No cierres los ojos Akal
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Moloch, Tentative de viol. Thiers agrede sexualmente a la República. Cortesía de la Bibliothèque Nationale.

La cultura y el lenguaje de la Comuna no pueden abstraerse del movimiento obrero y de las formas culturales que la precedieron. (Y tampoco es posible aislarla de su propia interacción con la cultura burguesa con la que está en constante diálogo.) Pero, si bien deberíamos evitar otorgar un privilegio lírico o nostálgico de momento excepcional a la Comuna, es no obstante posible confirmar que ciertos aspectos verbales y visuales de la misma son asombrosos y particulares.

El primero de ellos está relacionado con la cantidad ingente. Los conflictos sociales y políticos se expresan en estos meses mediante una asombrosa abundancia de periódicos, panfletos, tratados, folletos propagandísticos, profesiones de fe, declaraciones de intenciones, manifiestos:

La Comuna, naturalmente, ha hecho eclosionar un número infinito de periódicos. Pruebe a contar, si está usted absolutamente empeñado, las hojas del bosque, los granos de arena en la costa, las estrellas del cielo, pero no intente ni en sueños enumerar las gacetas que han visto la luz desde la bendita jornada del 18 de marzo.

De hecho, en los dos meses de la Comuna surgieron unos setenta periódicos y revistas. Mendès, cuya ironía en la cita anterior es obvia, se ve obligado a admitir que «la reina, en este tiempo, es la prensa; reina despojada, encanallada, pero reina al fin». La prensa liberada adquiere un extraordinario vigor, y el número de lectores es, desde cualquier punto de vista, elevado:

Las voces penetran en el oído, gritando Le Mot d’ordre, Le Vengeur, Le Cri du peuple, Le Père Duchêne y nosotros los compramos los leemos, algunos en voz alta: Le Mot d’ordre por el divertido artículo de Rochefort; Le Vengeur por las diatribas de Félix Pyat; Le Cri du peuple por la palabra «pueblo»; Le Père Duchêne por su «gran ira» que nadie, ni siquiera él, siente, y por esas bougres y foutres, vulgaridades simuladas, que nos hacen reír.

A través de esta bibliografía de persuasión y rapportage se difunde a clases sociales diversas un vocabulario a menudo nuevo y nuevamente afectivo. La política establecida por la Comuna de proporcionar «información instantánea» a una población que incluía muchos analfabetos, y muchos que no podían pagar un periódico, provocó también una inmensa cantidad de murailles: anuncios y denuncias, carteles políticos, proclamas que a menudo se leían en voz alta mientras la gente se reunía en las calles. Affiches de todos los colores y formatos cubrieron por primera vez los muros de París; Edmond de Goncourt, en su entrada de diario del 17 de abril de 1871, se queja: «¡Carteles, más carteles, y más carteles aún!». Una carta escrita por Rimbaud a Demeny, datada el mismo día, es considerablemente más celebratoria al describir la proliferación de material verbal y visual en las calles de París:

Causons Paris […] On s’arrêtait aux gravures de A. Marie, Les Vengeurs, Les Faucheurs de la mort; surtout aux dessins comiques de Draner et de Faustin […]. Les choses du jour étaient le Mot d’ordre et les fantaisies, admirables, de Vallès et de Vermersch au Cri du Peuple. Telle était la littérature – du 25 février au 10 mars.

[Hablemos de París […]. Nos parábamos en los grabados de A. Marie, Les Vengeurs, Les Faucheurs de la mort; sobre todo en los dibujos cómicos de Draner y de Faustin […]. Las cosas del día eran Le Mot d’ordre y las fantasías, admirables, de Vallès y de Vermersch en Le Cri du Peuple.
Esa era la literatura –del 25 de febrero al 10 de marzo.

«Esa era la literatura»: Rimbaud expande los límites de la literatura para incluir la propaganda y las fantasías políticas, los grabados y la caricatura, géneros efímeros y satíricos que afloraban en un complejo conjunto de discursos y representaciones sociales. La función de la literatura no es tanto la de significar como la de señalar una situación completamente revolucionaria; lejos de proporcionar un decorado para el conflicto social «real» que tenía lugar, los pequeños periódicos revolucionarios, las viñetas y el arte mural sirven, de hecho, para articular ese conflicto. La literatura va unida al mot d’ordre, al eslogan, no a la metáfora.

En 1868 se había producido una liberalización parcial de las leyes de prensa del Segundo Imperio, pero el hundimiento progresivo de la censura entre septiembre de 1870 y junio de 1871, como ha mostrado la obra de Adrian Rifkin, marcó este como un periodo de incomparable experimentación en el imaginario político de Francia. Las caricaturas publicadas en periódicos como La Charge, al que Rimbaud envió el poema titulado «Trois baisers», o Le Hanneton, cuyo director, Vermersch, desempeñó una función tan importante en la cultura de la Comuna, se imprimían a menudo en hojas separadas, coloreadas a mano, distribuidas por vendedores callejeros y pegadas en muros y vallas:

En este tiempo los muros estallan de risa. Paris-gavroche, Parisvouyou, Paris-catin se retuercen de júbilo delante de las caricaturas que comerciantes ingeniosos fijan con alfileres en los escaparates de las tiendas o en las puertas de las casas. ¿Quién ha dibujado estas extrañas imágenes, coloreadas de manera endiablada, groseras, rara vez agradables, a menudo obscenas? Están firmadas con nombres desconocidos, seudónimos sin duda; sus probables autores –entre los cuales es triste que debamos obligatoriamente contar con artistas de talento– hacen pensar en libertinas de alto rango que se mezclasen en cualquier orgía, desnudas, pero enmascaradas, o en sátiros que llevasen sólo una hoja de parra sobre el rostro» (Mendès, pp. 159-160).

