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[El texto comienza en Friedrich Engels. Karl Kautsky (1 de 7)]

EL SOCIALISTA | 30 de agosto de 1895, n.º 495 | Karl Kautsky

La suerte de la Nueva Gaceta Renana estaba jugada. El 19 de mayo fue prohibida, y Marx, expulsado. Engels, que era perseguido por su participación en la revolución del Rin, también tuvo que salir de Colonia, adonde había vuelto de Elberfeld, viviendo ocultamente. Marx, comisionado por el Comité Central democrático, fue a París, donde se preparaban acontecimientos, que también fueron de importancia para la revolución alemana.

La revolución alemana

Engels pasó a Pfalz, que, con Baden, se había levantado en defensa de la Constitución, y allí se incorporó a un cuerpo revolucionario en calidad de ayudante del comandante Willich. Tomó parte en tres combates, así como en el encuentro decisivo sobre el Murg. Unos 13.000 soldados revolucionarios, en su mayor parte mal dirigidos y mal disciplinados, hicieron frente allí a un ejército prusiano de 60.000 hombres; a pesar de tan crecido número, dicho ejército no triunfó sino violando la neutralidad de Wurtenberg para flanquear al enemigo. Así terminó esa revolución, cuyo fin nunca pareció muy dudoso. El alma de ella había sido la Democracia alemana del Sur, partido compuesto casi exclusivamente de pequeños burgueses. La mezquindad y ridiculez de la pequeña burguesía se patentizaron en esa revolución, la cual, a no ser por algunos elementos proletarios y la desacertada táctica del enemigo, hubiera sido aplastada más pronto todavía.

Dice Engels respecto de la revolución de Baden y Pfalz:

«Políticamente considerada la campaña a favor de la Constitución estaba perdida de antemano. Militarmente considerada, también lo estaba. La única probabilidad de su éxito estaba fuera de Alemania, en el triunfo de los republicanos en París el 13 de junio, y el 13 de junio falló. Después de esto, la campaña no pudo ser otra cosa que una ficción más o menos sangrienta. Y no fue nada más. La incapacidad y la traición acabaron con ella. Con pocas excepciones, los jefes militares eran traidores y hombres ineptos, ignorantes y cobardes que iban a caza de empleos; y las pocas excepciones que hubo fueron abandonados a su suerte por los demás y por el gobierno de Brentano… Según eran los jefes eran los soldados. El pueblo de Baden dispone de los mejores elementos para la guerra; pero en la insurrección esos elementos fueron desde un principio tan descuidados y pervertidos, que contribuyeron al fracaso del movimiento. Toda “revolución” no fue más que una verdadera comedia, en la que solo hubo el consuelo de que el enemigo, seis veces más numeroso, tenía seis veces menos valor.

Pero esa comedia tuvo un fin trágico, debido a la sed de sangre de los contrarrevolucionarios. Los mismos combatientes que en marcha o en el campo de batalla sintiéronse más de una vez dominados por el pánico, murieron como héroes en los fosos de Rastatt. Ni uno solo se humilló; ni uno solo tembló. El pueblo alemán no olvidará los fusilamientos de Rasttat; no olvidará a los señores que ordenaron esas infamias, como tampoco a los traidores que las causaron con su cobardía: los Brentano de Carlsruhe y de Fráncfort.»

Engels fue uno de los últimos soldados del ejército vencido, que, una vez perdido todo, pasaron al territorio suizo el 11 de julio de 1849. Allí permaneció durante algunos meses. Entretanto, Marx había pasado a Londres. Ya sabemos que, comisionado por el Comité Central democrático revolucionario, había ido a París, donde los demócratas preparaban un levantamiento, del que dependió, no solo la suerte de la Democracia francesa, sino también la de la alemana. El levantamiento del 13 de junio de 1849, a que se refiere Engels en el fragmento citado, fracasó. La posición de Marx en París se hizo insostenible. Se le puso en el caso de retirarse a Bretaña o salir de Francia. Marx se fue a Londres.

Refugiados en Inglaterra

Como en Suiza no veía buenas perspectivas para su actividad, Engels también se trasladó a Londres. El paso por Francia era peligroso: más de una vez el Gobierno francés prendió a los fugitivos alemanes que iban a Londres, y, sin más trámite, los envió a América por la vía del Havre. Por eso Engels tomó el camino de Génova, y de allí paso a Londres, el estrecho de Gibraltar, en un buque de vela.

