No cierres los ojos Akal

Si un concepto contribuye a la comprensión del siglo XVIII, debe ser seguramente el de privilegio. El privilegio era la base sobre la cual estaba construida la sociedad, y todos los gobiernos, renuentes o no, estaban forzados a reconocerlo.

El privilegio existía en múltiples formas, algunas puramente honoríficas y otras extremadamente lucrativas. Había individuos privilegiados, como nobles y clérigos que, a menudo, estaban exentos de impuestos y eran juzgados por sus propios tribunales; había ciudades privilegiadas que venían comprando desde hacía mucho tiempo la exención de los impuestos reales y eran, en el caso de algunos ejemplos alemanes y españoles, enclaves virtuales de autogobiernos; había provincias privilegiadas con sus propios códigos legales y, en algunas circunstancias, con sus propias Dietas, que luchaban contra los monarcas por el control de los recursos y cuestionaban, demoraban o impedían efectivamente la legislación real, como las de Hungría y Bohemia. Otras provincias, a menudo estas mismas incorporadas posteriormente a la Corona central, exigían especiales consideraciones. Bretaña se negaba a pagar el impuesto sobre la sal; los vascos rechazaban cualquier tipo de impuesto real.

Algunas veces, el privilegio conllevaba la posesión efectiva de hombres, como el privilegio de la dvorianstvo rusa o de los junkers prusianos; a veces dotaba a los propietarios del privilegio de derechos específicos, o prestaciones de trabajo, a rentas en dinero o en especie, o a utilidades derivadas de los servicios básicos de la comunidad: el horno, el molino y la prensa de vino. Descendiendo en la escala social, el privilegio daba en Inglaterra a algunos el derecho al voto por residir en una determinada casa de campo o hacienda, y en Europa daba a algunas comunidades rurales el derecho a espigar a expensas de otras, o concedía derechos de pasto en tierras comunes que negaba a otros. El privilegio daba a algunos indigentes el derecho a recoger los residuos de cera de los cirios de las iglesias y a los niños de los pobres el derecho a despojar los setos de zarzamoras y recoger la fruta caída por el viento. En resumen, toda persona era alcanzada por privilegios de algún tipo. Muchas formas de privilegios eran de origen medieval, pero otras eran producto particular de los siglos XVI y XVII, cuando las monarquías, para comprar apoyo o financiar guerras, multiplicaron el número de nobles, cargos, monopolios y concesiones.

portada-europa-privilegio-protestaEl periodo final del siglo XVII fue notable por el establecimiento de un número de fuertes monarquías «absolutistas» que parecían capaces de persuadir o, por lo menos, de dominar a las instituciones copartícipes del poder para que cedieran el control de los recursos, con miras a permitir a los monarcas la máxima flexibilidad en el establecimiento de impuestos para financiar a los nuevos ejércitos regulares que proliferaron en el siglo XVII en Europa. Pero se ha exagerado mucho el poder de estos monarcas. En el siglo XVII, el absolutismo se veía moderado en todas partes por las malas comunicaciones y por los privilegios locales. No obstante, los ejércitos regulares y las burocracias que proporcionaban los hombres y el dinero para sostenerlos eran bastante reales y constituyeron la inmediata herencia del siglo XVIII.

No hubo ninguna posibilidad de que este siglo fuese pacífico. La entrada de Rusia en la política de fuerza europea desde el reinado de Pedro el Grande, con consecuencias significativas tanto para Rusia como para el resto de Europa, la presencia en el norte de Alemania de un nuevo Estado fuerte, Prusia, con decididos objetivos territoriales, y la nueva dimensión del conflicto en América y la India impusieron la guerra en una nueva escala. El mundo europeo no había conocido nunca una guerra en tantos frentes como la guerra de los Siete Años, que virtualmente destrozó las finanzas estatales y no resolvió casi nada. Los monarcas, pues, no pudiendo deshacerse de la carga financiera de los ejércitos y burocracias, se vieron condenados a una despiadada búsqueda de recursos para financiarlas, búsqueda que los condujo a un conflicto frontal con los privilegios, en su forma individual, corporativa o provincial. Aquí radica el impulso de la vida política del siglo.

Pero había otros aspectos que hacían que el enfrentamiento entre el poder del monarca y el privilegio en sus múltiples formas fuera más agudo que nunca. La ilustración, que alcanzó su apogeo durante este periodo, convirtió el mismísimo concepto de autoridad secular y religiosa en un tema prioritario. Cuestionó el origen divino del poder real, la autoridad absoluta de la doctrina de la Iglesia y luchó para que la felicidad terrenal del hombre ocupara un lugar central en la organización de la sociedad. Intentaba formular una nueva cultura política. Dirigió un ataque contra el privilegio, fuera en forma de exenciones de impuestos para la nobleza y el clero o de derechos provinciales consuetudinarios. Ningún movimiento intelectual dio nunca la espalda tan enfáticamente al pasado.

Si el privilegio existía en un ambiente progresivamente hostil, también se hallaba en un entorno de cambios sociales y económicos cargados de consecuencias. Este periodo es el de la «revolución vital», superación del clásico vaivén demográfico de movimientos ascendentes y descendentes, en el cual la población europea despegó por primera vez gracias a un sostenido crecimiento con considerables implicaciones en forma de nuevas demandas de alimento y empleo. El ensanchamiento de la base de la pirámide social, en mayor amplitud que en el pasado, atrajo a los desposeídos a las ciudades, amenazando a un mundo de elites privilegiadas y monarcas envueltos en un esplendor barroco.

Este libro trata, pues, del privilegio social y político, de las monarquías, de sus luchas por sobrevivir y sus relaciones con la sociedad, de la política de fuerza en una nueva escala y de los cambios sociales y económicos que son lo característico del siglo XVIII. Se ocupa especialmente de las tensiones que produjeron la desaparición del antiguo orden e hicieron que los días de la Europa del Ancien Régime estuviesen contados.

Europa: Privilegio y protesta. 1730-1789 – Olwen Hufton

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