No cierres los ojos Akal
cafe-otomano
Miniatura del siglo XVI de un café otomano

Varios tipos de productos placenteros y adictivos también se generalizaron en nuevos entornos sociales de ocio mercantilizado. Entre estos productos estaban las bebidas con cafeína. Los granos de cacao –que los aztecas creían que procedía del Paraíso– llegaron a Europa desde Mesoamérica, donde primero los españoles y después los franceses e ingleses desarrollaron el hábito de beber tazas de chocolate.

Café

El café, originario de Etiopía y después cultivado comercialmente primero en Yemen en torno al año 1400, se bebía cada vez más en todo el mundo musulmán, principalmente en cafés que funcionaban como lugares de sociabilidad masculina. Aquí los hombres se reunían con sus amigos para conversar, cerrar negocios y a veces tocar música, aunque a los moralistas les preocupaba que se dedicaran al juego y otras actividades dudosas, los líderes religiosos se preguntaban si las propiedades adictivas del café podían violar la ley musulmana y los médicos debatían acerca de si el café era bueno para la salud.

Los europeos conocieron el café en buena medida a través de los otomanos, pero era demasiado caro para la mayoría de la gente hasta que los holandeses empezaron a cultivar café a gran escala en la segunda mitad del siglo XVII en sus colonias de Asia y América del Sur. Obligaron a los campesinos de Java, que cultivaban arroz, a proporcionar una tasa anual de café y, a inicios del siglo XVIII, Java proveía la mayor parte del café mundial, aportando también una palabra coloquial para referirse a la adictiva bebida. Miles de cafés se abrieron en Venecia, Londres, París y otras ciudades europeas, lo que inspiró a los franceses a empezar a cultivar café en sus colonias caribeñas en el siglo XVIII. A partir de ahí, el cultivo del café se extendió a Centroamérica y Brasil, y a finales del siglo XIX a África Oriental, no muy lejos de su lugar de origen.

Como en el mundo musulmán, estos cafés y cafeterías eran lugares en la que los hombres (en su mayoría) se reunían para hablar de negocios, de política o de cualquier otra cosa. Los gobernantes, desde el sultán Murad IV (r. 1623-1640) del Imperio otomano, hasta el rey Carlos II de Gran Bretaña (r. 1660-1685) trataron periódicamente de clausurar estos establecimientos porque les preocupaba el riesgo de sedición, pero dichas medidas nunca funcionaron.

En Europa y en las grandes ciudades coloniales europeas, el café era un tipo nuevo de institución social y cultural donde se producía el intercambio de ideas, pero había otros. Junto a los centros intelectuales tradicionales de las cortes, las universidades y las iglesias, el siglo XVII conoció el desarrollo de las sociedades científicas y literarias, de los periódicos y revistas, de los clubes y las logias como la Sociedad Francmasona, en las que se pagaba una cuota para ingresar. La mayoría eran predominantemente masculinas, pero, primero en París y después en otros lugares, las mujeres de la elite también participaron en reuniones de hombres y mujeres para el debate formal e informal de temas de su elección, celebrando esas reuniones en los salones de sus casas (los salones franceses toman de ahí su nombre). Las sociedades eruditas, las revistas, los clubes, los salones y otras instituciones nuevas crearon lo que el historiador y filósofo alemán Jürgen Habermas llamaba «la esfera pública» y contribuyeron a crear lo que hoy denominamos «opinión pública», una fuerza que se fue haciendo más poderosa a medida que avanzaba el siglo XVIII.

La opinión pública y las modas culturales se conformaban según los gustos de las elites, pero también de los de la gente corriente, que adquiría determinados productos, se suscribía a determinados periódicos y revistas y visitaba determinados cafés y cafeterías. Gradualmente, grupos de gente cada vez más numerosos decidían qué estilos literarios y artísticos se juzgarían aprobados y qué planes e ideas políticas deberían ser aceptadas o rechazadas.