En el otoño de dicho año se encontraron reunidos allí la mayoría de los directores de la Liga de los Comunistas y de los «grandes hombres» alemanes de 1848. Se comenzó una nueva organización para emprender otra vez la propaganda. Aún no se había apaciguado la excitación revolucionaria; aún parecía necesario estar preparados para un nuevo levantamiento. ¡Pero de cuán distinto modo que la mayoría de emigrados comprendían Marx y Engels esa preparación! Mientras aquellos creían cada día más fácil la tarea en que acababan de fracasar, y sus ilusiones, a medida que perdían toda idea del verdadero estado de cosas en su país, eran cada vez más quiméricas y sus actos más ensalzados por ellos, Marx y Engels trabajaban tranquilos e infatigables, en robustecer la organización de la Liga de los Comunistas y en dirigir a Alemania su propaganda y su crítica, al mismo tiempo que aumentaban su propia cultura intelectual.

Su obra crítica y científica de aquella época apareció en Hamburgo, en una publicación mensual, que ellos editaron en 1850, a la que dieron el nombre de diario prohibido en Colonia: Nueva Gaceta Renana. Allí publicó Marx una historia crítica de los movimientos franceses de 1848 y 1849, que constituyó la base de su escritura ulterior El 18 de brumario. Engels narró, en una serie de artículos, la campaña alemana a favor de la Constitución. Ya hemos citado un fragmento de ellos. De sus otros escritos es de notar uno sobre la ley inglesa de las diez horas, que hoy, por supuesto, tiene solamente un interés histórico, porque ya no existe la serie de premisas que le sirvieron de punto de partida. Leyendo ese artículo se presenta con claridad al espíritu la revolución industrial por el que hemos pasado desde entonces. Uno de los más importantes trabajos de Engels fue una serie de artículos sobre la guerra de los campesinos alemanes, que 1870, al renacer el movimiento socialista, apareció en forma de folleto. Ese trabajo es la primera exposición histórica de acontecimientos anteriores al capitalismo, basada en la interpretación materialista de la historia.

Entretanto, la marcha de las cosas, que ellos en vez de vivir soñando, observaban atentamente, mostraba que por el momento la revolución no era posible, y que no había que pensar en nuevos levantamientos. Y por desagradable que esto fuera, Marx y Engels, no solo lo reconocieron, sino que tuvieron el valor de manifestarlo, fieles siempre a su misión de destruir, y no de alimentar ilusiones.

En su revista de los acontecimientos de mayo a octubre, escrita el 1 de noviembre de 1850, reconocían que reinaba una prosperidad general en el comercio y en la industria:

«En medio de esta prosperidad general en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desarrollan exuberantes, tanto como es posible en las condiciones de la sociedad actual, no hay que pensar en una verdadera revolución. Una revolución real solo es posible cuando las modernas fuerzas productivas y las formas burguesas de la producción chocan entre sí. Lejos de ser una ocasión para nuevas revoluciones, las querellas en que están empeñados y comprometidos los representantes de las distintas fracciones del partido continental del orden, solo son posibles porque la situación es muy segura, y, lo que no sabe la reacción, muy burguesa. Contra ella se estrellarán, tanto las tentativas reaccionarias que quieran poner impedimentos al desarrollo burgués, como toda la indignación y todas las entusiastas proclamas de los demócratas.»

Hoy vemos que Marx y Engels tenían razón. Pero las verdades amargas no son bien recibidas por todo el mundo.

Todos los que creían que para una revolución se necesita solamente cierta dosis de buena voluntad; todos los que pensaban que una revolución se hace cuando se tiene ganas de hacerla; en una palabra, la gran mayoría de los revolucionarios refugiados en Inglaterra, que representaban la oposición burguesa radical contra la reacción europea, se levantó contra Marx y Engels. La Nueva Gaceta Renana perdió sus lectores y dejó de aparecer; en la Liga Comunista se produjo una división, y en Alemania sus miembros más activos fueron encarcelados por algunos años a causa de las maquinaciones de Stieber. A la vez que la idea de un levantamiento próximo cayó por algún tiempo la propaganda socialista.

Por muchos años fue imposible para Marx toda acción política. A partir de 1850 su actividad literaria fue nula en Alemania, pues sobre ellos pesaba lo mismo la condenación de los demócratas que la de los gobiernos. Ningún editor hubiera impreso sus obras; ningún periódico hubiera aceptado su colaboración. Marx se retiró al Museo Británico, donde volvió a empezar sus estudios históricos-económicos, y echó las bases de su gran obra El capital. Escribía también para La Tribuna, de Nueva York, del cual fue el redactor europeo cerca de veinte años. Engels marchó en 1850; entró de nuevo como dependiente en la fábrica de algodón de que su padre era socio; fue socio de ella a partir de 1864, y se retiró definitivamente del negocio en 1869.

Con muy cortas interrupciones, los dos amigos estuvieron separados durante veinte años; pero sus relaciones intelectuales no se interrumpieron por eso. Se escribían casi diariamente cambiando sus opiniones sobre los sucesos en política, del movimiento económico y de la ciencia. Esas cartas se conservan, y constituirán, cuando se publiquen, una de las fuentes más importantes para conocer bien la época de 1850-1870.
[El texto continúa en Friedrich Engels. Karl Kautsky (4 de 7)]

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