 1895, n.º 499 | Karl Kautsky
El trabajo que terminó en el anterior número, hecho por Karl Kautsky, discípulo predilecto de Engels, al cumplir este 70 años, ha sido completado por el mismo correligionario con el siguiente interesante escrito dado a luz en la importante revista Neue Zeit bajo el título «Las últimas cartas de Engels»:

«… Para completar el retrato que hicimos hace cinco años, solo quisiéramos hacer referencia a la juventud intelectual y al gusto por el trabajo que Engels conservó hasta su muerte. En sus escritos, en sus cartas, en su actividad intelectual toda, no se ha podido notar ni inmediatamente antes de su muerte, el más ligero vestigio de vejez o debilidad. Como contó Babel en el Congreso de Erfurt, poco antes había el escrito a Engels “Viejo, tú y yo somos los únicos jóvenes de nuestro Partido”. Y en verdad, por la frescura y la viveza de la sensibilidad y de la inteligencia, Engels ha sido siempre joven, uno de los más jóvenes de nosotros. Su actividad intelectual adquirió solamente las ventajas de la edad, sin una sola de sus debilidades.

Bástanos referirnos al último trabajo que publicó, el prólogo al escrito de Marx sobre las Luchas de clase en Francia de 1848 a 1850 [obras escogidas], ese clásico testamento publicado también en la Neue Zeit. En la profundidad y claridad del pensamiento, en la fuerza y precisión de la expresión, en la alegre seguridad del triunfo que brillan en todo él, ¿quién podía sospechar la obra de un anciano que ya luchaba con el mal que lo había de llevar a la tumba?

No cometemos indiscreción alguna si, para atestiguar más la fuerza creadora y el vigor intelectual que demostró Engels basta en los últimos meses de su vida, publicamos algunos trozos de las últimas cartas que nos dirigió, y que son de interés general.

Ocupémonos, en primer lugar, de una carta del 22 de noviembre de 1894. Al publicarse el tercer tomo de El capital, una parte de la prensa del Partido dio la noticia de que era necesario renunciar a la aparición del cuarto libro. Esto desagradó mucho a Engels, cuya intención era la de ponerse a redactar ese tomo tan pronto como le fuera posible. No le gustaba, por otra parte, aparecer personalmente por un motivo tan insignificante, y nos pedía por eso en la referida carta que rectificáramos la noticia en una nota de la Redacción. Así se hizo.

Además de la publicación del cuarto libro, Engels se proponía efectuar la de las cartas de Lassalle a Marx, y de los diferentes artículos de este. Pero estas tareas, que hubieran ocupado por años aún las fuerzas de un hombre más joven, no bastaban para su incansable espíritu. Él quería también crear por sí mismo, y no poco.

“Sobre Milicia y Ejército permanente se puede escribir mucho. La cosa estaría resuelta si Francia y Alemania se pusieran de acuerdo para transformar poco a poco sus Ejércitos en Milicias con ejercicios de igual duración. A Rusia se la puede dejar hacer lo que quiera, y Austria e Italia con mil amores harían lo mismo. Pero a causa de su situación anterior, ni Alemania ni Francia pueden hacer esto, y si pudieran hacerlo, no lo harían a causa de Alsacia-Lorena. Y ahí fracasa toda esa historia de milicias…

Para vosotros la historia de la Internacional tendrá grandes dificultades. Ante todo, habría que reunir el material de los diferentes países… El material que yo poseo me propongo hace años emplearlo en la biografía de Marx, y diversas circunstancias me obligan a ocuparme precisamente de esa parte. En primer lugar, he actuado personalmente en la época decisiva de 1870 a 1872, y puedo completar el material con mi propia experiencia. En segundo lugar, ese es el episodio más importante de la vida pública de Marx, y al mismo tiempo el que menos ha sido bien expuesto por escrito.

En tercero, es aquí, sobre todo, donde hay más calumnias que destruir. En cuarto, tengo 74 años de edad, y debo apurarme. Y en quinto, el otro periodo de la vida pública de Marx (1842-1852) puede muy bien ser relatado más tarde, y en caso de necesidad, si no por mí, por cualquier otro, puesto que la polémica pública ha puesto en claro la mayor parte de él, y Marx ha desbaratado de tal modo las calumnias de los demócratas vulgares de aquel tiempo, que no necesitan ser nuevamente contradichas.

Empezaré esa labor, en que pienso con gusto hace tiempo, tan pronto como pueda, para lo cual solo me faltan algunos pequeños trabajos, o más bien uno solo: revisar la introducción a la nueva edición de la Guerra de los campesinos –para lo cual también hago uso de tu libro–. Después me desentenderé de toda correspondencia –que me roba un tiempo enorme– y de todo asunto del momento –quizá con la ayuda del proyecto de ley de excepción (!)–, y entonces todo andará…

En Austria me parece completamente segura una reforma electoral que nos lleve al Parlamento, a menos que se produzca repentinamente un periodo de reacción general. Parece que en Berlín se trabaja con empeño por algo de esto, pero, desgraciadamente, allí de un día a otro no se sabe lo que quieren. Puede ser que suceda como con el recluta de Lancashire, a quien, en el ejercicio, el sargento ordenaba:

—Armas al hombro. Descansen. Armas al hombro. Descansen. Armas al hombro. Descansen.