Las ideas científicas se expandieron más allá de los científicos al público general mediante estas nuevas instituciones, como lo hizo el movimiento intelectual del siglo XVIII que subrayaba el poder de la razón y que se llamó a sí mismo Ilustración. En muchas ciudades de toda Europa, incluyendo París, Edimburgo, Londres, Nápoles, Roma y Varsovia, y al otro lado del Atlántico, en las colonias británicas, francesas y españolas se fundaron grupos que debatían y defendían las ideas ilustradas, incluyendo las logias de los francmasones, las sociedades dedicadas al «progreso» o a los «oficios útiles», los clubes de debate que se reunían en las tabernas o en las casas de sus miembros y las sociedades en las que la gente pagaba una pequeña cuota para escuchar conferencias. Las ideas ilustradas fluían no solamente de este a oeste, sino también de oeste a este. Los debates acerca de la esclavitud y de los derechos naturales de las islas del Caribe francés moldearon las discusiones políticas en Europa, a medida que las personas implicadas en esos debates y las reseñas en los periódicos viajaban hasta Europa junto con el café caribeño. Esas nuevas ideas serían unos de los factores contextuales de las revoluciones atlánticas.

La expansión del té siguió un camino y una cronología diferente, tanto de la del café como de la del chocolate. El té se originó en el sudoeste de China, aunque no se sabe exactamente cuándo empezó a beberse. En el siglo VI EC, el té ya se cultivaba en muchas laderas del sur de China. Los nómadas de las estepas de Asia Central se hicieron adictos al té, lo adquirían a cambio de sus caballos de guerra y se lo llevaron en sus conquistas a la India, Rusia y Asia Occidental. Los monjes budistas se lo llevaron a Japón y a Corea junto con los textos y los objetos de devoción, donde se convirtió en parte de ceremonias casi religiosas, con unos métodos altamente ritualizados de preparación y consumo.

Los europeos conocieron por primera vez el té cuando alcanzaron la cuenca del océano Índico, pero les pareció amargo y medicinal, no una bebida placentera. El consumo de té no arrancó en Europa hasta el siglo XVIII, cuando el azúcar producido en las plantaciones atlánticas empezó a ser asequible para las masas. La importación del té a Inglaterra aumentó desde tres gramos por persona hasta 500 gramos –un aumento de un 40.000 por 100– y la combinación de cafeína y azúcar del té azucarado permitía trabajar más horas, así como nuevas formas de sociabilidad femenina en torno a una tetera, un objeto que a menudo era de importación, o en torno a una reproducción local más barata.

El té formaba parte también de ocasiones sociales menos solemnes que las ceremonias budistas del té en Japón. Durante el sogunato Tokugawa, las teterías, junto con los teatros y las tabernas, proliferaron en los distritos de las grandes ciudades que se reservaban para el entretenimiento, denominados los uyiko o Mundo Flotante, donde los samuráis y daimios que se aburrían, así como otros habitantes urbanos, podían encontrar diversión y pasar el tiempo. Entre las posibilidades de diversión estaban las geishas, jóvenes que habían pasado muchos años formándose para cantar, contar cuentos, bailar y tocar instrumentos musicales. Los hombres de la elite socializaban en las teterías con las geishas y les pagaban grandes cantidades por sus servicios, que podían incluir servicios sexuales, pero que a menudo se limitaban a la conversación y el entretenimiento. Si lo preferían, los hombres podían también acordar pasar el rato con los actores varones que interpretaban todos los papeles en las enormemente populares representaciones del teatro kabuki, que también podían encontrarse en el Mundo Flotante.  Los sogunes toleraban todo eso como una manera de mantener la paz y lo financiaban subiendo los impuestos y las rentas a los campesinos que vivían en sus tierras o mediante préstamos. Los sogunes sí intentaron prohibir que los campesinos bebieran té o fumaran tabaco, porque eso «cuesta tiempo y dinero», pero, en cualquier caso, la mayoría de los campesinos no disponían del dinero necesario para hacerlo.