En la descripción que hace de las caricaturas y sus autores anónimos, Mendès permite que se produzca un deslizamiento de la obra a su compositor: las caricaturas obscenas tienen autores obscenos, mujeres libertinas o sátiros. Al usar estas analogías, denuncia que quienes considera talentosos artistas (de clase media) se «rebajen» en representaciones corrompidas, usando su talento al servicio de la insurrección, volviéndose, como su bête noire, Courbet, encanaillé. Y, de ese modo, podemos ver al propio Mendès manipulando los que quizá sean los dos aspectos más distintivos de las formas culturales de la Comuna, a saber, las representaciones abiertamente eróticas y la invectiva y el gesto difamatorios.

El insulto, quizá la forma estilística más rica y característica de la Comuna, no se limitó a grupúsculos sociales efímeros, sino que estuvo, por el contrario, ampliamente integrado en el habla social, política y cotidiana. Y, si bien los dibujantes y los creadores de eslóganes de la Comuna se dedican a plagiar de manera indiscriminada la pila de imágenes y representaciones revolucionarias, el examen más en profundidad de estas caricaturas y formas verbales como grupo comparado con los de la década anterior a la Comuna muestra una decisiva «liberación» de la forma y el tema hacia representaciones abiertamente eróticas. Particularmente extendida –tanto en la izquierda como en la derecha– estaba la práctica de manipular el imaginario erótico al servicio de la denuncia política: precisamente la táctica utilizada por Mendès de tildar de «sátiros» a los artistas y dibujantes partidarios de la Comuna o de acusarlos de corrupta sordidez sexual.

Rimbaud lanza lo que denomina su «salmo contemporáneo», el «Chant de guerre parisien», directamente a esta refriega de formas sexuales/políticas debatidas y disputadas. Escrito en mayo de 1871, el «Chant de guerre…» es, sin duda, el intento más conseguido por parte de Rimbaud de romper la barrera entre el arte culto y el reportaje.

[La Primavera es evidente, pues
desde el corazón de las Propiedades verdes,
el vuelo de Thiers y de Picard
¡despliega sus esplendores ampliamente!

¡Oh Mayo! ¡Qué delirantes culos desnudos!
Sèvres, Meudon, Bagneaux, Asnières,
¡escuchad, pues, a los bienvenidos
sembrar las cosas primaverales!

Llevan chacó, sables y tam-tam,
no la vieja caja de bujías,
¡y yolas que no tienen nun, nun…
surcan el lago de aguas enrojecidas!

¡Más que nunca jaraneamos
cuando a nuestras guaridas vienen
a desplomar los cabujones amarillos
en auroras particulares!

Thiers y Picard son unos Eros,
raptores de heliotropos,
con petróleo pintan Corots:
ahí están zumbando sus tropos…

¡Íntimos son del Gran Truco…!
Y, echado en los gladiolos, Favre
de su parpadeo hace acueducto,
¡y con pimienta resopla!

De la Gran ciudad el pavimento arde
pese a vuestras duchas de petróleo
y, no hay duda, precisamos
agitaros en vuestro papel…

Y los Rurales, arrellanados
en cuclillas mucho tiempo,
¡oirán quebrarse las ramas
entre rojos magullamientos!]

El texto de esta entrada es un fragmento de: “El surgimiento del espacio social. Rimbaud y la Comuna de París”  de Kristin Ross.

El surgimiento del espacio social. Rimbaud y la Comuna de París

rimbaud-comuna-paris-portadaLa década de 1870 –el momento en que el meteoro Arthur Rimbaud, el poeta genial y precoz por antonomasia, cruza el firmamento de la literatura universal para trastornarlo para siempre– suele ser soslayada en el relato convencional de la historia de Europa, y, en particular, de Francia. Sin embargo, fue el momento de dos acontecimientos particularmente relevantes en lo espacial: la expansión colonial francesa y, en la primavera de 1871, la Comuna de París –la construcción del espacio urbano revolucionario–. Argumentando que el espacio, como un hecho social, es siempre político y estratégico, Kristin Ross ha escrito un libro que es a la vez una historia y un mapa de la imaginación política de la Comuna, desde su lenguaje y relaciones sociales hasta sus valores, estrategias y posturas adoptadas.

En el análisis que la autora despliega de la Comuna como un espacio social y de oposición, desempeña un papel fundamental la poesía de Rimbaud. Sus poemas –un hilo que recorre todo el libro– contribuyen grandemente a la reconstrucción que efectúa magistralmente Ross. Además de Rimbaud, Paul Lafargue y el geógrafo social Élisée Reclus brillan también como figuras emblemáticas que se desplazan dentro y en la periferia de la Comuna, y cuyas resistencias frente a una concepción estrecha, capitalista, del trabajo amenazaban el orden existente, como sucede con la poesía misma de Rimbaud.

«Kristin Ross ha rescatado a Arthur Rimbaud para una izquierda que lo necesita desesperadamente, y este libro, con su estilo lúcido y cordial, se mantendrá sin duda como una aportación importante y permanente a la historia socialista de la cultura moderna.»  Terry Eagleton

 El surgimiento del espacio social – Rimbaud y la Comuna de París – Kristin Ross – Akal

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