—No quiero –grita el recluta.

—¿Que no quieres?

—¡No, no quiero!

—Niegas obediencia a tu superior?

—¡No quiero!

—¿Y por qué?

—¡Porque tú mismo no sabes un solo instante lo que quieres!

No se puede pintar la situación actual de Alemania con más energía ni con más gracia.”

La última carta que nos dirigió Engels es de 21 de mayo. La parte esencial es una crítica del primer medio tomo de la Historia del socialismo, pero también habla en ella de trabajos que teníamos en preparación:

“De tu libro puedo decirte que mejora a medida que se avanza en su lectura. Platón y el Cristianismo primitivo están tratados de manera muy incompleta. Las sectas de la Edad Media están mucho mejor e in crescendo. Lo mejor hecho son los Taboritas, Münzer y los anabaptistas. Nótense muchas exactas interpretaciones económicas de los acontecimientos políticos al lao de lugares comunes, donde ha habido falta de estudio. He aprendido mucho del libro, que es un trabajo previo inapreciable para mi revisión de la Guerra de los campesinos. Los defectos principales me parecen ser dos:

1. Muy incompleta la investigación del desarrollo y el papel de los elementos sin clase, casi parias, situados completamente fuera de la organización feudal, que inevitablemente se produjeron con la aglomeración urbana, y formaron en la Edad Media la capa más baja de la población de las ciudades, sin derechos y libres de todo lazo corporativo o de dependencia feudal. Eso es difícil, pero es la base principal, pues gradualmente, con la disolución de los lazos feudales, esa capa pasa a ser el proletariado primitivo que en 1789 hizo la revolución en los suburbios de París. Ella absorbió todos los derechos de la sociedad feudal y corporativa. Hablas de proletarios, no cuadrando esa expresión, y colocas entre ellos a los tejedores, cuya importancia aprecias muy bien, pero solo desde que hubo tejedores descalificados, no incorporados, y en la medida en que los hubo puedes contarlos dentro de tu “proletariado”. Sobre esto hay todavía mucho que investigar.

2. No has comprendido por completo la situación del mercado universal hasta donde se puede considerar como tal, la situación económica internacional de Alemania a finales del siglo xv. Solo esa situación explica por qué el movimiento plebeyo-burgués de forma religiosa, que fracasó en Inglaterra, Holanda y Bohemia, pudo tener cierto éxito en Alemania en el siglo xvi: el éxito de su vestimenta religiosa; porque el éxito de su contenido burgués quedó reservado para el siglo siguiente y para los países que entraron en la nueva dirección del mercado universal, establecido en aquel intervalo: Holanda e Inglaterra. Este es un largo tema que espero tratar in extenso en la Guerra de los campesinos. ¡Cuánto me gustaría estar en ello!

Por ser popular en tu estilo, caes unas veces en el que se emplea para artículos de fondo, y otras en el que usan los maestros de escuela. Eso se ha podido evitar…

Pero todo eso es pasadero. Tú y Ede [Bernstein] habéis tratado un tema completamente nuevo, y esto jamás se hace la primera vez a la perfección. Podéis alegraros de haber escrito un libro que, por lo menos, constituye un primer bosquejo. Pero ahora estáis ambos obligados a no abandonar el campo que habéis empezado a cultivar. Y a investigar todavía más, para que dentro de dos años hagáis una nueva edición revisada que responda a todas las exigencias…

Entretanto, me ocupo de proporcionarte para la Neue Zeit un trabajo que te ha de gustar: un complemento y apéndice a El capital, libro III, n.º 1: Ley del valor y cuota de la ganancia; contestación a las reflexiones de Sombar y Schmidt. Después viene el n.º 2: El papel de las Bolsas, Que ha cambiado mucho desde que Marx escribió sobre él en 1865. Dependerá de la necesidad y del tiempo disponible el que tengan continuación. El primer artículo ya estaría listo si no tuviera que prestar atención a otros asuntos.”

Engels se decidía a empezar este segundo artículo cuando le sorprendió la muerte. Pero el manuscrito del primero, la ley del valor y cuotas de ganancia, ha sido encontrado, y esperamos poder arreglarle para que llene pronto el fin a que estaba destinado ese pequeño fragmento de los ricos dones que Engels tenía aún in petto.

Sus últimas cartas, en las que todavía se nota un interés muy vivo, mucha juventud, muy buen humor y, sobre todo, un gran impulso creador, no pueden menos de leerse con pena.

Nuestro viejo maestro no ha muerto cual un inválido en reposo, cual espectador tranquilo de las grandes luchas del presente, como el que, habiendo terminado su trabajo, toma su descanso. No. Apenas terminaba una obra de aliento, pasaba incansable a nuevas creaciones. Este trabajo sin tregua al servicio de la causa a que dedicó su vida, trabajo que solo término con esta, ha sido uno de los más salientes rasgos de nuestro Friedrich Engels. Él no dejó caer la pluma, tuvo que arrebatársela la muerte

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