Como ocurría en Japón, en las ciudades de todo el mundo de la primera modernidad también ofrecían una selección cada vez más amplia de lugares de ocio mercantilizado. En las grandes ciudades de China y de Europa Occidental, la gente asistía a obras de teatro, óperas y conciertos en teatros permanentes, y a malabaristas, acróbatas y cuentacuentos en escenarios temporales. A un habitante de Guangzhou o de Yangzhou, Londres o París les resultarían muy familiares, y viceversa. Entre las semejanzas estaban los burdeles –muy a menudo junto al barrio de los teatros– que iban desde los baratos y toscos hasta los suntuosos y muy caros, a veces con licencia del gobierno municipal o regional y pagando sus impuestos.

Bebidas alcohólicas

Tanto el trabajo como el ocio se acompañaban de bebidas alcohólicas, a medida que cada cultivo básico del Intercambio colombino se transformaba en alcohol de una manera o de otra. Los cereales se convertían en diversos tipos de cerveza u otras bebidas fabricadas a partir del arroz fermentado, la cebada y el trigo, mientras que las uvas y otras frutas se convertían en vino y sidras y se bebían en banquetes, tabernas, festivales, representaciones teatrales y muchos otros lugares. La gente bebía también cerveza, sidra y vino barato en su día a día, para aumentar las calorías que no proporcionaba el resto de las comidas, para aliviar el dolor y para disfrutar el resto de los efectos del alcohol.

Los trabajadores de las minas de plata del Potosí bebían cerveza de maíz (chicha) junto con las patatas para su sustento y también compraban y mascaban hojas de coca –que los incas usaban en sus rituales religiosos y con fines medicinales– para matar el hambre y obtener un poco más de energía en su agotador trabajo. Mascar coca no se extendería más allá de los Andes, no obstante; el boom de esta droga vendría más tarde, después de que un científico alemán descubriera cómo extraer su ingrediente activo, al que llamó cocaína.

La gente buscaba obtener formas más potentes de alcohol congelando parte del líquido o mediante fermentaciones múltiples. El alcohol de alta graduación se produce con mayor facilidad mediante la destilación, un proceso que parece haber sido inventado al menos dos veces –en Italia y en China en el siglo XII– y probablemente también en otros lugares. En el siglo XVI, todas las zonas productoras de vino empezaron a destilar brandi y licores dulces, mientras que el ron llegaba desde las Indias Occidentales y el brandi fabricado a partir de frutas como las manzanas, las peras, las ciruelas y las cerezas se producía y vendía de manera local. Las mejoras en la destilación de los cereales ayudaron a destilar licores que podían competir con el brandi en términos de su precio y el whisky, la ginebra y el vodka se hicieron bebidas más corrientes, especialmente para los más pobres.

En Inglaterra, el gobierno decidió que destilar ginebra era una manera de usar el cereal de peor calidad, por lo que permitió que cualquiera lo destilara y lo vendiera; en 1740, la producción de ginebra era seis veces mayor que la de cerveza, con miles de despachos de ginebra únicamente en Londres. Sin embargo, beber ginebra se consideraba la causa de la bancarrota, la prostitución, el abandono infantil y muchos otros problemas sociales y, en 1751, el gobierno limitó la venta a los intermediarios con licencia, aunque la venta y producción ilegal continuaron.

Tabaco

Los cafés, clubes, tabernas y otros centros de ocio mercantilizado eran también lugares en los que se disfrutaba otra nueva sustancia adictiva, el tabaco. Los nativos americanos cultivaban y fumaban tabaco desde mucho antes de la llegada de Colón, que se llevó algunas semillas de tabaco a su vuelta a España, donde los campesinos empezaron a cultivarlo para usarlo como medicina que ayudaba a relajarse.

El embajador francés en Lisboa, Jean Nicot (1530-1600) –cuyo nombre da origen al término nicotina y al nombre botánico del tabaco, Nicotiana– introdujo su uso en Francia, primero esnifándose. En el siglo XVIII, esnifar tabaco se convirtió en un signo de sofisticación y de estatus de clase para los hombres europeos, que llevaban cajitas de plata o marfil llenas de tabaco en polvo que esnifaban, lo que enviaba la nicotina directamente a sus venas, mientras estornudaban sobre pañuelos de encaje. Las personas de condición inferior fumaban tabaco en pipa, que también se iban haciendo cada vez más elaboradas para quien pudiera permitírselo.

Los comerciantes ingleses llevaron el tabaco al Imperio otomano y, en todo el mundo, los cafés empezaron a llenarse con el humo del tabaco en pipa. Como en el caso del café, los funcionarios y clérigos del mundo musulmán debatían si el tabaco debería desaconsejarse o incluso prohibirse por la ley islámica, y si era perjudicial o beneficioso. El sultán Murad IV prohibió fumar cuando cerró los cafés, reforzando la prohibición con graves sanciones, pero, como el funcionario otomano Katib Chelebi comentaba poco después, los soldados «aprovechaban para fumar incluso durante la ejecución» de otros soldados por fumar, así que el sultán siguiente levantó la prohibición y «fumar hoy en día se practica en todos los rincones habitados del globo».

El tabaco se cortaba algunas veces con opio, que se había usado como medicina desde la Antigüedad, y el opio solo también se fumaba o comía. En el siglo XVIII, la Compañía Británica de las Indias Orientales empezó a transportar grandes cantidades de opio cultivado en su colonia india hasta China, para pagar así los productos chinos con destino a Occidente.

La mayor parte del tabaco que se consumía en Europa se cultivaba en las Américas, y durante el siglo XVII la zona de las marismas de Virginia, en torno a la bahía de Chesapeake, era conocida porque producía el tabaco de mejor calidad. Los plantadores de tabaco vendían sus cosechas a los comerciantes del Londres –y más tarde de Glasgow, en Escocia– que les prestaban dinero para expandir sus plantaciones, para comprar nuevas tierras y bienes de consumo y para contratar o adquirir trabajadores. En el siglo XVII, los trabajadores de las plantaciones de tabaco incluían a siervos no abonados procedentes de Europa y personas esclavas procedentes de África, pero en el siglo XVIII la disminución del número de siervos no abonados y la presión por bajar aún más los precios condujo a aumentar el empleo de esclavos, y la población esclava en Chesapeake aumentó muchísimo. La mayoría de las plantaciones de esa zona eran pequeñas si se comparaban con las del Sur Profundo, aunque las de George Washington y Thomas Jefferson eran relativamente grandes. El tabaco se usaba como moneda de cambio en la zona de Chesapeake, y también a lo largo de la costa de África Occidental, donde servía para adquirir esclavos.

El tabaco se introdujo en China a mediados del siglo XVI y se expandió enormemente gracias a los soldados Ming y Qing. La gente adinerada llevaba pipas y bolsas de tabaco, o los llevaban sus criados, las mujeres usaban pipas largas y finas, que se consideraban más femeninas (un juicio estético que se ha prolongado en los cigarrillos diseñados especialmente para las mujeres en los Estados Unidos en el siglo XX). Las reuniones de eruditos y aristócratas eran ocasiones para fumar y aparecieron los poemas elogiando al tabaco, resaltando las virtudes del «vapor de los Sabios» y del «dorado hilo de humo». Debido a su gran demanda, cultivar tabaco era más rentable que cultivar trigo o arroz y los campesinos chinos empezaron a cultivar tabaco de manera extensiva en el siglo XVIII, aunque este cultivo agotaba los nutrientes del suelo y solamente podía plantarse durante un corto periodo.

El texto esta entrada es un fragmento del libro: “Breve historia del mundo”

Breve historia del mundo

breve-historia-mundoLa prestigiosa historiadora social y cultural Merry E. Wiesner-Hanks analiza desde una nueva perspectiva la historia global al examinar los desarrollos sociales y culturales en todo el mundo, incluyendo en su estudio tanto a las familias y los grupos de parentesco como las jerarquías sociales y de género, las sexualidades, las razas y las etnias, el trabajo, la religión, el consumo o la cultura material.

La autora examina cómo estas estructuras y actividades cambiaron a lo largo del tiempo a través de procesos locales y de interacciones con otras culturas, destacando desarrollos clave que definieron épocas particulares, como el crecimiento de las ciudades o la creación de una red comercial de carácter global. Los asuntos sociales y culturales que están en el corazón de las grandes preguntas de la historia mundial actual.

Un libro fascinante y valiente que obliga a repensar la historia de la humanidad en clave global. 

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